¿Yo? Argentino
Gladys Seppi FernÁndez *
La frase expresa que no me siento ciudadano del país, que no amo la tierra que piso, que no me interesa, mientras no me dañen, a mí ni a los míos, los males que padece el país
Hay frases que parecen grabadas a fuego en la conducta de los pueblos. He buscado la nuestra, la que se creó, junto a tantas, en el inconsciente colectivo argentino y nos define por representar a grandes mayorías, las que, justamente por ser mayorías, conducen el destino de nuestro lánguido y empobrecido país.
La frase en cuestión es -y tal vez usted, amigo de FB coincida en su importancia- “¿Yo? Argentino”.
He buscado su significado, lo he pensado, deseo desentrañar su profundo sentido e influencia y creo, para empezar, que a pesar de su apariencia inocente y hasta picaresca, encierra una filosofía extremadamente dañina.
¿Dañina? ¿Perjudicial? Sí, con un daño real para todos los habitantes de este país, los que la llevan incrustada en su ser y los que viven su significado con un espíritu crítico que los excluye sólo en parte de las siguientes consideraciones.
Lo cierto es que los males que viene produciendo este pensamiento son esenciales y profundos y que, habiendo llegado a sus peores efectos hoy, ya no pueden disimularse y exigen que los enfrentemos porque perjudica la calidad de vida de todos los argentinos.
¿Yo? Argentino, en realidad, expresa que no me siento ciudadano del país, que no amo la tierra que piso, que no me interesa, mientras no me dañen, a mí ni a los míos, los males que padece la Argentina.
Y vaya si padece males.
Pobreza extendida a más del 50% de la población, inflación irrefrenable, inseguridad para la propiedad privada y para la vida, falta de estímulos para prosperar, arbitrariedad, pésima y lenta actuación de la justicia, mala nutrición y educación de inmensas mayorías de niños y jóvenes, Poder Legislativo anulado por la compra de voluntades y un servilismo vergonzoso. Indignidad cívica, en fin.
¿No advertimos, acaso, que el yo hago la mía me interesa sólo lo que me pertenece, el yo no me meto, no opino, no participo, no me preocupa votar a los mejores candidatos desperdiciando así una gran oportunidad de premiar merecimientos, no me molesto denunciando a quienes roban, a quienes no cumplen, a quienes faltan a sus deberes en cada puesto de trabajo, estos y tantos más males, nos los estamos infiriendo a nosotros mismos?
¿Yo? Argentino, se traduce en actos que han empequeñecido esta que fue una gran nación transformándola en un pueblucho poblado mayoritariamente por la pobreza de todos los órdenes. Sobre todo la espiritual.
Sin esperanzas, sin fe en las acciones tan contradictorias de los políticos y gobernantes de turno, sin respeto por las autoridades, casi todas sospechadas de corrupción, a muy pocos les queda ánimo para entregarse a su tarea con verdadera vocación de servir, menos para intentar la excelencia. De ahí, las: malas escuelas, la justicia prácticamente inexistente, el deficiente servicio público de las instituciones. De ahí nuestra mediocre calidad de vida.
Ha llegado el momento en que lo sufrimos todos.
Si vamos a un banco, a una repartición oficial, a un ente del Estado, nos encontramos con la mala atención, la pérdida de tiempo, la descortesía, la sobreabundancia de personal que no se incorpora con idoneidad a su trabajo y, por lo mismo, lo hace mal. Más bien decir los que eluden dar la cara al público, lo desorientan, le hacen dar vueltas. Pierden el tiempo.
Nosotros, cada uno, somos las víctimas de la ineficiencia, del abuso. La falta de esfuerzo ha debilitado el sistema nervioso central de un país que se nutre y hace, esencialmente, de la suma del valor de sus ciudadanos.
Alguien, seguramente los que nos gobiernan, los que quieren ser elegidos o repetidamente elegidos para gobernar, los que se eternizan en los cargos con promesas, nos han debilitado desde los oídos al pensamiento, acariciándonos con dulzonas frases como “les voy a llenar la heladera o los bolsillos”, sólo atenuantes, nunca tablas de salvación, que lo único que logran es parasitar y transformar en pasivos y resignados receptores del hacer de los poderosos.
El facilismo, la demagogia nos han debilitado a los argentinos, y hasta tal punto que nos cuesta decir con el debido y encendido orgullo: yo, a mucha honra, soy argentino.
* Educadora. Escritora.
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