Un neuquino por el Camino de Santiago: la fuerza transformadora de un viaje divino
Gabriel Piti Salazar enfrentó este desafío, sin saber muy bien qué encontraría al final, pero con la certeza de que cada paso cuenta.
El camino de Santiago de Compostela en realidad no es un camino, sino muchos, que finalizan en la tumba del Apóstol Santiago, en una catedral de la entrañable Galicia. Una ruta que trasciende la religión católica y recorrerlo es una experiencia profundamente transformadora. De allí, dicen, se vuelve distinto, con una mirada diferente de la vida y priman otros valores. Por ese mítico lugar, caminó durante un poco más de un mes, Gabriel Piti Salazar, un neuquino que al llegar, cumplió un sueño.
Piti es de Zapala, Neuquén, creció allí y luego vivió en Córdoba capital, donde estudió Sistemas de Información. El gusto por las actividades al aire libre de los 20 a los 30 años empezó a guiar su vida y hoy, con 39, apuesta a viajar como modo de vida.
“La Patagonia me permitió descubrir lugares increíbles. No tengo pareja, ni hijos, lo que me da libertad para tomar la mochila, perderme en la montaña. Mi familia al principio se preocupaba, pero llegamos a un acuerdo: me comprometo a mantener contacto cada tanto para que estén tranquilos. Ellos me conocen y entienden que esto me hace feliz”, comienza a narra con su alma de aventurero patagónico.
La primera vez que oyó sobre el Camino de Compostela, fue en España, hace 15 años. Viajó como mochilero por Europa durante tres meses y aquel viaje lo transformó. Más tarde, trabajó en cruceros italianos, y en una de esas travesías conoció a alguien que no paraba de hablar del Camino. En ese momento, no lo procesó mucho, pero quedó ahí, latiendo.
“Años después, leí libros como El Peregrino de Compostela de Paulo Coelho y ví películas como The Way, empecé a investigar en serio. Sabía que en algún momento lo haría, aunque no exactamente cuándo. Lo único claro era que quería caminarlo”, dice.
Y la promesa se hizo realidad. Hace unos meses dejó su trabajo y sus cosas atrás. Visitó a su familia en Zapala para despedirse y de allí cruzó a Temuco, luego a Santiago, y finalmente voló a España. Solo tenía un boleto de ida y el 18 de octubre, en pleno otoño comenzó a andar.
Por la ruta francesa
Hay varias rutas jacobeas, que llevan hasta la catedral, y se recorrieron por primera vez en el siglo IX. Piti eligió el Camino Francés en total recorre cerca de 900 kilómetros, comienza en St. Jean Pied de Port, y requiere de más de un mes de caminata. También se puede optar por el Portugués, el Primitivo, el Inglés, entre otros. Cada uno puede incorporarse al camino en el lugar que lo desee y según los locales, más de 200.000 peregrinos lo hacen cada año.
“Hay que hacer entre 20 y 30 kilómetros diarios. Es un ritmo lento, que te permite ver todo desde otra perspectiva. No es lo mismo que ir en auto, detenerte en un mirador, sacar fotos y seguir. Caminando, sentís cada tramo, cada paisaje”, cuenta Piti.
Entre montañas, viñedos y senderos empedrados, compartió su paso con miles de peregrinos: mochilas al hombro, bastones que resonaban contra la piedra y una calma inquebrantable que parecía surgir del suelo sagrado. La travesía, más que un recorrido, es un espacio de encuentro.
A medida que avanzaba, cruzó aldeas que parecían detenidas en el tiempo. En Grañón, un pequeño pueblo, vivió una experiencia que lo marcó. El albergue, instalado en una iglesia, estaba gestionado por hospitaleros, personas dedicadas a acoger caminantes con generosidad. “Dormimos en la iglesia, compartimos una cena comunitaria y, al final de la noche, nos reunimos en un círculo para hablar en nuestros idiomas. Terminamos abrazándonos y fue conmovedor”, relata.
Otro episodio inolvidable tuvo lugar en Dos Santos, una aldea minúscula. Allí, junto a una mujer italiana de 60 años que había recorrido más kilómetros que él, fue recibido por José Luis, un anciano. “Era como cenar en casa de un tío”, dice. Antes de despedirse, los hospitaleros entregaron a cada peregrino hojas con mensajes escritos por otros. “Leí en voz alta el de una familia que intentaba superar una fractura emocional causada por la enfermedad de un hijo. Fue un momento profundamente humano, como conectar con extraños”, recuerda.
“Te encontrás con personas que vienen con diferentes dolencias. Sin embargo, avanzan. La fortaleza mental es clave”.
Gabriel Piti Salazar
Historias que enseñan
El Camino no solo es físico. Es una sucesión de historias compartidas que, paso a paso, ensanchan el alma. Como la de la pareja estadounidense que conoció en los últimos días. Caminaban con el peso invisible de una pérdida: su hija había fallecido años atrás. “Sus palabras me hicieron recordar una película que vi antes de empezar el viaje, sobre un padre que recorre el Camino llevando las cenizas de su hijo. Fue como presenciar ese guion, pero en carne y hueso”, confiesa.
En la región de La Rioja, atravesó viñedos que le recordaron al Alto Valle. Pero el verdadero protagonista era la “Fuente del Vino”, una canilla frente a una bodega que servía vino gratuito a los peregrinos. “Después de kilómetros bajo el sol, llegar y poder tomar un trago ahí mismo fue casi místico”, describe.
Las noches en los albergues tampoco pasaban desapercibidas. “Nos quedábamos charlando hasta tarde, compartiendo historias y vino. Pero a las diez en punto, todos a dormir. Las reglas del Camino son claras, porque al día siguiente hay que levantarse con las primeras luces para seguir”, dice, entre risas.
La llegada: entre la nostalgia y la épica
Los últimos pasos hacia Santiago de Compostela estaban impregnados de una extraña mezcla de nostalgia. “Cada paso lo das más lento, como si quisieras retener el momento”, describe. Desde lo alto de la ciudad, vio por primera vez la catedral mientras las gaitas llenaban el aire con una melodía ancestral. Al llegar, atravesó un túnel donde un músico tocaba con solemnidad. “Era como una ceremonia final”, dice.
En el último tramo, se reencontró con Alberto, un argentino que había conocido semanas atrás y que, por problemas de salud, había quedado atrás. “Llegó cinco minutos después que yo. Fue emocionante, porque él caminaba por razones personales relacionadas con su hija. Cruzar la meta juntos fue un regalo lindo”, afirma.
La catedral, imponente y serena, lo recibió como a tantos otros. Aunque algunos continuaban hacia Finisterre, el kilómetro cero, Piti decidió que Santiago era suficiente. “Para mí, llegar aquí ya era el cierre perfecto”, reflexiona pero habría un cierre aún más soñado que estaba por llegar.
Un futuro que encontró en el Camino
El Camino, no solo le trajo aprendizajes espirituales. Antes de partir, había visitado a dos amigas cerca de Barcelona. Una de ellas, al escuchar su historia, le habló de una posibilidad: coordinar viajes para una agencia especializada. A mitad de la travesía, cuando lidiaba con el dolor de su tobillo, recibió un correo con la oferta concreta: guiar grupos en Tailandia. “Era el sueño del pibe. No lo planeé, pero llegó como una oportunidad perfecta”, cuenta.
Hoy, mientras se prepara para su nueva aventura, reflexiona sobre todo lo que dejó el Camino en él. “Viajar te enseña cosas que ningún libro puede. Me gusta pensar que mi historia puede inspirar a otros. Tal vez alguien que lee esto se anime a dar ese primer paso que tanto teme”, dice, con una sonrisa que refleja gratitud.
El Camino, más que un viaje, fue para él una lección de humanidad, generosidad y conexión. Algo que llevará para siempre.
Pitoi comparte sus viajes en: @augustogabri_el
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