Un hermoso paraje perdido frente al mar que se niega a ser «un pueblo fantasma»
Un lugar distinto que guarda la esencia, la historia y la pujanza de la Patagonia. Al pie de un exultante mar turquesa, el complejo tiene muchas particularidades: utiliza agua de pozo, provista por un molino, termotanques a gas o leña, y obtiene energía de fuentes solares.
Cabo Raso está ubicado a la vera de la ruta provincial 1, a 170 kilómetros al sur de Trelew. Una traza de ripio que recorre la costa atlántica chubutense y une Puerto Madryn con Comodoro Rivadavia. Es un paraje rústico cincelado por la historia, por los fantasmas de sus pioneros, por el viento salobre y por la inmensidad patagónica.
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Este lugar invita a volver atrás en el tiempo, a entrecerrar los ojos para imaginar el pasado usando de referencia el entorno. Recorrer las casas abandonadas, sentir el silencio interrumpido por las olas del mar, detenerse en los vestigios históricos de lo que alguna vez fue un pueblo activo, disfrutar de la desconexión.
Toda esta energía vital resonó fuerte en la humanidad de Elaine y su familia. Si bien la pulsión de alejarse de las grandes ciudades ya estaba creciendo, fue en 2007 cuando el impulso se materializó y se mudó a Cabo Raso.
“Nací en Trelew, tengo 4 hijos y con los dos más chicos, de 8 y 10 años, nos fuimos a vivir a Cabo Raso hace 17 años, cuando sentimos un llamado del lugar. Fue una gran experiencia y un verdadero desafío, era un lugar totalmente en ruinas, alejado de todo, sin conexión, y en muchos aspectos sigue igual”, detalló la pionera.
“Nos queríamos ir de la ciudad, pero no encontrábamos él lugar. De casualidad pasamos una vez por Cabo Raso y me cautivó. También me movilizó el hecho de que se trataba de un lugar que tenía mucho trabajo de nuestros predecesores y pioneros, el trabajo que hicieron fue increíble, todo a mano”.
Tierra arrasada
Al comienzo, las cosas no fueron del todo fáciles. Cuenta Elaine que “cuando llegamos era una tierra arrasada, la gente se había robado muchas cosas, muchas estructuras vandalizadas, era un desastre”.
Lejos de hacerlos desistir, el desafío les dio más impulso. “Lo sentí como una misión, recuperar el lugar y mostrar que se puede vivir de otra manera, alejándonos un poco del consumo. Me sentí abducida por el Cabo, con el objetivo de ponerlo de nuevo en el mapa y revalorizar su belleza”.
Así comenzó a tomar forma lo que hoy es un hospedaje turístico con singulares características que lo convirtieron en una experiencia en sí mismo.
“Arrancamos con lo que teníamos puesto, un par de herramientas, un grupito electrógeno que nos prestaron y a la aventura. Al principio nos quedamos en una casita rodante que teníamos y después nos pasamos a una tapera que había, empezamos a arreglar todo, nos mudamos de casa en casa hasta consolidar el emprendimiento”, recordó Elaine.
Un hospedaje diferente, una experiencia única
El complejo tiene un detallado código de convivencia. Y no es por la rigidez de sus dueños, sino porque las características, tanto de las instalaciones como del entorno, hacen que los visitantes deban estar al tanto de la dinámica y las particularidades del lugar.
En el complejo se utiliza agua de pozo, provista por un molino, termotanques a gas o leña, y se obtiene energía de fuentes solares. Todo esto hace que sea sostenible y respetuoso con el ambiente.
“Es un hospedaje que recuerda a los visitantes que con menos y con lo indispensable se puede vivir bien. Tratamos de no cambiar nada en los estilos de las construcciones. La idea es tener instalaciones lo más cómodas posibles, pero también con el menor impacto, gasto e intervención posibles. Buscamos reciclar absolutamente todo lo que se puede, todo lo que se rompió, vidrios, maderas, algunos plásticos, todo”, detalló la emprendedora.
En este sentido, sostuvo que “tratamos de revalorizar el trabajo de la gente que lo construyó. Creo que tenemos que cuidar mucho nuestro patrimonio histórico. Siento que a través del esfuerzo que dejaron plasmado nuestros ancestros la vida tiene un hilo conductor, una sucesión de recuerdos”.
Opciones para hospedarse
La idea central del complejo fue generar el menor impacto posible en la zona. “La Patagonia es muy frágil y si alguien hace una huella nueva eso queda ahí” explicó Eliane. Y agregó: “por eso es importante no impactar de manera negativa. Acá no tenemos televisor, no tenemos secador de pelo, teléfonos, grandes electrodomésticos, nada. Es un lugar particular, no es para cualquiera, es para aquellos que buscan conectar con otras cosas más profundas, con el mar, con la tierra, con la vida silvestre, incluso, con el pasado”.
El complejo tiene distintos tipos de opciones. Muchas de ellas no cuentan con energía eléctrica, pero mantienen la misma estética. Uno de los lugares más particulares para quedarse es un colectivo en desuso que fue transformado en una habitación para 8 personas. Pero lo más llamativo, tal vez, está a unos metros de él. Se trata de un búnker devenido en “quincho” o “comedor”.
La ex estructura militar está semienterrada y dentro tiene una pileta para lavar, mesas, sillas y un aparador, todos objetos reciclados. Este refugio militar se construyó para el lanzamiento del misil Cóndor II, que sería probado en 1988 por la milicia argentina.
Los lugares para hospedarse varían según la cantidad de personas y las prestaciones. Pero, en todos los casos, son casas y espacios recuperados de lo que estaba en ruinas. Hay también un sitio para acampar con parcelas, fogones y baños secos.
Qué se puede hacer en Cabo Raso
La principal atracción es la desconexión. Sin embargo, el lugar cuenta con algunas opciones para disfrutar de la Patagonia y su magnificencia. Debido a las enormes olas que azotan las costas, es un sitio muy buscado para practicar surf. También hay varias opciones de pesca y algunos senderos aledaños para realizar caminatas.
Al ser una zona rica en vida silvestre, se puede observar fauna marina como lobos marinos, petreles, gaviotas y mucho más. En la parte terrestre es frecuente toparse con maras, choiques, guanacos y la típica flora patagónica.
Un lugar que resiste
Cabo Raso, es uno de esos parajes perdidos que se niega a convertirse en un pueblo fantasma. Atizado por el espíritu de nuevos emprendedores, este importante sitio se está asomando fuera de unas ruinas que casi llegaron a taparlo.
“El Cabo para mí representa conexión con la tierra, con la libertad. Estoy muy satisfecha y feliz por el sacrificio que hicimos con mis hijos para poder disfrutar de esto y que la gente pueda venir a conocerlo”, celebró Elaine.
Fuente: Ambiente Chubut
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