Navegaba a 65 km de Las Grutas, encontró a un delfín herido y lo que pasó después es de película

Agustín Sánchez lo vio con la aleta dorsal destrozada por un disparo en septiembre del 2022, cuando llevaba a turistas a avistar ballenas en Puerto San Antonio Este. Cada vez que sale a navegar lo busca y fue testigo de su asombrosa recuperación en esta joya de la Patagonia.

Recuerda cada detalle de aquella primera vez que lo vio. A 65 kilómetros de Las Grutas, como tantas veces, había salido al comando de la embarcación con turistas que soñaban ver ballenas, lobos y delfines. Era una soleada mañana a fines de la primavera del 2022 en el Golfo San Matías y navegaban en las cercanías del muelle de Puerto San Antonio Este y sus aguas profundas. Desde ese punto de la costa de Río Negro, en las vísperas del verano que se aprestaba a consagrar a Punta Perdices como “el caribe de la Patagonia”, se acercaba el momento de que zarparan los barcos con su preciosa carga de peras y manzanas rumbo a las góndolas de Madrid, Amsterdam, París, Nueva York o Moscú, entre tantos otros destinos que dan sentido al esfuerzo de los chacareros y de los pioneros que imaginaron un valle en un desierto cuando todo estaba por hacerse hace ya tanto tiempo.


De pronto, como salida de una pesadilla, una imagen lo estremeció: un delfín nariz de botella, uno de esos entrañables vecinos del mar que suelen pasar cerca de la costa y es tan lindo verlos, se desplazaba por las aguas cristalinas al ritmo de una paradoja cruel: tenía la aleta dorsal destrozada por un balazo mientras avanzaba en ese paraíso de la Patagonia como uno más en la manada.


En medio del estupor, todo lo que observó en esos minutos que nunca pudo olvidar lo convenció de que le habían disparado: la parte de aleta que le faltaba, la carne expuesta de ese tono rosado que hacía brillar el sol, los indicios sobre lo que parecía ser la trayectoria del proyectil, a lo largo. Lo entristeció saber que no podía ayudarlo.

Nada peor para un hombre que ama a los delfines que esa instantánea que lo hacía oscilar entre la desesperación y la furia. Alguien en el bote le puso Magnum y le quedó el apodo. El delfín herido se perdió con los otros y Agustín Sánchez pensó que sería difícil volver a verlo. Se preguntó muchas mañanas dónde estaría, qué habría pasado con Magnum.

Agustín Sánchez en una de las salidas embarcadas de avistaje de fauna marina en la costa de Río Negro.


Lo buscó en cada salida al mar, cada vez que divisaba a un grupo de delfines y se alegraba de que esos maravillosos amigos del golfo acompañaran con sus piruetas al bote y de ver, como siempre, la sorpresa dibujada en el rostro de los turistas. Pero no podía evitar la tristeza de no encontrar al delfín herido. Hasta que un día, al fin, lo volvió a ver.


De Mercedes a Las Grutas

A los 50 años, Agustín lleva adelante el emprendimiento familiar con su compañera en la aventura de la vida María José y sus dos hijos mayores, Francisco (20) y Juan Martín (15). A Joaquín (8) y Catalina (5) también les apasiona el mar y junto a sus hermanos saben que el campeón de ese amor es su papá, capaz de salir en calzoncillos y campera una madrugada de invierno porque escuchó el sonido de la respiración de una ballena a metros del parador con el que se ganan la vida y de la casa donde viven con vista al muelle, a los caracoles blancos y al mar.

El parador Serena que llevan adelante Agustín y toda la familia en Puerto SAE. Foto: Archivo/ Marín Brunella.

Ni Joaquín ni Catalina necesitan ver National Geographic para asombrarse: crecieron con las maravillas de la naturaleza frente a sus ojos. Agustín está feliz por eso. Como él: ese espectáculo que se extiende en el horizonte azul del golfo lo sorprende siempre, como la rutina más hermosa.


-Cuando voy en el bote soy un turista más. Veo sus caras de asombro y siento lo mismo que ellos, desde el primer día -dice.


Eso ocurrió hace mucho, porque llegó a Las Grutas desde Mercedes en el verano de 1999 con trabajo como guadavidas durante la temporada. Fueron casi 12 horas y 1035 km de auto desde la ciudad de la provincia de Buenos Aires hasta la villa balnearia de la costa de Río Negro. Buscaba, como tantos, su destino.

Y fue llegar y descubrir que su lugar en el mundo estaba ahí, en esas playas, esos acantilados, en la increíble amplitud cuando baja la marea, entre esas arenas y esos delfines que a veces barrenan las olas, esos lobitos curiosos y juguetones y los deslumbrantes saltos de las ballenas.


Solo tenía que resolver dos pequeños detalles: de qué trabajaría a partir del otoño y dónde viviría. Y, antes, resolver la primera emergencia: quien lo había contactado para el puesto de guardavidas estaba internado. Con experiencia en un restaurante de campo, consiguió pasar el verano como empleado en un parador.

El primer invierno aprendió el oficio de buzo marisquero, instalado en una casilla rodante en Piedras Coloradas, a cinco kilómetros de Las Grutas, una de las playas más líndas de la Patagonia, con esos médanos que invitan a explorarlos, a caminar y disfrutar de las panorámicas.


En una de las incursiones, mientras estaba sumergido, una enorme sombra tapó los rayos de sol. En la penumbra, supo que eso que parecía un submarino era una ballena. Apenas pudo, volvió al bote: sabía que son curiosas y que si tocaba los cables que le llevaban oxígeno la iba a pasar mal. Desde ahí la siguió con la vista un buen rato, hasta que se alejó.

El segundo invierno ya se mudó a Las Grutas, a un pequeño departamento en el centro. Con el tiempo, otros trabajos de mar aparecieron durante su etapa de buzo.


-Era loquísimo que me pagaran por meterme en el agua y encontrarme con lobos, delfines y ballenas -recuerda.


Con el tiempo decidió radicarse en Puerto San Antonio Este, a 65 km por la Ruta 3. Invirtió en un semirrígido de ocho plazas y comenzó con la aventura de guiar a los turistas en los avistajes de fauna marina.


Piruetas gigantes en el golfo San Matías. Foto: Archivo / Martín Brunella


Hoy, el equipo familiar tiene el parador Serena a 1,5 km del muelle, dos embarcaciones habilitadas para las salidas, una para 36 pasajeros. Tienen kayaks que alquilan, como tablas de SUP para remar parado o arrodillado. En el deck de madera ofrecen rabas y otras delicias de mar de cara al golfo. Y ahora están en plena temporada de ballenas.


-Hay muchas en el golfo, las vemos en cada salida -dice.


El reencuentro con el delfín herido


Desde la primavera del 2022, cada vez que se embarcó, Agustín buscó a Magnum. No recuerda con exactitud cuántos meses pasaron hasta que volvió a verlo, pero sí su alegría.


La aleta dorsal le había quedado partida, pero le había cicatrizado, aunque se le inclinaba para el costado. Fue una emoción enorme verlo -relata.


Siguieron otros encuentros en el mar y cada uno lo puso más feliz que el otro porque significaba que allí seguía su vida. Comprobó que la cicatrización de la herida parecía estar cada mejor, pero hubo algo que lo alegró aún más.

A bordo del semirrígido con el que sale a navegar en el Golfo San Matías.

Lá última foto que tiene de Magnun es del verano pasado.


Siempre estaba con los otros delfines en la manada, como uno más. Eso me hizo pensar que tenía una vida normal. No estoy seguro de que fuera así, pero es lo que parecía -dice Agustín que sospecha que el origen del balazo pudo estar en cazadores furtivos o estúpidos que disparan por diversión, aunque no tiene pruebas. Ver restos de delfín en un tacho sí le consta, porque los observó durante una recorrida en la que le pidieron llegar en su camioneta a zonas alejadas del golfo durante un censo.


En abril del 2023, cuando volvía de una salida, detectó que unos 300 delfines que huían de las orcas habían quedado varados en un piletón que desaparecería cuando bajara la marea. No dudó un segundo y se puso al servicio del rescate para guiarlos hasta el punto donde podrían volver al mar.

“Pasamos horas así. Y ya al anochecer, cuando subió la marea, no veíamos a ninguno en el piletón. Y una imagen me quedó grabada: los delfines que lograban pasar no se iban, se quedaban esperando al resto del grupo. Era impresionante ver eso. Había muchas madres con sus crías. Saltaban de felicidad cuando volvían a estar juntos. No me lo olvido más”, agrega Agustín.

Agustín en el regreso de una de las embarcaciones a Puerto SAE, al atardecer.

Lo recuerda con una sonrisa, aunque ahora está preocupado porque hace ya unos meses que no ve al delfín que siempre quiere encontrar, pero no pierde la esperanza. Es tiempo de despedida: debe preparar la próxima salida con turistas que sueñan con ver ballenas. Será, otra vez, un tiempo de asombro. Y de buscar a Magnum.


La especie más amenazada de mamífero marino en el país

“Magnum”, el delfín que Agustín Sánchez ansió durante tanto tiempo volver a encontrar, fue avistado por los biólogos marinos que residen en la bahía San Antonio.


“Lo tenemos identificado desde 2023, y nosotros le decimos ‘Mochito’, porque tiene la aleta dorsal completamente partida, pero no pudimos identificar cómo se lesionó. Ocurre que, a diferencia de Agustín, siempre lo vimos con la herida ya cicatrizada. Lo qué si descartamos, por su forma, es que haya sido provocada por la hélice de una embarcación”. contó la bióloga Magdalena Arias.


La especie de delfín a la que pertenece es popularmente conocida como ‘nariz de botella’. “En realidad se le llama Gephyreus o delfín del aire. Es la especie más amenazada de mamífero marino en la Argentina.

Es un delfín súper costero, así que verlo cerca de la orilla es habitual. A diferencia de lo que ocurre con los delfines comunes u oscuros que, cuándo se ven en manadas y orillándose es porque algo está pasando. Puede ser que estén bajo los efectos del estrés, perseguido por predadores (como las orcas)” señaló.


Acerca de la forma de manejarse cuando uno de estos animales aparece con una herida Arias explicó qué, lamentablemente, no hay muchas maneras de ayudar.

“En realidad no se hace nada, se deja que la lesión vaya evolucionando. El humano no tiene que interceder, salvo que sea un caso extremo, como un varamiento. Si es que queda varado con algún tipo de herida ahí sí se actúa. Pero no se realizan búsquedas de individuos que presenten lesiones, salvo que varen en la playa” precisó.

Las pirueta de los delfines en el Golfo San Matías.


“Las heridas más comunes son las que les producen las hélices de las embarcaciones, o las que surgen al quedarse atrapados en las mallas de alguna red” apuntó la científica.


“En la zona las últimas estimaciones de la especie que se hicieron fueron en 2011, y daban cuenta de una disminución en la tasa de crecimiento poblacional, básicamente asociada a un bajo número de hembras reproductivas. O sea, la supervivencia de las crías era buena, pero había pocas hembras que se reproducían” contó la experta.


“Esto mismo se ve en toda la Argentina. O sea, esta especie era abundante en las costas de Buenos Aires, Río Negro y Chubut. Pero ahora prácticamente desapareció , con excepción del remanente que está acá, en la zona de la bahía de San Antonio y Bahía Blanca. Por eso es la especie de mamífero marino más amenazada” informó Arias.

A través de una investigación que lideró hace años una bióloga belga llamada Els Vermeulen se descubrió que cerca de 70 delfines de esta especie residían todo el año en estas costas, una colonia de delfines ‘nariz de botella’ en el Golfo San Matías.

Eso se supo gracias a un trabajo de foto identificación, porque los ejemplares adultos de la especie poseen cortes y cicatrices en su aleta dorsal, que permiten individualizarlos.
Ahora, la bióloga Magdalena Arias retomó esta tarea, para actualizar esa catalogo y ver de qué manera evolucionó la especie en las costas locales.
“Estamos abocados a esa tarea”, subrayó la mujer.


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