Son amigas hace 50 años, se jubilaron como docentes y en el norte neuquino descubrieron esta maravilla
Silvia es oriunda de Hurlingham y su amiga Alicia de Haedo zona oeste del Gran Buenos Aires, son docentes jubiladas y conocen el secreto para pasarla bien. Esta fue la primera vez que llegaban al norte neuquino y se sorprendieron por su belleza. Sin dudas "unas maestras".
Silvia Bejar y Alicia Rodríguez se conocieron hace más de 50 años en la Escuela Normal de San Justo, La Matanza, provincia de Buenos Aires. Ahí estudiaron el profesorado docente. «A los largo de todo este tiempo nunca dejamos de vernos. Recorrimos casamientos, nacimientos, separaciones, algunas tristezas y muchas alegrías y nuestra amistad fortalecida», dice Silvia. Hoy en día, ya jubiladas, disfrutan de tantos años de amistad y trabajo de la mejor manera: viajando. Esa pasión que comparten por salir al mundo las trajo al norte neuquino a admirarse con un paisaje último.
«Somos viajeras por convicción, pensando que no hay mayor aprendizaje que vivir. Viajamos juntas, separadas, en grupo, solas, en avión, en auto, en micros… pero viajamos, más lejos o más cerca. Viajar es cultura y nosotras lo vivimos preguntando, leyendo, interactuando con cada personaje que nos quiera dar charla y así vamos conociendo de a poquito en primera persona», comienza relatando Silvia como prólogo de un relato que se volverá cada vez más interesante.
Silvia es oriunda de Hurlingham y su amiga Alicia de Haedo zona oeste del Gran Buenos Aires. Esta fue la primera vez que llegaban al norte neuquino.
“El año pasado recorrimos desde San Martín de los Andes hasta Esquel, cruzamos la provincia y regresamos por la costa hasta nuestros hogares. Este año decidimos conocer el norte neuquino y queríamos visitar otros puntos. Sabíamos del Volcán Domuyo, del Salto del Agrio y de Villa Pehuenia… y ahí comenzó el rompecabezas”.
Salieron desde Buenos Aires, su primera parada de descanso fue General Acha, luego Zapala hasta llegar a Chos Malal. Un amigo de Centenario, Neuquén les sugirió que visitaran Los Tachos y Aguas calientes para llegar al pie del Volcan Domuyo.
“Todo el trayecto fue espectacular en paisajes. Hubo 60 kilómetros de ruta asfaltada y señalada hasta La Ovejas, luego 22 km de ripio y precipicio hasta Varvarco. No alcanzaban los ojos para ver el paisaje. De Varvarco después de unos 20 kilómetros de ripio desparejo y cornisas, se encuentra Los Tachos con un cartelito sencillo que indica 3 kilómetros hacia la derecha. Allí se termina el camino», escribe Silvia, ya de vuelta en su casa pero todavía admirada.
Bajaron, el cartel decía Sendero y recorrieron 1500 m de camino de vacas hasta llegar a los Géiseres. La emoción al ver las fumarolas que salen entre las piedras fue grande.
“No podíamos creer que estuviéramos en semejante paisaje en nuestro país. El agua estaba tan caliente que se hacía difícil tocarla. El vapor nos envolvía en una lluvia muy fina. No podías poner el pie en el agua de lo caliente que estaba. Siguiendo las indicaciones de un cartel de ‘No avanzar’, no avanzamos. No probamos la temperatura ni de más arriba, ni de más abajo. El verde cercano al agua nos invitó a sentarnos entre las piedras a tomar mate”.
De regreso por ese camino en no muy buen estado, reventaron una cubierta. Por suerte fueron asistidas por dos familias de Ituzaingó, que las ayudaron a cambiar la rueda. Volvieron a la ruta principal y 3 kilómetros mas adelante llegaron al “Área Natural Protegida Domuyo” donde hay un guardaparque, baños … “¡y las aguas termales!”.
Hay tres cascadas; una que está atravesando un pinar donde se puede sentar entre las piedras de la caída del agua de 34º aproximadamente y disfrutar de una pileta de contención con piedras que realmente uno puede relajarse.
«Hay 4 o 5 cabañas que pueden pero no hay servicio de proveeduría. Tampoco atención de salud ante cualquier adversidad. Una familia había pinchado 3 cubiertas y tuvo que esperar hasta el día siguiente para que la policía le pudiera traer una rueda parchada para poder abandonar el lugar».
A la tarde, sin esperar que anochezca, regresaron para hacer noche en Varvarco. Varvarco es un pueblo pintoresco que creció al costado de la ruta debido a que de un lado está la montaña y del otro el río, no más de 200m de cada lado de la ruta.
«Allí tienen una costanera bonita en construcción pero el mayor atractivo se produce en la confluencia de los ríos Neuquén con el agua transparente y del río Varvarco de color tierra. Es muy lindo ver la confluencia. El gobierno construyó una hostería muy paqueta en donde se puede comer muy rico», aseguran las amigas.
Al día siguiente parieron hacia Manzano Amargo por 34 kilómetros de ripio y cornisas pero muy bello.
«Visitamos la pasarela que conduce al Sendero de la Cruz sobre el río Neuquén, luego fuimos con el auto hasta el pie de la Cascada La Fragua de fácil acceso: una hermosa caída de agua entre verdes de todos los tonos. Siguiendo la calle hacia arriba hay tres cascadas mas que no llegamos a visitar. Será la próxima», aseguran sin pena, por la posibilidad de revancha.
Luego, al regreso visitaron Andacollo. «De Chos Malal, una ciudad sencilla amigable, partimos hacia Caviahue, una belleza desde que comenzamos a ver la laguna. El clima era especial y la ciudad preciosa para caminar. Su próximo objetivo era: El Salto del Agrio», pero para vivirlo con ellas, también deberán esperar la próxima.
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