Vive en un paraíso escondido de la Patagonia y le muestra al mundo la belleza de Villa Llanquín
Nelson Salazar es uno de los 350 habitantes de este encantador paraje rural a 40 km de Bariloche. Trabaja en un patio cervecero y sale cada día con su cámara a explorar los rincones más lindos de su tierra. Se llega en balsa, cada vez más turistas la descubren y sus postales tienen mucho que ver.
A 40 km de Bariloche por la ruta nacional 237, una balsa gratuita cruza a los turistas que atraviesan el Limay desde la margen de Neuquén a la de Río Negro en el kilómetro 1610. Y cada vez son más los que lo hacen, atraídos por ese rumor que corre de boca en boca: entre el río y el bosque, con las montañas en el horizonte, hay un paraíso que brilla en la estepa llamado Villa Llanquín.
Nelson Salazar lo conoce bien, porque nació en Bariloche y se crió en esta joya de la Patagonia. Y porque le gusta llegar con la cámara a sus rincones más hermosos para compartirle al mundo la belleza de su tierra: cada día publica fotos y videos en sus redes y en poco tiempo sumó más de 17 mil seguidores.
En esta época, como describe, el río se pinta cada vez más de otoño. Y ahí está él para retratar tanta maravilla en este punto del mapa donde la balsa despierta la curiosidad de los desprevenidos que paran a hacer fotos y después se tientan con saber qué hay del otro lado.
Son alrededor de 350 los habitantes estables de Villa Llanquín. Y Nelson, como todos, está tan contento de recibir al turismo como atento a que se respete la prohibición de encender fuego excepto en los fogones habilitados de los cinco campings y que nadie deje su basura al irse. Preservar la naturaleza que heredaron de sus padres y tomaron prestada a sus hijos es el lema compartido por aquí.
Le gusta la fotografía desde siempre y se compró una cámara en el 2017, pero no estaba seguro de estar a la altura de los paisajes que lo asombran cada día, así que la dejó en la caja. Pero de a poco se empezó a animar y la pandemia le dio el empujón que le faltaba para salir a respirar aire puro y con el tiempo empezar a publicar las imágenes que oxigenaban a tantos otros en aquel infierno de virus y encierro.
Un atardecer de colores mágicos, el amanecer acuarela, la hipnótica balsa maroma que cruza el Limay , entre tantas otras postales, marcaron el camino. Y los comentarios de admiración, los pulgares levantados y los corazoncitos le dieron el impulso: ya no había vuelta atrás para esa pasión que sigue siendo un hobby pero cada día lo atrapa más.
"Me hace feliz mostrar el lugar donde vivo"
«Me puse a prueba y fue muy lindo ver esa respuesta. Me hace feliz salir a caminar y hacer fotos para mostrar el lugar donde vivo. Y si a alguien le de ganas de venir al verlas, doble alegría», dice Nelson. Tiene 31 años y probó cómo era vivir en otro lado, pero tras las experiencias en Bariloche y Dina Huapi llegó a una conclusión: «Tengo que volver». Y regresó a Villa Llanquín, su lugar en el mundo.
«Me gusta el campo, la estepa. Esta tranquilidad, esta paz, estos paisajes. Por eso somos estrictos en el respeto a la naturaleza», explica Nelson.
La fotografía aún es un hobby, pero quién sabe dónde lo llevará este camino. De momento trabaja de mozo, pero con su hermana tiene un patio cervecero que reabrirá en el verano, al lado del almacén de la madre. «Toda la familia se gana la vida en Villa Llanquín, qué más lindo que trabajar acá», agrega
Cada día es testigo de la seducción de la balsa maroma, de los turistas que pasan, miran, frenan y no resisten la tentación de hacerse una selfie. Y de ahí a cruzar, hay un paso.
Muchos descubren entones la feria del pueblo y sus productos caseros, las artesanías, los senderos para caminar o andar en bici, los recovecos del Limay para pescar la trucha soñada, el campo de lavandas que ofrece visitas guiadas, los sitios para escalar como Las Piedras Coloradas, los cinco campings, las cabañas, la hostería con restaurante.
Los que se quedan a dormir vibran también con las estrellas que brillan en el cielo puro de la Patagonia. Y a veces, con los satélites en procesión.
Nelson enumera cada detalle con el orgullo de quien ve que su tierra crece sin circuitos de turismo armados, tanto que hay que avisar a los visitantes que solo anden por los caminos, que no se manden por las tranqueras.
Solo es cuestión de subirse a la balsa y bajar con ganas de explorar. Ahí están sus fotos y sus videos para demostrar que vale la pena descubrir este paraíso escondido de la Patagonia.
Podés ver más fotos y videos en su cuenta de Instagram: @_nelson_salazar/
Datos útiles para ir a Villa Llanquín
* En el kilómetro 1610 de la ruta nacional 237, los conductores se detienen a pocos metros de la margen oeste del río Limay, a la espera de que la Balsa Maroma cruce los vehículos del otro lado. Los acompañantes no ocultan la fascinación al cruzar el puente peatonal.
* La Balsa Maroma funciona de lunes a domingo de 7 a 21. Es gratuita. También se puede llegar a través de la ruta 23, hasta Pichi Leufú. Pero el camino es de ripio y no está en muy buen estado.
* Durante el verano, en la semana, recibió entre 100 y 200 visitantes, pero esa suma se elevó a 800 ó 1000 durante los fines de semana, cuando muchos residentes de Bariloche, Neuquén y los valles rionegrinos aprovechan para hacerse alguna escapada.
* Quienes van en bici o la llevan hasta ahí pueden disfrutar de un popular paseo de MTB, la Vuelta del Arroyo Chacay: son 60 kilómetros con recorrido por la parte alta o costeando el Limay.
* La actividad ha crecido mucho especialmente en los últimos cinco años, de la mano del turismo rural. Los pescadores siempre lo tuvieron en su radar, pero el pueblo empezó a hacerse conocido como un lugar de descanso con paisajes inolvidables y una onda tranquila.
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