Pesca con amigos en el Norte Neuquino: “cuando tan lejos está tan cerca”

Guillermo Marín relata la experiencia inolvidable que vivió con Lucas Gotlip y Mario Pulenta durante cuatro días de pesca con mosca. Desde el lodge de Estancia Chochoy Mallin, fueron en busca de truchas al río Trocoman y el Arroyo Ñireco.

La llamada de mi amigo Lucas traía una inesperada propuesta: “Tengo una reserva de cuatro días en un lodge de pesca en el norte neuquino ¿Te animás?”.

En un instante mi pensamiento recorrió los 1.200 km que separan Buenos Aires de Neuquén y le sumó unos cuantos más que deberíamos agregar para llegar a ese lugar, cuyo paisaje podía imaginar por haber vivido más de veinte años en esa provincia.

En aquella época, el trabajo y el placer me permitieron recorrer y disfrutar el sur, algo del norte, los lagos y los ríos con sus truchas, en resumen: una naturaleza que no duda, se te impone.

Necesitaba pensarlo. En primer lugar, aparecieron las cuestiones negativas. Dos años de pandemia me habían anestesiado y todo me parecía complejizado por protocolos y controles. El link del lodge de Estancia Chochoy Mallin, confirmó mi primera deducción: era lejos.

El río Reñileuvu baña la Cordillera del viento.

Mis éxitos pasados con las truchas habían sido con spinning. Gran problema: ahora todos los sitios de pesca son “preferencial mosca” y mi experiencia era literalmente nula. Por otro lado, supuse que a esos lugares solo acceden pescadores especializados.

Pero, cuando la racionalidad pone frenos, no hay nada mejor que dejarle paso a los afectos. Imaginarme con mi amigo vadeando esos ríos transparentes y compartiendo momentos, fue contundente. Nada podía ser más importante que eso. Tardé apenas unos minutos: ”Voy”, fue mi respuesta emocional.

La alegría de la decisión tomada pulverizó todos los obstáculos que mi mente intentó interponer. Ni la lluvia, ni los 44 °C de algunos días pudieron impedir que un gran pescador y maestro en los Bosques de Palermo me enseñara los primeros pasos en la técnica de la pesca con mosca. La reserva del vuelo fue sencilla. Lucas, ya me había preparado una caña # 5 completa y alistó su vehículo para el viaje desde Neuquén al lodge.

Las truchas, acostumbradas a inviernos duros, pelean como demonios.

Además, invitó a Mario, un gran amigo de él, de San Juan y que, luego de resolver sus propios inconvenientes, también aceptó. El equipo estaba listo. Nos encontramos con Mario en Neuquén.

Apenas lo ví supe que nos llevaríamos muy bien porque además del pesado bolso con los equipos, los waders, las botas, traía dos cajas: una de vino y otra de champagne de su propia bodega Augusto Pulenta.

Salimos de Neuquén por la ruta 22 hacia el Oeste, con dirección a Zapala. Luego hacia el norte para dejar atrás a Las Lajas y Loncopué. Atravesamos el Huecú y el Cholar y, por fin, a través de las montañas de la precordillera de Los Andes, arribamos al Logde antes del mediodía.

El norte de la Patagonia es la región mas prolífica para la pesca con mosca seca en el mundo. La temporada, se extiende desde noviembre hasta mayo.

Voy

El viejo casco de la Estancia Chochoy Mallín, cariñosamente mantenido, nos observaba desde un costado. Afuera, el verde del mallín alimentado por las vertientes naturales de agua pura y más allá las montañas que, silenciosas y pacientes, esperaron durante millones de años nuestra llegada.

Vivieron excelentes jornadas de pesca en un entorno natural maravilloso propio del Norte Neuquino.

En el amplio Hall de recepción, pinturas de cada una de las especies truchas, que sólo la mano de un pintor y pescador como Fabian Mrad puede lograr, nos sumergieron rápidamente en otra dimensión y nos atrajeron en un proceso bidireccional que a partir de ese instante y por todo lo que duró nuestra estadía, fundió al pez con el pescador.

En el centro del gran salón, entre la barra y la cocina, una pesada mesa de caoba invitaba a almorzar. Camila nos ofreció la bebida, Augusto, el Chef, presentó con orgullo y profesionalismo los exquisitos platos. Juan Carlos Carrera, el guía, nos tomó un liviano examen que nunca sabremos si aprobamos o todo lo contario. porque rápidamente dijo: “al río”.

El Trocoman bajaba con turbidez producto de las torrenciales lluvias de días anteriores. Por eso, en la 4×4, después de subir y bajar por huellas con grandes piedras bochas que se empecinaban en batirnos como en una coctelera, llegamos al Ñireco.

En los cauces del norte, habitan truchas arco iris principalmente.

Un pequeño cauce de aguas cristalinas, cercado por árboles traicioneros con nuestros primeros tiros de mosca pero que luego se apiadaron para permitirnos sacar las primeras truchas arco iris, de un tamaño adecuado como para ser contadas como tal.

En la primera cena festejamos nuestros pequeños grandes éxitos con Lorena Creide, la dueña del lugar, Juan y los otros guías, una pareja de norteamericanos, un piloto de helicópteros, su colaborador y mis amigos.

A la mañana siguiente, después del desayuno salimos con Juan, cruzamos el río Reñileuvu, atravesamos los poblados de Guañacos y Los Miches, el río Lileo y finalizamos en el río Buen Aire.

Ese día probamos varias moscas, vimos la sonrisa de las truchas que, decididas a no dejarse atrapar, se mofaban de nosotros. El almuerzo compartido a orillas del río compensó largamente la derrota.

En la noche, otra vez la mesa de caoba nos reunió y la charla con los otros huéspedes fue agradable y fructífera. Además de eximios pescadores de fly-casting, se habían alojado allí con anterioridad y conocían cada uno de los lugares.

Sus comentarios y anécdotas nos sirvieron para demoler otro de los mitos o prejuicios infundados, porque allí la convivencia entre los expertos y los principiantes surgió franca, enriquecedora y, sobre todo, divertida.

El tercer día, llegó la sorpresa. Pablo, el piloto de helicópteros con el que habíamos compartido la mesa, no estaba allí por error. Cómo su profesión lo indica, junto con él estaba el Bell 407 GXP, agazapado detrás de una arboleda de álamos más allá de los corrales.

En helicóptero llegaron casi al límite fronterizo con Chile

Esa mañana partimos, desde ese bello helipuerto natural en dirección a la laguna Lauquén Mallín, con un cielo de un celeste incuestionable y un viento ausente.

La suavidad del vuelo se conjugó primero, con el silencio más absoluto que nos devolvieron los auriculares aeronáuticos, para luego, suspendernos en una corriente ascendente de música instrumental, que nos llevó por encima de los cerros, hasta llegar a la laguna que recorrimos en toda su longitud para bajar en el extremo oeste, muy cerca del límite fronterizo con Chile.

Allí nos dejó el helicóptero a las 10 para recogernos a las 17, luego de un almuerzo y varias truchas más tarde. Ese tercer día fue maravilloso, de las profundas aguas azules las truchas proponían el diálogo que finalizaba cuando nuestras manos las acompañaban en el regreso a su pacífico hábitat. Cuando después del primer día me pregunté si se podía esperar algo más, la respuesta se impuso por sí misma, era esto: truchas, amigos y vino.

A nuestro alrededor, las montañas conteniendo a la laguna que compite con ferocidad para robarle al cielo su celeste , la brisa que apacigua el sol y que pronto, al final de la tarde se convertirá, como corresponde, en viento patagónico.

Los tres amigos comparten un chivito al asador.

Solo disponíamos de la mañana del cuarto día y por ello volvimos al Ñireco, a unos pozones que auguraban otra jornada exitosa pero, las truchas no estuvieron de acuerdo. Quizás, ya había corrido la noticia de que el trío implacable andaba por allí. Nada importaba, el respeto mutuo se había logrado.

Al volver al lodge para preparar los bolsos y emprender el regreso, apenas entramos y dimos la vuelta cerca de los galpones, allí rodeados por un fogón de piedras autóctonas enormes, dos gauchos doraban un chivito.

No tardamos mucho en arrimarnos al humo para compartir el diálogo que entre mate y mate mencionaban al cóndor y su forma de aprovechar las corrientes de aire. Al puma y su agilidad nocturna para matar abusivamente sin ser visto, al piño, voz local con la que nombran a su rebaño caprino, que es parte de su vida y al perro pastor, fiel protector del piño.

Como se imaginarán para la despedida los abrazos se fundieron con muy pocas palabras. No hacían falta. Nunca el tan lejos estuvo tan cerca.


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