Mariana sube a las montañas de Bariloche, y con sus acuarelas las vuelve eternas

Con su cuaderno de acuarelas en mano, comenzó a adentrarse en el mundo de la pintura al aire libre en Bariloche.

«Cuando miro una de mis acuarelas, no solo veo el paisaje, sino que recuerdo todo lo que sentí en ese momento», dice Mariana Di Bella.

Mariana Di Bella corre y pinta. Cada sábado, al amanecer, se pierde entre los senderos de las montañas de Bariloche, junto a un grupo de amigos que comparten con ella el amor por la naturaleza y el esfuerzo físico. Además, durante la semana, entrena, y esa disciplina se ha convertido en su refugio, el espacio donde recuperar su tiempo, esa libertad que le costó encontrar. Fue en esas salidas, mientras ascendía por los caminos irregulares de la cordillera, cuando comenzó a ver los paisajes que deseaba llevarse consigo. Y así, con un cuaderno y acuarelas, empezó a subir a la montaña para inmortalizar lo que veía.

Tiene 50 años y no es de ninguna ciudad, si no de todas. Su papá trabajaba en obras viales por lo que creció y pasó su vida, moviéndose por diferentes ciudades del país a lo largo y a lo ancho. De más grande, pasó varios años en La Rioja y desde hace 29 años está en Bariloche.

A los 31 años, harta de la vida en La Rioja, aceptó una oferta de trabajo en Bariloche. Aquel trabajo de temporada se transformó en un destino al que nunca renunció. “Dije, si aguanto el invierno, me quedo”, recuerda. Y así fue: en esa ciudad del sur de Argentina, rodeada de bosques, lagos y montañas, encontró lo que muchos buscan sin encontrar: libertad.

Hasta hace diez años trabajó en turismo, pero era esclavizante y comenzó a sentir nuevamente la necesidad de cambiar. “El turismo receptivo es desde el 1 de enero a la mañana, al 31 de diciembre a la noche. No tenía mi tiempo libre, no podía viajar, hacer nada, vivía para trabajar y me empecé a sentir realmente mal. Quería tener feriados, fines de semana”.

Fue así que apareció una oportunidad en una empresa barilochense que hace accesorios para la industria del petróleo, y demás y comenzó a trabajar con horarios fijos. Podía hacer un plan para el fin de semana y eso cambió todo.

Mariana nunca estudió pintura, pero siempre tuvo un amor secreto por el arte. “Era autodidacta, me compraba acuarelas baratas y pensaba: ‘¿quién puede pintar con esta porquería?’”, se ríe mientras rememora esos primeros días de frustración. En 2018 hizo un taller, en el que no aprendió mucho, pero descubrió que había materiales que hacían la diferencia. La técnica, la pasión y el deseo de capturar lo que veía, la llevaron a perfeccionarse. “Para mí, la acuarela tiene algo mágico. Es ligera, rápida de transportar, y el agua le da una imprevisibilidad que me gusta”.

Siempre había disfrutado eso de salir afuera a pintar. En Bariloche hay un grupo de croquiceros (personas que dibujan al aire libre) con el que salió un tiempo a compartir. Descubrió que había un colectivo internacional que se llama Urban Sketchers , y se comenzó a meter en ese mundo (ver abajo). “Salís a dibujar y tal vez estás frente al mismo espacio y cada uno con diferentes medios, técnicas hace algo totalmente distinto. Compartir con los demás, sobre los materiales, lo que hiciste es muy lindo y te mantiene afuera, que es algo que a mi me encanta”.

Los urban squecher tienen que estar observando lo que están dibujando. Muchos dibujan la arquitectura, pero lo que más tenía a su alrededor eran paisajes. “Siempre salimos a correr con los chicos, y cuando paso por algunos lugares muy rápido, digo que lindo para pintarlo, y anoto, ‘acá debo volver’”, dice.
La mayor parte de las veces vuelve a pintar sola. Hay mucho que caminar y no a todos les gusta. Cuando encuentra el lugar, se sienta a dibujar y se despreocupa: nadie la está esperando.

“Me concentro muchísimo, el tiempo vuela. Muchas veces estoy pintando y se acercan a decirme, ‘que lindo lo que haces me encanta’. Te llevás algún comentario. Los niños son muy graciosos, porque no tienen filtro. Son los críticos más feroces”, dice y se ríe.


Recuerdos eternos


En muchos de sus viajes, los lugares le llaman la atención y ella busca retratarlos en una foto. Pero cuando vuelve a aquellas imágenes, solo hay un lugar, fijo, olvidado, sin significado alguno. En cambio, siente que con la pintura, ese instante se vuelve eterno. Las acuarelas que lleva consigo son como pequeñas cápsulas del tiempo. En cada trazo, en cada mezcla de colores, se guarda una parte de su experiencia.

“Cuando miro una de mis acuarelas, no solo veo el paisaje, sino que recuerdo todo lo que sentí en ese momento: el clima, la gente a mi alrededor, hasta las conversaciones que escuchaba. Es como si el cerebro absorbiera todo y luego lo volcara en la pintura”, dice. Para ella, cada acuarela es un viaje en el tiempo, una manera de preservar los momentos.

Probó otros medios para dibujar pero siempre vuelve a las acuarelas. Entre otras cosas, porque son ligeras, rápidas de transportar. “Además es impredecible, porque el agua hace lo suyo”, dice y cuando le dicen pintora se sonroja.

Aclara que no estudió pintura, y se cataloga como “una caradura que pinta”. “Argumenta que cuando a alguien le gusta algo, le pone pasión, lo intenta y se esfuerza para hacerlo. “Yo le pongo empeño, a veces me frustro, rompo cosas y las tiro porque no me sale. Soy una crítica feroz de lo que hago, siempre creo que pude hacerlo mejor”.

Mariana no tiene la intención de hacer de su pintura una profesión. Su objetivo es mucho más sencillo: documentar lo que ve, como si sus acuarelas fueran un diario visual. “No quiero hacer arte por el arte. Solo quiero pintar lo que veo, como lo vivo”, asegura.

Sus amigos le sugieren que debería vender sus obras, pero ella es reacia. “Mis acuarelas están en mi cuaderno, y ahí se quedan. Es como si fuera parte de mí”, dice con una sonrisa cómplice, como si compartiera un secreto.

Y aunque no busca hacer dinero con su arte, de vez en cuando alguna de sus pinturas se convierte en regalo. Ha pintado tazas con sus diseños, y si alguien le pide una acuarela, puede hacerlo, pero siempre será una reproducción. “Las originales están en mi cuaderno. No las saco de allí, por lo menos por ahora”, afirma.


Montañas y acuarelas


Esta semana, la planta cerró, y Mariana aprovechó para salir más de lo habitual. Pintar, para ella, es un acto que requiere paciencia, pero también la presencia absoluta. No puede salir cualquier día; debe analizar el clima. “Ahora salí mucho, porque en días laborales no es tan fácil”, explica con una sonrisa. Aprovechó la oportunidad: el 1 de enero dejó todo listo y, bien temprano el 2, se dirigió hacia el Cerro López. En su mochila, cuidadosamente organizada, metió su cuaderno, las acuarelas, protector solar, agua, lentes, el teléfono.

“Soy lenta para pintar”, dice, mientras rememora sus salidas. El día que subió a Frey, logró completar solo una acuarela. Quería hacer dos, pero la luz se desvaneció y la hora avanzó rápidamente. En el cerro Jakob, el calor abrasante y el viento que secaba el agua hicieron su trabajo más difícil. Un día fue al Cajón Casa de Piedra, un arroyo cerca de la casa de sus padres eligió un lugar incómodo, pero también encontró belleza.

Al regresar de una de sus salidas, compartió en las redes @doodlesnendorphins un pensamiento: “Dos horas y media de caminata para llegar al lugar, con unas vistas impresionantes de las agujas del Cerro Catedral, donde está el refugio Emilio Frey, uno de mis lugares favoritos”. A la ida (y vuelta) estuve pensando en un libro que aún tengo que leer: ‘Los conquistadores de lo inútil’ de Lionel Terray Y también en algo que escribió Oscar Wilde en el prefacio de ‘El retrato de Dorian Gray’: ‘Todo arte es completamente inútil’. Hay algo de inutilidad y de absolutamente necesario en subir montañas y convertirlas en acuarela”.


Urban Sketchers una comunidad global de dibujantes


Para los Urban Sketches, la inspiración está por todas partes y en todas las situaciones de la vida cotidiana. Este movimiento internacional, una organización sin fines de lucro, está compuesto por grupos locales conocidos como “capítulos”, que existen en diferentes países. Cada año, celebran un simposio internacional, que en 2024 tuvo lugar en Buenos Aires. Fue en este evento donde Mariana participó trabajando como voluntaria.

“Había gente de todo el mundo”, recuerda. “Japón, Nueva Zelanda, Francia, Dubái, América Latina… Todos reunidos en talleres donde podías elegir en cuáles participar”.

Ella ya conocía a algunos de los participantes locales, con quienes compartieron momentos fuera de las actividades: se reunían a comer, y como no podía ser de otra manera, todo giraba en torno al dibujo. Ya fuera lo que estaban comiendo o las personas que tenían frente a ellos, todo se transformaba en un cuadro.

“Fue una experiencia muy enriquecedora. Compartí con mucha gente con una energía increíble, a la que le gusta sentarse (ya veces hasta pararse) a dibujar en cualquier lugar”, dice.

Mariana Di Bella comparte su arte en redes: @doodlesnendorphins.


Certificado según norma CWA 17493
Journalism Trust Initiative
Nuestras directrices editoriales
<span>Certificado según norma CWA 17493 <br><strong>Journalism Trust Initiative</strong></span>

Formá parte de nuestra comunidad de lectores

Más de un siglo comprometidos con nuestra comunidad. Elegí la mejor información, análisis y entretenimiento, desde la Patagonia para todo el país.

Quiero mi suscripción

Comentarios