El gaucho neuquino en Qatar: cómo celebró las hazañas de Messi sin irritar a los croatas grandotes que lo rodeaban

Siguen las aventuras del camarógrafo Carlos Monsalve en el Mundial. Consiguió una entrada sobre la hora para la semifinal, pero le tocó en el medio de los croatas. Cuando uno lo insultó por la bandera, los otros lo defendieron. ¿Cómo hizo para ganárselos? La historia de otra noche inolvidable.

Carlos Monsalve entre los croatas con la bandera de su tierra.

El de Qatar 2002 es el sexto Mundial para el camarógrafo Carlos Monsalve. Nacido en Chos Malal en el norte neuquino, radicado en Plottier en la costa del Limay hace 27 años, anda vestido de gaucho en el Golfo Pérsico con los ojos bien abiertos para no perderse detalle. Desde que conoció esta maravilla en Francia 1998, siempre se las ingenió para no perderse esa cita para locos por el fútbol de todo el planeta cada cuatro años. Y si ya es glorioso ir a alentar a Argentina, también disfruta a pleno del otro lado, de la chance de mezclarse con hinchas de otros países en los estadios, las calles o los bares. Conversar, con palabras o con gestos, intercambiar experiencias, llevarse un recuerdo de esos que perduran. Y olfatear cuál es la mejor jugada para no quedarse afuera de la fiesta.

Rumbo al estadio, con hinchas árabes de Messi y la Selección. Foto: Carlos Monsalve.

En busca de una entrada para la semifinal


Algo de todo eso pasó ayer. Porque cuando parecía que ya no había forma de ir a ver Argentina – Croacia e iría al Fan Fest como contra Países Bajos, su instinto lo salvó. Se fue al centro, en la inmediaciones del Centro de la FIFA donde se entregan las entradas y cuando quedaba apenas una hora para la semifinal apareció en las inmediaciones un hincha que no podía ir y vendía la suya a un precio apenas algo mayor al original.

Entre los hinchas croatas. Foto: Carlos Monsalve.

«Milagro», pensó Carlos, puso los ahorros y encaró para el metro. «Me podría haber matado con el precio pero no, no lo hizo», dice aún asombrado ahora, el día después. Ayer no le daban las alpargatas para correr, con su bombacha gaucha, la camiseta albiceleste y el sombrero de su tierra. Llegó justo a tiempo, buscó el sector de su ticket. Cuando lo encontró, supo que había un problema.

-La entrada era excelente, fila 18, la mejor que tuve, estaba ahí nomás, los veía al Dibu y a Messi cerquita, hasta podía gritarles. Pero estaba toda Croacia detrás de ese arco, me tocó en el medio de todos -cuenta. Caminó despacito hasta su butaca y se abría camino con una sonrisa y dos palabras: «Hola amigos». Solo detectó una camiseta de Argentina cerca.

-Era de Bangladesh y tenía una peluca celeste y blanca -dice. Igual hizo dupla: mejor ser dos con la camiseta.


El pasaporte Modric


A esta altura del Mundial, Carlos se mueve con soltura entre los árabes para comunicarse. Porque se bajó una aplicación al celular que traduce al español y porque sabe que con alguna palabra en inglés y gestos universales se las arregla.

Pero ayer era otra cosa. El inglés cerrado de los croatas complicaba todo. Y el tamaño de algunos de los hinchas también. No solo no había ninguna chance de cantar la de la camiseta es un mantel; también eran minutos de sonreír y aplaudir el himno de ellos: nada que le costara demasiado, es lo que acostumbra hacer. Igual notaba que algunos de los roperos lo miraban de reojo.

El primer recurso fue mostrar que en el chaleco tenía las banderitas de todos los mundiales en los que estuvo. Y la de Rusia 2018 traía un gran recuerdo para los croatas: aquella vez, en la fase de grupos, los que ganaron 3 a 0 fueron ellos. Carlos les mostraba en el celular la foto que se tomó aquella noche de hace cuatro años con un hincha croata. «Ahí se agrandaron un poco, decían que la historia se iba a repetir, pero me sirvió para romper el hielo»; dice.

El segundo fue mostrar su foto con Maradona cuando Diego estuvo en Neuquén en un Ruca Che repleto en el 2008 para jugar un partido de Showbol.

La foto con Maradona la muestra con orgullo en todo Qatar.

-Con esa se volvieron locos los croatas. Ellos tampoco no quieren a los ingleses -cuenta.

El tercero fue elogiar a su estrella.

-Modric very good. Modric y Messi very good -soltaba y ponía las manos a la misma altura. Empardarlo con Lío fue una buena decisión. «Además, era el único nombre que me acordaba. A ellos les gustó eso», dice ahora.

La desazón de los croatas. Foto: Carlos Monsalve.
La sonrisa del final.

Tanta buena onda aflojó cuando Messi clavó el 1 a 0 de penal. Se percibía en el aire y por las dudas optó por no gritarlo.

-Más allá de que eran grandotes me pareció una falta de respeto -explica.

Las cosas se complicaron cuando sacó la bandera albiceleste, la que dice Patagonia, Chos Malal y Plottier, esa que le repasaron con un fibrón los taxistas de Bahréin, donde se alojó por 2.900 pesos la noche antes de llgar a Doha. ¿Qué pasó? Se enojó uno de los roperos.

-Me insultaba en croata. Por la cara seguro que me insultaba -dice Carlos. Pero los otros intervinieron.

Le hacían gestos de que se calmara, como que estaba todo bien conmigo -explica.

Tampoco gritó los otros dos golazos.

-Hice como los jugadores le hacen un gol a su exequipo. Levanté la mano tranquilo -cuenta.

En el últimos minutos, cuando vio que lloraban, no sacó ninguna foto.

-Me pareció una falta de respeto, queda feo eso -dice.

Cuando terminó el partido, varios croatas se acercaron para sacarse una foto con él, con la bandera y todo. Los despidió con un apretón de manos y después encaró otra vez para el metro, con la sonrisa más grande del mundo.


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