«El Yeti de Copahue»: así es la vida de Nico, único poblador de la villa termal tapada por la nieve
Nicolás Canter trabaja en la temporada de verano y se queda en los meses más fríos. Entre travesías por la cordillera y esquiar sobre nieve virgen, cuenta cómo es vivir en ese paraíso blanco: "Espero todo el año este momento".
Es cerca del mediodía y Nico acaba de salir a dar una vuelta con gorro, bufanda y campera: el termómetro marca tres grados bajo cero en la cordillera de Neuquén. Ahí, a un puñado de kilómetros de Chile, se detiene a mirar el panorama: las montañas pintadas de blanco en una vista 360° al norte de la Patagonia, a unos cien metros el vapor de las lagunas de aguas termales que vienen del volcán Copahue con la temperatura suficiente para no dejarse cubrir por las nevadas, más allá las hosterías cerradas en las que se acumulan metros y metros de nieve según cómo arme los bardones el viento, el innombrable que no quieren convocar y siempre hace lo que quiere, como cuentan los pioneros. Más cerca, las huellas de sus pisadas, las del único habitante fijo y civil de la villa termal que queda sepultada por el manto blanco en el invierno. Solo lo acompañan cuatro efectivos de Gendarmería que rotan cada 15 días en el destacamento a unos 800 metros de donde para él. “Siempre digo que vivo en un paraíso, espero todo el año este momento”, dice Nicolás, deslumbrado por la belleza de esta tierra de araucarias, lagos, arroyos, cascadas y picos nevados como la primera vez. Esta es la historia de ese amor a primera vista.
Este es el lugar en el mundo para Nicolás Canter desde que acompañaba a su madre a hacer la temporada de verano en las Termas de Copahue cuando llegaron desde Zapala en los 90′. Siempre se las ingenió para quedarse un poco más después. Y desde hace cinco años, desde que la conexión eléctrica permanece en los días más fríos del año en la villa, ahí se queda en un departamento de la Hostería Hualcupén, donde trabaja del 1° de diciembre al 1° de mayo cuando llegan los turistas, aunque suele instalarse un par de meses antes para hacer ajustes de mantenimiento y pintura.
Con lo que ahorra en verano, se financia en el invierno. Ahora, con las aguas termales que corren debajo como losa radiante natural, puede andar en patas aunque a veces para salir no queda otra que agarrar la pala y cavar. Hay señal y Wifi si el innombrable lo permite y con la teve satelital puede ver lo que le gusta, los documentales de naturaleza y animales. ¿Hay por acá? «Algún zorrito, alguna liebre», responde. Y las visitas de los reyes de los Andes, los cóndores. «Vienen a chusmear», dice y se ríe.
Antonieta, la perra que lo acompañó en varios inviernos ya partió de este mundo y aún la extraña. «De viejita, tenía 14 años. Iba conmigo a todos lados, una genia«, dice Nico. «Me anoté en los grupos de adopción a ver si puedo conseguir una cachorrita, son muy leales y compañeras las hembras, los machos hacen más lío con lo de marcar territorio», explica con una sonrisa. Por estos días lo acompaña el gato Thor.
¿Novia? «Y es difícil, hay que ser muy especial para pasar el invierno acá«, responde. «Pero igual siempre hay una alegría», agrega y se ríe otra vez.
Esquiando al almacén en Caviahue
Una vez por semana, según cómo venga de provisiones, baja a Caviahue, a 1600 msnm. Son 19 km por el camino intransitable en estos días, pero 8 km en línea recta que recorre feliz en unos 45 minutos de snowboard sobre nieve virgen, entre araucarias milenarias y lagunas congeladas donde los efectivos del Ejército que irán a la Antártida hacen el entrenamiento previo por la similitud de condiciones.
Para volver, le mete unas tres horas de trepada, porque Copahue está a 2050 metros, 450 más arriba. Y para eso transforma la tabla de splitboard en esquíes de travesía con piel simil foca para evitar deslizarse hacia atrás. Y así, paso a paso, sube con la mochila de 60 litros cargada con yerba, fideos, arroz, galletitas, frutas y verduras, nada rebuscado.
Además de chequear que todo esté en orden en la hostería, otros amigos le piden que se dé una vuelta por sus cabañas que dejan bien cerradas para cuando llegue la nieve. Como un sereno solitario en la villa, él va, mira y les comparte fotos. “No me cuesta nada”, explica.
Y desde que Adrián de Caviahue Aventuras alquiló el Refugio El Montañés en Copahue, también tiene trabajo en el invierno: desde excursiones en moto de nieve y travesías sobre tablas a pasar bien tempranito a encender la calefacción y controlar que el agua corra en el refugio para que cuando arriben desde Caviahue los turistas todo esté en orden.
Este año, por primera vez, quienes lleguen hasta ahí primera vez podrán dormir en Copahue en el invierno, en la Hostería Hualcupén. Llegarán en orugas y motos de nieve y te prometemos contarte en detalle pronto en el Voy. “Va a estar bueno”; dice Nico.
El año pasado no solo llegaron al refugio quienes contrataron las excursiones, también ser acercaron vecinos de Caviahue y visitantes en sus propias motos de nieve o esquíes de travesía. Así son las cosas por acá, en esta maravilla de la Patagonia a 360 km de Neuquén capital, el último tramo por la espectacular ruta 26 que pasa por el Cajón del Hualcupén, bordea vallecitos donde tienen sus puestos los arrieros y desemboca en el azul profundo del lago Caviahue, con la primera línea de cabañas y hosterías a sus orillas, el centro de esquí a la derecha a apenas un kilómetro y medio y el volcán Copahue detrás.
Esquiar sobre nieve virgen
Mientras espera que comiencen las actividades invernales, nada mejor para Nico que salir a explorar ese mundo blanco que se abre ante sus ojos. Si bien disfruta el esquí en las pistas pisadas de los cerros, esto es otra cosa. “Esto es Disneylandia”, dice.
Por eso, si el viento no está furioso, sale a buscar desde donde tirarse. «Hasta unos 30 km/h se banca bien. Si sopla más fuerte se complica», cuenta Nico que chequea el pronóstico en Snow Forecat.
Suele acompañarlo su amigo Matías que se acerca desde Caviahue para caminar y trepar rumbo a Chile, pero sin cruzar la frontera como sí hacen los artesanos trasandinos que vienen desde Trapa Trapa y ofrecen sus productos en el verano en Copahue . Ahora es invierno, tiempo blanco.
Una trepada de esas puede llevar tres horas para un descenso de cinco minutos, pero vale la pena, algo así como la épica escena de Alterio en Caballos Salvajes pero en Copahue, las splitboards en modo snowboard y cóndores que sobrevuelan curiosos. “Se disfruta cada segundo”, dice Nico. “A veces vamos parando para estirarlo un poquito”, relata.
Cargan y comparten toda la info del recorrido en Wikiloc y toman precauciones: no pierden nunca contacto visual y llevan un handy cada uno que solo permite el contacto entre ellos. ¿Es peligroso? “Puede serlo, depende de cómo tomes este deporte. Sabemos que hay riesgos, es parte de la adrenalina. La clave es bajarlos lo más posible”, responde Nico. Aunque lo han hecho, es raro que hagan dos descensos en un día, porque come mucha pierna y lleva muchas horas.
“Después hay que volver, no sabés cómo te quedan las piernas. Un chapuzón termal ayuda a relajar. Después me hago unas tortas fritas y me tomo unos buenos mates”, explica Nico en modo Gardel de la montaña, aunque no se hace cargo, lo vive como algo natural. “Y aparte estas salidas me sirven de entrenamiento, porque ahora cuando vengan los turistas hay que estar al 110 %”, agrega.
Cuando eso ocurra, baqueano de este territorio de frontera, se sumará a las excursiones en motos de nieve y las travesías sobre tablas. Mientras tanto, cada día es una invitación a disfrutar de lo que supo ganarse: «Estar acá es un privilegio», dice y la charla termina: ya es tiempo de chequear el pronóstico y planificar la próxima aventura.
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