Don Ramón, el gaucho de 91 años que sale a trabajar al campo en la Patagonia y le enseña a sus nietos
En Cholila, al noroeste de Chubut, sale a recorrer sus tierras con su noble caballo Corcho y le comparte a las nuevas generaciones lo que aprendió a lo largo de una vida de esfuerzo y sacrificio. Esta es su apasionante historia.
A sus 91 años, don Ramón Guzmán sale con Corcho, su noble caballo criollo, como en los viejos tiempos en busca de sus animales en El Destino, el campo en Cholila en el que se afincó con su familia con apenas cuatro años en la década del ‘30. Ahí, en plena cordillera de los Andes, aún hoy se llega después de cruzar el río Carrileufu en bote en este paraíso al noroeste de Chubut, como aquella primera vez que lo hicieron con unos dos mil ovinos y el sueño de encontrar un lugar en el mundo. Al final del día, después de una vida a puro esfuerzo, siempre hubo un plato de comida en la mesa y hoy son cuatro las generaciones que ponen el hombro y se reparten las tareas: su hijo Nobel, su nieto Franco y hasta su bisnieto Benjamín de 9 años (de visita en las vacaciones de invierno desde Esquel, a 145 km) dan una mano. Fiel a la tradición de los arrieros, como buen jinete, Benja aprendió a silbar antes que a hablar. Anda en el caballo de su bisabuelo. «Se hizo inseparable de Corcho. Le pusimos así porque es cortito y gordito. Es noble, resistente, manso y tranquilo como buen caballo criollo. Es ideal para él», explica el papá, Franco.
A veces, en la crudeza del invierno en la Patagonia, don Ramón se tira a descansar un rato a orillas del fueguito y entonces reina el silencio a su alrededor en la casa que nació de barro y madera pero con el tiempo sumó ladrillos y revoque. La calefacción y la cocina, como siempre, son a leña, pero hace 10 años llegó la electricidad y desde entonces hay heladera y televisor con conexión satelital. Franco instaló las antenas que les permite tener Internet.
«Cuando llegó la luz les cambió la vida», dice. Habla de su abuelo y de su abuela, María Luisa, de 86 años, que convirtieron entonces las garrafas y los faroles a querosén en un recuerdo de otros tiempos.
"A ellos lo que les gusta es trabajar"
“Si hay alguien que merece descansar son ellos, se lo tienen bien merecido. Pero igual se mantienen activos, porque el campo es su vida”, dice Franco, que aprende del abuelo los secretos del oficio en el campo y el corral y de su abuela todo lo que ocurre cerca de la casa, en la granja y la huerta.
«Es una genia, la viejita más laburadora que conozco. Por estos días tratamos que salgan poco, no tanto por la nieve como por la escarcha y el hielo, un peligro si se llegan a resbalar ellos o los caballos, pero no es fácil tenerlos adentro, a ellos lo que les gusta es trabajar, A veces vuelvo a la casa, pregunto dónde está el abuelo y me dicen: ‘Y, salió al campo…'», relata Franco.
Él y don Ramón arman una buena dupla, por ejemplo para detectar si habrá lluvias o nevadas. Franco chequea el pronóstico en su teléfono, en un portal que es raro que le erre. Y a don Ramón le basta mirar. “Si te dice que saques a los animales de las zonas inundables, hacele caso, aunque el pronóstico aun no anuncie tormentas”, dice el nieto, que ya tiene la lección bien aprendida y disfruta de esa combinación entre la tecnología y la sabiduría campera. «Te canta la posta siempre», explica.
Franco, nieto de don Ramón, solía organizar cabalgatas rumbo a la frontera con Chile, hasta a un glaciar a 3 km del límite. Su proyecto es retomarlas
Entre mate y mate, a Don Ramón le gusta contar historias de cuando era chico y con los hermanos se iban de noche con los fardos a darles de comer a las ovejas, los borregos y las vacas, cada uno con una linterna, con la misión también de alejar a los pumas por su sola presencia. “Salían en la oscuridad y andaban unos cinco kilómetros. Usaban una caña con una herradura atada y un gancho para alimentarlos. Se criaron a la antigua, otros tiempos”, relata Franco.
Ahora, cuando salen juntos si el tiempo lo permite, Franco capta cada detalle de lo que observa el abuelo para detectar, si hay una vaca o una oveja enferma o un borrego o ternero demasiado flacos que hay que ubicar cerca del casco para cuidarlos bien. «Voy atento a todo lo que vemos y a todo lo que dice. El campo es así: hay que andar, andar y andar», comenta.
En el invierno los días son cortos. Hay luz desde las 9 a las seis, seis y media. Así que aprovechan al máximo esas horas y a veces ni paran a almorzar. Tan metido en la cordillera está el campo que a eso de las cuatro y veinte de la tarde los cerros ya proyectan su sombra y los charcos se hacen escarcha rápido.
«Hasta el día de hoy labura a la par nuestra. Siempre trabajamos en familia y ahora nos repartimos así: yo le ayudo a mi abuelo con el arreo y mi hijo le da una mano a mi viejo en el corral para repartir la carga», dice Franco.
«Es una alegría verlo a Benja cuando se junta con el abuelo. Uno tiene todo por aprender, todo por delante. El otro ya sabe todo, el físico ya no le da tanto, pero la mente le sobra», agrega.
Este año vino nevador desde mayo, como en los viejos tiempos. «La nieve es linda para las fotos, pero el trabajo lo complica», comenta Franco y cuenta que hasta no hace mucho sus abuelos salían juntos a caballo. Ahora ya es tiempo de cuidarse un poco más, sobre todo en el duro invierno. Pero hasta ahí nomás. Como dice el nieto: «Es la vida que les gusta. Son así. Gente de campo. Y a nosotros nos gusta aprender cada día de ellos».
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