De la Patagonia a Brasil sola en bicicleta, 22 mil km de sueños e inspiración: «¿Dónde está tu fuerza, mujer?»

La rionegrina Silvia Díaz nació en Fernández Oro, trabajó en Bariloche y partió de Roca en febrero del 2020: casi cuatro años y 22.600 km de aventuras después, está en el norte de Brasil. Inspira a muchas mujeres a animarse a viajar, que le preguntan cómo se financia, cómo se cuida, cómo vence los miedos y dónde duerme. Aquí su historia y sus respuestas.

"Creo en la voluntad de querer vivir mi sueño de viajar y encontré en la bicicleta la forma de que sea barato y saludable. Nunca imaginé que mi cuerpo hiciera esta magia", dice Silvia, de 43 años.

Por estas horas Silvia pedalea por las rutas de Tocantins, al norte de Brasil, donde el termómetro marca más de 35°C. El viernes, bajo la lluvia, entró a un solitario restaurante a 20 km de Palmas, se presentó, le contó al dueño que era una viajera de la Patagonia y le preguntó si podía guarecerse bajo el techo y armar su carpa cerca para pasar la noche. La respuesta fue una sonrisa y un sí, como casi siempre desde que partió en febrero del 2020 desde Roca, en el Alto Valle de Río Negro, cuando la pandemia era algo que aun sucedía lejos. Van casi cuatro años y 22.600 km de aventuras sobre ruedas y a esta altura sabe de sobra que verla llegar en bici con sus alforjas cargadas genera una empatía inmediata y es difícil que alguien le niegue algo: viajar en el medio de transporte más lindo del mundo es esforzado, pero tiene sus ventajas. Sabe también que miles de mujeres la siguen en las redes y que inspira a muchas a animarse a salir al camino. Todas quieren saber cómo se financia, cómo se cuida, cómo vence los miedos, dónde duerme. Y ella les cuenta su historia, sus experiencias: ahí están las respuestas. También en esta declaración de principios: «Creo en la voluntad de querer vivir mi sueño de viajar y encontré en la bicicleta la forma de que sea barato y saludable. Nunca imaginé que mi cuerpo hiciera esta magia. Todo lo que he vivido en estos más de tres años viajando es hermoso y no lo cambio por nada. Tantos lugares, tantas personas maravillosas, tantos animales y frutas increíbles. ¿Cómo parar ahora? Es imposible: soy feliz haciendo esto que amo. Deseo con el alma que vos también te animes a vivir tus sueños. ¿Dónde esta tu fuerza, mujer?»

Orgullo. «Después de 65 km (5 km de arena y otros 60 de una mezcla de tierra y asfalto) llegué a Lagoa do Tocantins, finalizando así una de las rutas más difíciles para viajeros de bicicleta». Por estos días pedalea en el estado de Tocantins. Fotos: @vivendoavidadebicicleta2

De la Patagonia a Brasil

Silvia Díaz nació y se crió en Fernández Oro, el pueblo de Río Negro que se rebeló contra el fracking entre las chacras de peras y manzanas acechadas por los loteos. Sus padres aún viven en la ciudad que pasó de 8.000 a 20.000 habitantes en pocos años y le preguntan cuándo va a volver. «Aún falta», responde Silvia, que ya estuvo en 17 de los 26 estados de Brasil y planea conocer los nueve que le faltan y el distrito federal, deslumbrada por la geografía sobrenatural y por la calidez y la onda de los brasileños.

Buena onda en el camino. Aquí en el restaurante de Rosirene: «Me fui con el corazón lleno de amor».

«Aquí la gente es súper solidaria y alegre. Y más allá del mundo del fútbol, gustan mucho de los argentinos«, cuenta entusiasmada por WhatsApp mientras se escucha de fondo la cadencia de un samba en el restaurante rutero. Aunque no cree, la conmueve que le digan «Dios te bendiga» cuando la despiden o la ven pasar, como el trabajador que limpiaba una ruta días atrás y tantas otras veces. Y también le gusta cuando le dicen que habla lindo en su portuñol cada vez más brasileño.


Pedalear con calor extremo y 36 kilos de carga

Pedalea bajo el calor extremo que golpea a Brasil. «Estoy preparada para soportar altas temperaturas», dice. «Me acostumbré al calor, con 20°C me pongo una campera», agrega. Paradojas del destino, viene del sur y del frío, de una Patagonia donde hizo cumbre tres veces en el cerro Tronador en Bariloche, cruzó dos veces la Cordillera de los Andes a pie y se embarcó en una travesía entre glaciares de 30 km en El Chaltén en Santa Cruz. En el norte de Brasil, esa base física fue vital para atravesar una ruta de arena como en Jalapão, donde solo se puede empujar la bicicleta o ir a dedo. Eligió empujar. «Y salí fortalecida», dice orgullosa.

Un gran desafío. «Esto es Jalapão, soñé que lo haría y lo hice, aquí en los últimos 5 km de arena. Solo podía empujar».

Silvia viaja en una rodado 26 que pesa 21 kilos, a la que suma 36 kilos de equipaje, en dos alforjas y dos bolsos que protege con bolsas de alimento balanceado para perros de esas que son gruesas y resistentes. «¿Si les hago publicidad? No, no, las uso al revés, pero no me vendría mal un sponsor», se ríe.

En bajadas pronunciadas, prefiere bajarse y caminar. «La bici agarra una velocidad que es difícil de frenar», dice. Siempre le preguntan cuantas veces pinchó durante el viaje. Respuesta: perdió la cuenta. Su padre, que era peón rural y pedaleaba hasta la chacra, le enseñó a parchar y lo hace muy rápido. «Soy una profesional», bromea. Y cuando va a una bicicletería por una reparación mayor, en general le hacen descuento o incluso no le cobran.


Así planificó el viaje

Tras la primaria en la Escuela 287 Lucinda Larrosa y la secundaria en el CEM 14 el horizonte le presentaba la chance de conseguir empleo en la fruta como tantos vecinos, pero optó por radicarse en Bariloche para estudiar el profesorado de Educación Física con Orientación en Montaña.

Era docente e instructora de esquí cuando un día pensó que esa rutina tan disfrutable le impedía hacer lo que de verdad quería hacer: viajar. Había recorrido América a dedo en las vacaciones, pero siempre había regresado.

Esta vez fue distinto: la ayudó a decidirse aquel posteo de una mujer feliz que recorría el mundo en bicicleta. Y entonces se decidió renunció, vendió su auto, sus equipos para la nieve y volvió a Fernández Oro a planificar lo que vendría. Para eso, consiguió dos trabajos y ahorró todo lo que pudo para financiar el primer tramo de la travesía.

En el comienzo de la ruta Transamazónica.

Partió de Roca el 3 de febrero del 2020, atravesó La Pampa, Buenos Aires y se metió en el Litoral. Quería ir a Uruguay y cruzó por el Puente Artigas que une Colón en Entre Ríos con Paysandú. Con la App Couchsurfing, que nuclea a viajeros y viajeras que comparten alojamiento, pudo encontrar donde dormir, incluyendo esos malditos seis meses de confinamiento por la pandemia que la sorprendieron en Aceguá, en la frontera con Brasil. La pesadilla pasó y pudo continuar viaje y entrar el 13 de octubre del 2020, pero con un daño colateral difícil de superar: el tiempo que el mundo se detuvo le consumió buena parte de sus ahorros.


Cómo se financia y cómo se cuida

El momento más temido ocurrió en Mato Grosso, al centro oeste del país, tierra de jaguares, yacarés, haciendas y el pantanal que hizo famoso una telenovela. Era mayo del 2021 y fue ahí que se quedó sin dinero. ¿Qué podría hacer entonces una cicloviajera sin fondos? «No sabemos de nuestros dones hasta que los necesitamos», dice Silvia y cuenta que aprendió a hacer artesanías, aros, collares y pulseras que pudo vender a medida que avanzaba: «Fue hermoso descubrir eso, que podía hacerlas con mis manos, que podía pagar mi comida con eso», dice.

Ya es la mañana del sábado y pedalea rumbo a Palmas, capital del estado de Tocantins, tan grande como Ecuador. Pronto irá a una comunidad indígena a aprender a hacer sombreros y carteras con el capim dorado, la hierba que brilla como el oro, un salto de calidad en sus artesanatos, como lo dice en portuñol. «Se venden baratas acá y caras en el exterior», comenta. La banda de sonido de fondo ya no es samba sino los motores de los camiones.

A veces se cruza con los mismos camioneros con diferencia de horas o de días, porque llegan a destino y vuelven. La sobrepasan con cuidado de un lado y desde la otra mano la saludan, tocan la bocina, siente que la protegen.

Artesanías. «Morena, una mujer maravillosa que me mostró su arte con el capim dorado».

Pero no siempre es así. Y la experiencia de viajar a dedo le dio las herramientas para plantarse cuando hace falta, aprendió a usar las palabras y el tono necesarios si alguien se pasa de la raya. A bajarse de un auto o un camión. O a irse. Como la vez que un automovilista brasileño detuvo la marcha, se acercó a hablar y a los pocos minutos le preguntó sin rodeos si quería tener sexo. «Me enojé mucho, le grité que eso nunca le pasaría a un hombre y me fui. Se quedó solo, pensando», recuerda. Los ve venir: «Cuando llevan la charla al tema sexual hay que cambiar el tono y el tema. Si te reís o te pones nerviosa es una mala señal. Hay que ponerse firme», recomienda.

¿Cómo se cuida? «Busco lugares seguros, me presento, siempre al entrar a un pueblo pregunto a los vecinos qué lugar recomiendan para armar la carpa. Las estaciones de servicio también son una buena opción. Y no tengo miedo, creo en las energías. Si pensás que algo malo puede pasarte, hay más chances de que ocurra», dice Silvia. «Me gusta que se vea que una mujer puede viajar sola. Siento que cuando una mujer y un hombre van juntos en bicicleta parece que la fortaleza fuera del hombre, que él la llevara, que ella acompaña. Y no es así. Yo invito a las mujeres a que vayan por sus sueños, son fuertes, pueden«.


Paraísos de Brasil: de la Ruta Transpantaneira a las piletas naturales

A la hora de elegir los lugares que más la impactaron menciona primero la Ruta Transpantaneira en Mato Grosso, de 147 km de tierra y 126 puentes de Poconé a Puerto Jofre, desde donde parten las embarcaciones con los turistas. Es un épico camino elevado: de diciembre a mayo los ríos y la lluvia inundan la llanura. Entre vacas que pastan cerca de la orilla salen las lanchas hacia el reino del jaguar, el Pantanal, el felino más grande de América.

Un jaguar en Pantanal.

Silvia en las piletas naturales de agua cristalina que brota de manantiales. Fotos: @vivendoavidadebicicleta2

Entre tantas otras maravillas, también la impactó la ruta de arena en Jalapão. Hizo nada menos que 263 km en el Parque Estatal y nadó en los manantiales que forman piletas naturales de agua cristalina y un azul turquesa difícil de olvidar. Es un paseo que los turistas hacen en 4×4, ella llegó empujando la bici y la invitaron a pasar el día.

Hay muchos otros paraísos que podría poner en un top ten, como las playas del sur y del norte, o todo ese Brasil profundo que conoció al atravesar el país por el centro. Lo suyo no es armar rankings de lugares con fotos para Instagram, pero sí compartir en las redes sus experiencias y su agradecimiento a tantas almas nobles. Lo suyo es vivir hoy lo que va a recordar mañana: «Es lo que nos llevamos de este mundo».

Es la tarde del sábado. Ahí va Silvia, pedalea con su sonrisa contagiosa, convencida de que para eso están los caminos, para llevarte a tus sueños.

Más fotos y videos: https://www.instagram.com/vivendoavidadebicicleta2/


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