De candidato a intendente de Allen, a vivir en Barcelona

Gustavo Ortíz fue periodista y también productor de seguros. Hace tres años decidió hacer un cambio rotundo en su vida. Armó las valijas, llegó a España y se “reinventó”.

Gustavo Ortíz, de Allen a Barcelona, otro patagónico por el mundo. Foto gentileza.

Gustavo Ortíz tiene 48 años y vive en Barcelona hace tres. Es de Allen, donde fue periodista de radio durante 25 años y todos lo conocían. Estudió comunicación en la Universidad del Comahue y también fue productor de seguros (hoy sigue trabajando su cartera de clientes desde allá).  El interés por lo social lo llevó a ser dos veces presidente del Rotary Club y hasta fue candidato a intendente por la ciudad en las últimas elecciones. Dejó el periodismo y la política, dos actividades que requieren un fuerte anclaje con el territorio, armó sus valijas y se fue. Por ahora no tiene pensado volver en el mediano plazo. “Tal vez más adelante”, duda este patagónico por el mundo. 

Por primera vez fue a Barcelona en 2019 de vacaciones a visitar a la hija de quien entonces era su pareja. “Me encantó la ciudad y se me prendió la lamparita del por qué no. Yo tengo la doble ciudadanía, mi papá era español así que tenía todo servido como para venir, no era tan complicado”, recuerda. En febrero del 2020 ya había tomado la decisión con su pareja de ir él primero “para probar”. Pero un mes después la pandemia lo obligó a cambiar los planes. Recién se fue el 9 de octubre del 2021.  

Hasta entonces, Gustavo (o Guchi, como le dicen sus amigos), había vivido casi toda su vida en Allen, salvo cuando se casó y se fue a vivir cinco años a Bariloche donde fue jefe de redacción de un diario que ya no existe y también trabajó como prensa del centro de esquí. Después volvió por cuestiones familiares. En ese lapso, había viajado dos veces a Europa por vacaciones (su esposa era suiza). Eso le había abierto la cabeza y las cosas empezaron a cambiar.  

Con la cuestión política y social empezó a sentir que “no se podía cambiar nada, que todo era imposible”. “Pasa el tiempo, te vas haciendo grande y te empezas a preguntar cuánto hice, hasta donde llegué. Entonces te priorizas vos y decís hasta acá. Con la comunicación, empecé a perder la sensibilidad, ya todo me daba lo mismo. Sentía la monotonía de todos los años las mismas noticias. Todo ese “cúmulo de cosas”, el “no tener más ganas”, fue lo que lo impulsó no solo a cambiar de geografía sino a “reinventarse” en otro lugar.  

Al principio, en Barcelona trabajó en cuestiones comerciales o de ventas, nada relacionado a lo suyo en particular: “Trabajé en Médicos Sin Fronteras y como vendedor en una empresa de energía de placas solares. Hace seis meses recién me contrataron de una empresa de seguros para un cargo con sueldo fijo, a cargo de un grupo de vendedores y sin horarios para ir a la oficina, de lunes a viernes, con 31 días laborables de vacaciones. Es el trabajo que venía buscando, pero constó conseguirlo”, admite.  

Desde que está allá varias personas lo contactan y le preguntan cómo hacer para ir. “Lo primero es tener papeles porque si no es muy difícil”, responde, “si no, no te pueden contratar porque acá está todo mucho más regulado que en Argentina. Acá es todo más serio y uno se va acostumbrando a eso también”.  

Gustavo se siente muy a gusto en España y asegura que no fue difícil adaptarse y que, por el contrario, se siente muy cómodo. Sin duda, el tema del idioma es una gran ventaja: “Aparte la cultura es muy similar entonces te sentís casi como en casa. Además, en Barcelona la cantidad de argentinos que hay es impresionante. Caminás y te cruzás con un argentino a cada paso». 

Por otra parte, es el carácter de la ciudad lo que hace que para Gustavo nada le sea ajeno. “Barcelona es multicultural. El mundo está acá, hay gente de cualquier parte del mapa, escuchás idiomas que ni sabes de dónde son y te podés contactar con gente que en tu vida hubieras imaginado conocer”, expresa.

Gustavo Ortíz, de Allen, en Barcelona. Foto gentileza G.O.

Hace tres años que Gustavo se fue y todavía no volvió a Allen. Tiene familia: sus tíos y primos. Es hijo único y sus padres ya fallecieron. Estaba en pareja hace 15 años y «por cuestiones de la vida» se separó hace poco. Ella decidió quedarse en Argentina, él no quería volver y y era difícil mantener una relación a distancia. Hoy son amigos y hablan una vez por semana. 

“No extraño la comida porque conseguís de todo. No es como antes que decías ‘viene alguien de Argentina, traeme yerba’. Hoy venís al super y tenés cosas argentinas: harina, yerba, dulce de leche. Hay negocios exclusivos de productos argentinos. Ni siquiera los sabores podes extrañar. Hacer un asado, bueno, eso sí”, admite, “no hay mucho lugar para hacerlo. En Allen tenía parrilla, pero acá no porque vivo en un departamento”. 

Gustavo no puede disimular el amor que en estos años le despertó la ciudad: “Me dicen ‘vos estás fanatizado’. Yo estoy enamorado de Barcelona, a mí me encanta”, resalta, “tenés tantas cosas para recorrer, el mar de un lado, la ciudad al medio, y la montaña del otro. En 15 minutos estás en la playa, en otros 15 en un bosque. Tenés shoppings de tres pisos con las mejores marcas, cosas que en Allen y en la Patagonia sabemos que no tenemos”, se ríe.  

Un monasterio del medioevo, La Rambla, La Sagrada Familia y las playas: cosas que no te podés perder si vas a Barcelona 


En primer lugar, Gustavo dice que si vas a Barcelona tenés que caminar por La Rambla, el emblemático paseo de la ciudad que va entre la plaza de Cataluña, en el centro, y el puerto antiguo. Hay puestos de flores, restaurantes, kioscos, artistas callejeros y gente, mucha gente.  

La Sagrada Familia, es otro punto clave. Todo el mundo tiene que ir, es una obra espectacular e increíble por dentro y por fuera. Todo lo relacionado a Gaudí se llena”, acota. También son “paseos obligados” el Arco de Triunfo, el casco antiguo de la ciudad, la catedral y el barrio Gótico. Para sentirse adentro de una película del medioevo. 

“Otro sitio para visitar es Monserrat, un monasterio del medioevo ubicado en la cima de una montaña. Está a dos horas en tren desde Barcelona. La vista es espectacular y es enorme, una miniciudad montada ahi”, dice Gustavo que ya fue por tercera vez y siempre que va alguien de visita lo lleva a ese lugar.

Monserrat en Barcelona. Foto gentileza G.O.

También recomendó las playas de Barcelona, en plena ciudad, que se cuentan entre las mejores de España y hay para todos los gustos. Compartió una curiosidad poco conocida: es que la playa no es natural sino que fue originada en forma artificial como parte de un proyecto que transformó la ciudad y que comenzó con motivo de los Juegos Olímpicos.  

La oferta cultural y nocturna es «increíble, para todos los gustos”: “hay actividades en museo o disertaciones, varias cosas para hacer todos los días, no te da el tiempo”.  

El tranvía y la torre Agbar de fondo en Barcelona. Foto gentileza G.O.

No todo es color de rosa: hay crisis habitacional y demográfica 


Barcelona es la capital de la comunidad autónoma de Cataluña, de la provincia del mismo nombre y de la región. Tiene una población estimada de más de 1.700.000 personas y es la segunda ciudad más poblada de España.  “Es una de las zonas más ricas, está lleno de fábricas y empresas: tecnología, informática, laboratorios y automotrices. Hay todo un desarrollo industrial porque para el resto de Europa, España es barato y tiene muchas posibilidades de trabajo que no hay en otras partes del país”, explica Gustavo.  

Sin embargo, “tenés que venir con papeles porque si no, nadie te da trabajo, y no es barato vivir acá, es una de las zonas más caras del país y cuesta conseguir un alquiler. Te piden 10 millones de cosas, garantía, recibos de sueldo fijo, cosas que al llegar no tenés. Hay una crisis habitacional enorme”, agrega.

Un alquiler barato puede rondar los 700 euros, el sueldo promedio es 1400 euros pero no todos los jóvenes ganan eso, algunos sólo entre 500 y 600 euros. Por eso, comparten piso o siguen viviendo con los padres hasta los 30 años”, explica.  

“Hay más viejos que jóvenes, cada año baja la cantidad de nacimientos, los jóvenes, no tienen hijos porque no pueden mantenerlos. Es una realidad que muchas veces no se cuenta más que en los noticieros; el que está afuera piensa que es todo color de rosa pero tampoco es tan así”, señala.  

Gustavo piensa que las oportunidades están, pero “hay que remarla”. “No es fácil cuando recién llegas”, dice, “hay mucho trabajo pero a veces el que te ofrecen es el que ellos no quieren hacer”.  


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