Catalina, de Cipolletti a Irlanda: una viajera de alma y patagónica por el mundo

Catalina Arca García tiene 36 años y reside en Rathcoffey, una zona rural que queda a una hora y media de Dublín, capital del Irlanda. Desde allí cuenta cómo es la vida en un país tan diferente.

Catalina Arca García, de Cipolletti a irlanda. Foto gentileza C.A.G.

Catalina iba a la escuela secundaria en Cipolletti y cuando conocía a algún estudiante de intercambio tenía una misión: estar ahí, hacer lazos, conectar con lo diferente, escuchar historias de lugares desconocidos. Conocer otras formas de vida, otras lenguas, otros paisajes era una inquietud que fue creciendo con ella. Cuando tuvo la oportunidad, se postuló para una beca, la ganó y luego la vida fue haciendo lo suyo. “El mundo es demasiado grande para vivir en un solo lugar”, dice esta patagónica por el mundo.

Catalina Arca García tiene 36 años. Es comunicadora social, egresada de la Universidad Nacional del Comahue y vive en Irlanda desde el 2018. “Mi vida en el Alto Valle consistía en trabajar en uno de los medios de comunicación de Neuquén. Me gusta mucho escribir, pero tenía ansias de seguir viajando. Cuando estuve en la universidad me gané una beca de movilidad estudiantil que me permitió hacer un cuatrimestre en Uruguay”, recuerda.

La continuidad cultural con el país vecino fue suficiente para “volarle la cabeza”. No solo le permitió vivir otra experiencia educacional, sino que pudo conocer gente de otros lugares del mundo porque “hasta ese entonces estaba encerrada en mi circulito valletano y había otras realidades que desconocía”.

Tras la experiencia uruguaya volvió a Argentina, se recibió y empezó a trabajar, pero la idea de irse siempre estaba. Buscó becas, aplicó, no quedó, el tiempo pasó y siguió buscando. Pudo ser Nueva Zelanda y Australia, pero le parecieron lejos. “Como si Irlanda fuera a la vuelta”, se ríe.

Esa isla del noroeste de Europa le ofrecía la posibilidad de estudiar inglés y trabajar por ocho meses. Se tomó una licencia laboral sin goce de haberes y se fue con la idea de volver. Cuando llegó, encontró un mundo tan interesante para ella que se quedó y, a la distancia, terminó renunciando a su trabajo.

Hoy Catalina reside en Rathcoffey, una zona rural que queda como a una hora y media de Dublín, la capital del país. Está casada con Ryan que es irlandés. Sus días son “como estar sumergida en otra forma de vida, salgo al patio y veo ovejas, a mi perra y al vecino con su jardín de pasto recién cortado y siempre verde”.

Trabaja desde la casa en forma remota, es parte de una escuela de escritoras que reúne a mujeres de diferentes partes del mundo, integra un club de lectura y también un grupo de pilates con el que hace caminatas.

Catalina Arca García vive en Irlanda desde el 2018. Foto gentileza Catalina Arca García.

De Cipolletti a Irlanda: «un país de “gente amable que recibe bien al migrante”


“Irlanda es una isla donde llueve y está nublado la mayor parte del año entonces el contraste del cielo gris y el pasto verde es fascinante y aterrador a la misma vez: no podés creer que no salga el sol. Estaba acostumbrada a las cuatro estaciones y acá es invierno casi seis meses, el resto es otoño. El verano son dos semanas de 23° grados de máxima”, agrega.

Pese a los contrastes siente que su cuerpo ya se acostumbró a esa sensación térmica y que cualquier temperatura por encima de los 25 grados es “un montón”. Cuando viene al Alto Valle en el verano padece el calor como nunca lo imaginó.

Para Catalina, la familia, los amigos y las comidas compartidas son cosas que siempre se extrañan a la distancia. Tanto como los otoños y las primaveras de la Patagonia con sus colores y olores; el verano, el río, la pileta y una celebración navideña relajada y sin exigencias, también. Desde que se fue ha podido volver con cierta frecuencia, salvo durante la pandemia: en 2020 nació una de sus sobrinas y recién la pudo conocer cuando cumplió el primer año.

El corazón de Dublín y sus puentes sobre el río Liffey. Foto gentileza Catalina Arca García.

Cada vez que vuelve, se tiene que readaptar no solo al clima sino también a los sonidos del español, a la diferencia horaria -que no es mucha, pero impacta en el cuerpo- y a la sensación de nostalgia por la situación actual. “No quiero meterme en polémicas, pero me encantaría que el país esté mejor, que haya más oportunidades laborales, que la gente tenga para comer. Es mi utopía”, manifiesta.

“Como dice la canción, no soy de aquí ni soy de allá… Cuando alguien migra hay una parte de sí que se pierde, y el desarraigo es doloroso”, acepta, “allá soy muy argentina y acá también, pero al vivir otra realidad, sentís que ya no perteneces”. La gente siguió con su vida y ella también.

Irlanda es un país de “gente amable que recibe bien al migrante”, sostiene. Sin embargo, hay diferentes situaciones a las que le costó acostumbrarse. Primero, a la cultura del pub como el espacio donde la vida social sucede: “nace alguien se celebra en el pub. Muere alguien se lo despide en un pub. Me gusta ir, pero una vez cada tanto. Mi vecino va todos los días a leer las noticias al pub”.

Otra cosa difícil fue la oscuridad, que comienza en octubre y se extiende hasta abril. “Enero es el mes más duro: amanece a las 9 de la mañana y a las 15.30 es de noche y no hay nada de luz. En lugar de hacer una meriendita te comés un guiso. Pero es como muchos me dicen, no hay mal clima, hay mala ropa, así que aprendí a vestirme por capas” para enfrentar el largo invierno.

“La isla es muy cosmopolita. En los últimos 10 años creció mucho y llegó gente de todos lados. Es como estar al mismo tiempo en un montón de lugares”, señala. Eso que la fascinaba de chica se volvió cotidiano. Trabajar con personas de Nigeria, Líbano, Japón, comer comidas como el curry y adoptarlo como propio. Todo eso es lo que le gusta de vivir afuera. Una experiencia que no cree definitiva, porque tiene intenciones de volver al país en algún momento, pero a la que sigue apostando.

“Es como estar sumergida en otra forma de vida, salgo al patio y veo ovejas, a mi perra y al vecino con su jardín de pasto recién cortado y siempre verde”.

Catalina Arca García, viajera apasionada

Tres lugares de Irlanda recomendados por Catalina


Para Catalina, hay que pasear por Dublín, la capital del país, porque “es hermosa, muy fácil de caminar y tiene actividades para todos los gustos. La parada obligada, aunque tomes o no alcohol, es ir a un pub para vivenciar la experiencia. Podés tomar de todo, té, café, escuchar música o ver bailes típicos en vivo, está buenísimo. Hay un montón de cosas para hacer relacionadas con la literatura o música. También está bueno visitar la fábrica de Guinness o ir a alguna destilería de un whisky famoso”.

La parada obligada en Dublín, es ir a un pub. Foto gentileza Catalina Arca García.

La otra recomendación es Galway, en la costa oeste de la isla. “Es una ciudad muy linda y colorida. La mayoría de la gente habla gaélico que es el idioma oficial. Aunque no se entiende nada es lindo encontrar gente con ese idioma casi desconocido y tan difícil”, consideró.

Galway está en la costa oeste de la Irlanda.

Si te gusta la historia tenés que ir a una ciudad emblemática del norte del país que se llama Derry. “Tiene mucha historia y muy reciente, depende del lado que visites. Derry pertenece a la República de Irlanda y Londonderry a Irlanda del Norte, por lo tanto, al Reino Unido. Es una ciudad donde la guerra civil estuvo muy presente. El acuerdo de paz fue en el 94, no hace muchos años atrás, y todavía está todo latente. Además, ahí filmó la serie de Netflix, “Derry Girls”, que es el retrato de un grupo de adolescentes que viven en el medio del caos del conflicto bélico civil. Es una comedia muy buena”, finalizó.

El Puente de la Paz en Derry sobre el río Foley.



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