A los 64, sola en moto de Bariloche a Machu Picchu: 13 mil km de aventuras e inspirar a las mujeres a cumplir sus sueños
A los 60, cuando se jubiló, Alicia Burnowicz se animo a viajar sobre dos ruedas. Ahora, su larga aventura la llevó en Perú a una de las Siete Maravillas del Mundo. La historia y lo que más la emociona: los mensajes de mujeres a las que inspira a cumplir sus sueños.
En la saga de sus aventuras sobre ruedas, a los 64 años acaba de terminar la más impactante: la travesía de 39 días que la llevó de la Patagonia a Perú, de Bariloche a Machu Picchu, el santuario inca construido antes del siglo XV que atrae con su belleza y su misterio a un millón y medio de turistas por año. En el caso de Alicia Burnowicz, a diferencia de la inmensa mayoría, llegó en moto al punto donde parte el tren que traslada a los visitantes hasta el minubus que los llevará por un camino de montaña a una de las Siete Maravillas del Mundo. Desde que se jubiló como óptica técnica especialista en lentes de contacto, hace cinco años, decidió hacer lo que deseaba: viajar, salir a conocer los paraísos de la Argentina. Y si aquel primer viaje a El Bolsón por la ruta 40 le hizo pensar que por fin había encontrado lo que buscaba, lo que siguió no hizo más que confirmarlo. Ya era una motoviajera.
«¿Y dónde está tu marido?»
Después, entre otras travesías, se maravilló con el norte neuquino y otros paraísos de la Patagonia, subió hasta el norte por la mágica 40, cruzó a Chile, recorrió la épica Carretera Austral, conoció aquí y allá destinos a los que soñaba ir, se dejó perder en pequeños pueblitos llenos de encanto, se acostumbró a sorprenderse, a abrir bien grande los ojos para abarcar tanto, a compartir aventuras y charlas con gente que anda por la vida con la 10 puesta. También a que la miraran con cara de dónde está tu marido en las estaciones de servicio, a que le preguntaran si no le da miedo cuando se enteran que viaja sola. A esta secuencia: que la vean, miren la moto, la vuelven a mirar, le pregunten. “Sí, la manejo yo”, responde ella.
Su larga aventura la llevó ahora a la travesía más extensa de las que haya encarado hasta el momento. Tan emocionante e intensa como las otras y también sola, pero con la compañía que empezó a notar al compartir fotos y videos en las redes: los mensajes de aliento, de admiración y los que más le gustan, los de las mujeres que se inspiran en su historia para ir por su propio sueño.
Aun creo que puedo hacer cosas que se irán limitando con los años. Si no lo hago ahora, hoy, ¿cuándo? Hoy puedo, ¿el futuro quien lo sabe?
Alicia Burnowicz
Rumbo a Perú
Salió el 29 de marzo desde Bariloche y al planificar la hoja de ruta marcó hostels, motoposadas y hosterías porque esa vez no llevaría carpa. Pensó además ir a nuevos destinos y en volver a otros y conocerlos mejor. Así, por ejemplo, se sorprendió con los paraísos de La Rioja, con Anillaco, Aminga y con la ruta 75: “Es preciosa”.
Siguió camino hacia el norte y ya en Purmamarca, entre la magia de los colores en los cerros, se dio el gusto de conocer a Tomás Lipán, gran músico aimara.
Cruzó a Chile por el paso de Jama, subió por el norte trasandino hasta entrar a Perú y maravillarse con las calles empedradas de Cusco. Hizo tramos del camino con dos motoqueros brasileños buena onda con los que coincidió en varias estaciones de servicio.
El día que no olvidará
Llegaba el gran momento, En Ollaytambo, se hospedó a una cuadra de la estación y se emocionó en el andén cuando se acercaba el tren que la llevaría al minubus rumbo a la mítica Machu Picchu.
Y se le erizó la piel aún más ese 16 de abril, cuando al fin contempló la majestuosa ciudad inca, esa obra maestra de la arquitectura y la ingeniería levantada con piedra pulida en las alturas, el nexo entre los Andes y la Amazonia de la asombrosa civilización incaica: “Otro sueño cumplido”, dice ella.
Le impactó esa red de caminos, como los tesoros arqueológicos y esa armonía sobrecogedora entre montañas de unos 4000 metros, el verde profundo de la base a la cumbre. Ni la fiesta de colores del norte argentino ni los pedreros en las laderas de la Patagonia de ese mismo viaje: eso era otra cosa, eso era puro Perú, de donde ser llevaría otro recuerdo imborrable: el alucinante Valle del Colca.
Estar haciendo esto casi con 65 años es una bendición. Gracias vida»
Alicia Burnowicz
Regreso por Bolivia
Después, desde Puno, manejó hacia el imponente lago Titicaca. Se alejó de los tours armados para turistas y prefirió rodearlo en moto. Cuando tuvo que cruzarlo en una barcaza para ir a la capital, los agujeros en las maderas le recordaron a algunos puentes de la Patagona. La Paz, a 4000 metros de altura, le pareció una odisea en cada esquina, cada cruce un desafío sin más reglas que la elemental: pasa quien mete la trompa primero. Y en la ley de la calle, siempre gana el más grande. Le tocó ceder casi siempre para salir indemne: ella, la moto, los valijones. Le gustó más la red de teleféricos urbanos ideales para eludir el tránsito caótico. «Qué buena idea», dice.
Luego, rumbo a Coroico, a 4600 metros de altura, los 32 km del Camino de la Muerte, angosto y al borde del precipicio, también le impresionaron. “Pasás por debajo de cascadas, no podés perder un segundo la concentración”, relata. Unos ciclistas conoció en el camino le tomaron la foto en esa ruta que también atrae a los motoqueros.
El fascinante Salar de Uyuni, su famoso hotel de Sal serían parte además de su travesía antes de regresar al país por La Quiaca.
Como en Bariloche nevaba y sería imprudente volver a casa entre los copos blancos, decidió esperar mejor tiempo y se fue a recorrer San Luis, un pendiente que la sorprendió en cada detalle, en especial el Macizo Central, entre Nogolí y El Trapiche, la sorpresa que aparecía frente a ella después de cada curva: “Súper recomendado”.
Después se abrió una ventana de días fríos pero sin nieve en la Patagonia y enfiló hacia Bariloche. Cerca de Piedra del Águila por la Ruta 237 filmó un video y se escuchaba la furia del viento del sur. Ya en su casa, otra nevada tapó los autos. La moto ya estaba guardada.
Mensajes que la emocionan
El detrás de la escena de los kilómetros, las motoposadas, las amistades que nacen en el camino y las aventuras en las rutas, es la emoción por los mensajes que recibe y las reacciones que despierta, como aquella vez que le hicieron pasillo de honor y la aplaudieron los ciclistas que la vieron llegar sola a la frontera con Chile y entrar a la Aduana.
El sueño es seguir viajando. Ayudar a soñar, a hacer. Ya sea en moto o un curso de cocina. Lo importante a esta edad es no quedarse.
Alicia Burnowicz
La mayoría de los mensajes son de mujeres a las que inspira su historia. Una ciclista que le pide consejos para animarse a viajar en moto ahora que se quedó sola porque su hijo se fue del país, otra que se decidió a camperizar la camioneta y le cuenta que irá venciendo los temores en el camino, la que volvió a subir a la moto 24 años después de quedar embarazada de su primer hijo. Y cientos así. También le escriben hombres, coinciden en felicitarla, suman consejos, alguna invitación para que vaya a dormir. No las acepta, esa es su regla. Tiene otra: tampoco acepta canjes, se paga la travesía con lo que ahorró para hacerlo, postea solo lo que le gusta. La tercera: va a los lugares en moto, no la embarca para sacarse la foto.
Otros la conmueven en lo profundo, como la mujer que sufría de depresión tras la muerte de su marido y al leer su historia se levantó de la cama y empezó de nuevo a remarla en la aventura de la vida. O la que le despierta infinita ternura, una abuela que también leyó la nota en la que Río Negro presentaba su historia y le pidió a un vecino buena onda que la llevara a dar una vuelta en moto.
Mensajes que la hacen sonreír en silencio: “Que me hacen sentir que algo estoy sembrando y que es bueno”. Se despide para soñar nuevas aventuras desde la Bariloche nevada. Asoman las Cataratas del Iguazú y Brasil en el horizonte. Como suele decir: «Si no lo hago ahora, hoy, ¿Cuándo?»
Su historia: de Tigre a Bariloche
En 1988, Alicia Burnowicz dejó Tigre para criar a sus hijos Nicolás y Pamela en Bariloche, el lugar en el mundo de su madre Eva Klewe, la artista plástica que un día se enamoró de la Patagonia y supo pintarla como nadie. Después de una vida de trabajo en la cordillera como óptica técnica especialista en lentes de contacto, que compartió con la pasión por las artesanías que ahora continúa Pamela que heredó la mano de la abuela, Alicia se jubiló.
Entonces, arrancó otra pasión: viajar sobre dos ruedas por las rutas argentinas hasta el fin. Lo suyo eran las caminatas de montaña con el grupo de excursiones del Club Andino, pero un día las rodillas dijeron basta y cuando eso ocurrió no había tanta tecnología médica para prevenir antes de que sea tarde. “¿Y ahora que hago?”, se preguntó uno de esos días que siguieron sin naturaleza, ni aventuras ni aire puro.
La respuesta fue comprar su primera moto en el 2008, una 125, para empezar a meterse de a poco en ese mundo que le despertaba curiosidad cuando veía pasar a los motoqueros en las rutas de la cordillera. Así empezó la aventura que la llevaría tan lejos. Con los ahorros, más tarde pasó a una de mayor cilindrada. A mediados del año pasado se operó las rodillas: no está para trepar montañas, pero puede viajar en moto. No es poco: hay movimientos que la exigen a fondo, sobre todo al arrancar y detener la marcha.
Aquel primer viaje, de Bariloche a El Bolsón por la Ruta 40
Fue hace cinco años, desde Bariloche, donde vive, a El Bolsón. Hasta entonces, desde que en el 2010 compró una 125 con encendido a patada, solo había hecho tramos cercanos. No es que fuera poca cosa recorrer los 50 km del Circuito Chico que atraen a tantos turistas entre bosques, lagos y montañas, ni las épicas vistas de las cascadas y el glaciar camino al Tronador. “Son maravillosos esos paisajes”, recuerda. Pero quería otra cosa, quería más.
Y el 2 de marzo del 2019 se animó a dar el paso, ya con una 125 con encendido electrónico. Iba de jean y campera, con la botas de trekking que usaba para explorar las montañas. Aún no se había equipado para las travesías sobre dos ruedas, ni tenía la soltura con la que encara las curvas ahora. Pero lo deseaba. Y partió.
Serían 240 km entre la ida y la vuelta, nada comparado con lo que vendría después, pero entonces tenía el sabor de una aventura imposible. “Para mi era como ir a la Luna”, dice.
“El camino de ese día me lo acuerdo casi de memoria, las rectas, las curvas, los paisajes, los aromas. Los lugares donde paré a hacer fotos”, relata. También le quedó grabado que en la primera escala para tomar una panorámica de la ruta 40, enseguida detuvieron la marcha un grupo de motoqueros.
Recuerda lo que pensó entonces: “Estoy sola pero no estoy sola. Si pasa algo me van a ayudar”. Ahora, desde Bariloche, mientras planifica las próximas salidas, dice: “Eso me animó a hacer más cosas”.
Cuando entró a El Bolsón, fue a la famosa Feria de Artesanos y estacionó la 125 cerca de otras motos. Compró dos empanadas de cebolla y queso, una gaseosa sin azúcar y se sentó a almorzar en el cordón de la vereda. Entonces se acercó un motoquero de ley, Pablo, que manejaba una máquina potente y miró su moto, de lejos la de menor cilindrada de todas las que estaban ahí.
“¿Viniste con esa moto?”, le preguntó. Alicia le respondió que sí. “¿Y estás sola?”, quiso saber. Alicia también le respondió que sí. “Entonces venite a almorzar con nosotros, si sos motera no podés comer sola», la invitó. Se levantó del cordón, se sentó en la mesa con ellos. Nacía una amistad que aun continúa.
Podés ver más fotos y videos en https://www.instagram.com/ali_burno/
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