A los 63 sale a recorrer sola el país en moto desde Bariloche e inspira a viajar a otras mujeres: «Miedo me da quedarme en casa»
Alicia se jubiló y decidió cumplir el sueño de viajar en moto: en cuatro años lleva 65 mil km de aventuras. La última fue recorrer el norte neuquino y la anterior unir el Atlántico con el Pacífico. Empezó a compartir las fotos en las redes y así motivó a muchas viajeras a animarse. Esta es su historia.
Cuando la ven parar en una estación de servicio, bajarse de la moto y sacarse el casco, empieza la función. Puede pasar, por ejemplo, que un grupo de cinco motoqueros la siga con la mirada y uno le diga a otro: «Y vos no te animás solo, boludo». Que se acerque el encarador de la banda y le susurre por favor decime que sos soltera. Puede pasar también que se meta en una charla sobre detalles técnicos del mundo de las dos ruedas en igualdad de condiciones y eso les llame la atención a los varones, hasta que se acostumbran. O que otras mujeres le pregunten dónde está su marido, que aquí y allá, en un ferry, una motoposada, un bar o un camping se asombren por su edad y su aventura, que las más jóvenes pongan cara de si ella puede nosotras también. La secuencia siempre es la misma: la ven, miran la moto, la vuelven a mirar, le preguntan. «Sí, la manejo yo», responde ella.
Así son las cosas para Alicia Burnowicz, la mujer de 63 años que un día dejó Tigre para criar a sus hijos en Bariloche, el lugar en el mundo de su madre Eva Klewe, la artista plástica que un día se enamoró de la Patagonia y supo pintarla como nadie.
Después de una vida de trabajo en la cordillera como óptica técnica especialista en lentes de contacto, que compartió con la pasión por las artesanías que ahora continúa su hija Pamela que heredó la mano de la abuela, Alicia se jubiló. Entonces, arrancó otra pasión: viajar sobre dos ruedas por las rutas argentinas hasta el fin.
De la montaña a la moto
Lo suyo eran las caminatas de montaña con el grupo de excursiones del Club Andino, pero un día las rodillas dijeron basta y cuando eso ocurrió no había tanta tecnología médica para prevenir antes de que sea tarde. «¿Y ahora que hago?», se preguntó uno de esos días que siguieron sin naturaleza, ni aventuras ni aire puro.
La respuesta que encontró fue comprar su primera moto en el 2008, una Honda Bross 125 con patada de arranque, para empezar a meterse de a poco en ese mundo que le despertaba curiosidad cuando veía pasar a los motoqueros en las rutas de la cordillera.
La trucha que merecía volver al agua
Dos años después, se pasó al modelo XR, de la misma cilindrada pero con arranque eléctrico. Fueron 10 años de rodar en los ratos libres o los fines de semana, siempre cerca de Bariloche: el Circuito Chico, Villa Llanquín, la estepa, Colonia Suiza, el Llao Llao.
En el 2019, para los 60 y la jubilación, se regaló una Twister 250 de la misma marca. Y así se animó a la primera salida lejos de casa, hasta Trevelin, ese paraíso de Chubut a unos 310 km al sur por la ruta 40.
Ya con más tiempo disponible, supo que era momento de cumplir el sueño de salir a hacer viajes largos y para eso invirtió en una moto de mayor cilindrada, una Kawasaki Versys 650 que luego entregó en parte de pago por una BMW F-700 GS.
«No conseguía salir de viaje con mujeres. Y si salía con hombres era cola de barrilete, necesitaba más potencia para no quedar atrás», explica. De tanto andar, sabe cuál es la que mejor resiste el ripio y cuál es la mejor para el asfalto y suelen preguntarle esos secretos que conoce de primera mano, a pura experiencia, prueba y error.
Además de la 700, conserva la 250, con la que suele salir aún. Y lamenta que cuando va en su moto más chica los motoqueros de las máquinas más potentes no le hagan el clásico saludo de la cofradía, como si la buena onda dependiera de la cilindrada.
«Si alguien cree que la cilindrada hace a las personas, conmigo no va. Se trata de ser felices y disfrutar de la vida, de los sueños y de una pasión», dice.
Encuentros en el camino.
Ya van más de 65.000 kilómetros de ruta desde que salió por primera vez rumbo a las maravillas cercanas de la Patagonia. Y cuando le preguntan sino tiene miedo de ir sola, responde que no. Y agrega: «Miedo tendría de quedarme en mi casa y que se me pase la vida».
A esta altura, sabe también qué pasa cuando se saca el casco y las que observan son mujeres más jóvenes: ve en sus rostros inspiración. En el lenguaje corporal, en la manera en que la miran, detecta el mensaje: si ella puede cómo no voy a poder yo. A veces, también se lo dicen. Y eso es lo que más le gusta. No es que se lo propuso, es lo que pasó. Y por eso contesta todas las preguntas en vivo y las que le hacen en las redes, les pasa todos los datos, las invita a animarse a ir por su sueño, el que sea.
¿Miedo? Miedo me daría a quedarme en casa y que se me pase la vida
Alicia Burnowicz
"No vayas más atrás. Arranca vos: vas a querer manejar siempre"
En las estaciones de servicio también puede aparecer una motoquera de esas que viajan aferradas al marido en el asiento de atrás en motos grandes. En la jerga de las dos ruedas, paquetes. Y puede suceder, por ejemplo, estos diálogos que hilvanan dos situaciones en diferentes lugares.
-¿Estás viajando sola? -le pregunta una mujer.
-Sí -responde Alicia.
-¿Y no es dificil para vos manejar esta moto? -le dice y mira esos 262 kilos entre la máquina, las herramientas y las tres valijas.
-En la ruta vas perfecto. Se complica cuando se reducen los espacios. Vueltas en u, parar. Arrancar. Salir del garage, doblar despacio. A 5 ó 10 km/h es pesada, difícil. Para los hombres también.
-Y encima te maquillás…
-Sí! Soy coqueta. Me pinto los labios antes de salir -Se acerca la frase clave del diálogo.
-No te puedo creer lo que hacés: me encanta, pero no me animo –Llega el momento de ir a fondo.
-Hace una cosa, decile a tu marido que le baje la suspensión un poco, subite y arrancá. Nos vas a querer ir atrás nunca más…
Ahora, desde Bariloche, le dice a Voy: «¿Cómo reaccionan cuando les digo algo así? Bien, siempre bien, se van felices».
Del Atlántico al Pacífico
El último de sus viajes fue para explorar las maravillas del norte neuquino. Y el anterior, nada menos que de Bariloche a Las Grutas, de ahí por la costa atlántica hacia el sur hasta Comodoro Rivadavia para conectar después el Atlántico con el Pacífico.
En Chile, se dio el gusto de hacer la famosa Carretera Austral de punta a punta, el sueño de tantos: 4700 kms de pura adrenalina.
También llegó hasta La Quiaca por la ruta 40, esta vez con la compañía de dos amigos durante 10.000 km, muchos más que si el recorrido hubiera sido directo, en su viaje más largo. «Es que fuimos conejeando. ¿Qué quiere decir? Que si uno dice ‘hay un mirador increíble a 200 km’ nos desviamos y vamos aunque haya que llegar hasta la frontera y se nos vaya un día. Si no tentó, vamos», explica.
De momento, no encuentra mujeres que la acompañen en los viajes. «Pero no pierdo la esperanza», agrega. Eso sí, tiene una regla de oro: nunca acepta la invitación de dormir en la casa de un hombre, pero sí en las de familias o de mujeres. Solo para en lugares que conoce o le inspiran confianza. Y si arma la carpa, siempre lo hace en un camping habilitado.
"Pensaba que sería lindo viajar así, un día me animé"
«Soy geminiana, disfruto viajar sola, sentirme libre. Me gusta, por ejemplo, sentir los aromas y el frío del bosque húmedo mientras avanzo: en la moto, las sensaciones son más intensas. Antes, cuando las veía pasar, pensaba que debía ser lindo viajar así. Un día me animé a volar. Y me encanta«, dice Alicia.
Por estos días, planifica desde Bariloche la próxima salida: las Cataratas del Iguazú y cruzar a Brasil. Cuando suceda y salga a la ruta otra vez, escuchará una vez más la canción que empieza así: «Estoy / mirando atrás / Y puedo ver / Mi vida entera. / Y se / Que estoy en paz / Pues la viví / A mi manera». Es la que más le gusta a la mujer a la que otras mujeres hacen llorar de los mensajes tan lindos que le mandan. Se despide así: «Hay que vencer los miedos que nos limitan. Y si les sirvo de inspiración, soy tan feliz como cuando viajo».
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