Vito, el gaucho con barbijo de Fernández Oro: «Si se cuida uno, nos cuidamos todos»

Vito Sicolo pasa la cuarentena en su chacra en Fernández Oro. Tras un mes sin salir, fue a hacer las compras a caballo, con barbijo y guantes. “Hay que respestar esto a rajatabla”, dice.

El jueves pasado, después de un mes sin salir de la chacra en las cercanías de Costa Linda por la cuarentena, Vito Sicolo aprontó a Rosita, la yegua que lo lleva a todos lados en Fernández Oro y Cipolletti, cruzó el Canal Principal y se fue a hacer las compras. “Ya me hacía falta de todo”, explica. Se puso el barbijo y los guantes que le acercaron los muchachos de la municipalidad que pasan dos veces por semana por el barrio y partió por los caminos de tierra de este rincón rionegrino al norte de la Patagonia.

El jueves pasado salió por primera vez desde la cuarentena para hacer las compras.

Era una mañana soleada y fresca. De bombacha gaucha y campera, avanzó al trote entre los álamos ya amarillentos del otoño y las hojas caídas entre las hectáreas donde las manzanas y las peras ceden terreno a los loteos.

Rosita, su medio de transporte desde que largó el taxi hace un año y medio y nunca más tocó un volante, lo llevaba al tranco rumbo a las paradas que conoce de memoria: el kiosco, la panadería, la forrajería.
Siempre lo espera mansa y tranquila, como en los actos escolares donde van juntos cuando lo llaman las maestras para que los chicos aprendan sobre recados, fajas, cuchillos y otras tradiciones criollas.

«Averigué en la municipalidad y no hay normativa que prohiba andar a caballo, siempre que sea ensillado», afirma Vito Sicolo.

Pero en la calle la ata a un poste, un árbol, un cesto de basura de metal: siempre puede pasar alguno que la asuste con el caño de escape tuneado. Averiguó en el municipio y siempre que monte ensillado no hay normativa que lo prohiba.

Esta vez se agregó una escala a la recorrida: Matías, un vecino que llevaba todo este tiempo de quedarnos en casa sin verlo pasar, lo saludó y le pidió permiso para hacerle unas preguntas mientras lo filmaba con el celular. Vito le contó que necesitaba mercaderías, que vive solo en la chacra de allá al fondo y que andaba protegido así por una razón muy sencilla: “Si se cuida uno, nos cuidamos todos”.

Después, le diría a Río Negro: “Soy muy familiero y extraño a mis hijos y mis nietos. Viven en Cipolletti. Y a mi pareja, que está en Neuquén. Hace unos 40 días que no nos vemos, que no nos juntamos como siempre. Pero no queda otra que bancarla así. Para volver a abrazarnos, hoy tenemos que cuidarnos. “Este virus está en el aire y tenemos que hacer las cosas bien”.

Todos los días lava con la lavandina y el detergente que le dejaron los empleados municipales. “Y también desinfectan. Está bien lo que hacen. Cada vez que pasan me explican cómo hacer las cosas, que me ponga el barbijo cuando salgo a la chacra, que me lave bien las manos, lo que compro. Me informo así con ellos, medio de lejos porque cerca no se puede. Por las dudas le aclaro que soy apolítico, nada más le cuento lo que veo”.

Con Rosita, la yegua que lo lleva a todos lados en Fernández Oro y Cipolletti.

Para la tele también tiene un mensaje. “Tendrían que poner un horario para dar las noticias estas de mil muertos allá, dos mil muertos en el otro lado y todo eso. Y otro horario para poner cosas que nos distraigan, para respirar un poco, porque sino uno se satura un poco”, explica.

Su mundo
Vito Sicolo tiene 54 años, tres hijos, dos nietos. Manejó un taxi durante 25 años hasta fines del 2018 cuando se decidió a cumplir su viejo sueño de vivir en la chacra, rodeado de animales, a lo paisano. Se mudó a las 10 hectáreas de su padre, donde los manzanos y los perales sin rentabilidad ya habían dejado de producir.


Ahí tiene chanchos, lechones, conejos y a sus cuatro caballos, Zafi, Zaina y el padrillo Río se suman a Rosita, que a veces se mete a la casa, le roba el pan y la tiene que retar, medio en broma y medio en serio.

“Es como un perro. Y Río también. A veces, cuando venía gente antes de todo ese lío, metía la cabeza por la ventana y se quedaba mirando, nadie lo podía creer”, cuenta. “En este lugar soy feliz, entre tanta paz y tranquilidad. Es lo que soñé toda mi vida, me llena el corazón”, agrega.

Martes 21 por la mañana: Río se suma a la mateada…

Los vecinos cuentan que Vito siempre que puede da una mano en lo que sea, allí donde falte algo, pero él prefiere no hablar de eso. En cambio, sí dice que quiere poner una peña en la chacra, que es su proyecto para el año que viene, para que vengan los chicos a ver cómo es la vida de campo, las tradiciones criollas. De momento, cada vez que lo llaman él va a contarles a las escuelas.


Antes de despedirse para ir a la granja, suelta la última reflexión: “Ojalá que pase rápido esta pandemia. Y que cuando volvamos a abrazarnos estemos más abiertos a dar y a las necesidades de los otros”.

Esta historia transcurre en las cercanías de la zona conocida como Costa Linda en Fernández Oro, en la margen norte del Canal Principal de Riego, entre el agua y las bardas. Allí, del lado donde vive Vito, los primeros pobladores llegaron hace unos 40 años y con el paso del tiempo el barrio fue tomando forma y llegaron de a poco los servicios y un salón de usos múltiples. Él tiene electricidad y agua potable. Y el gas a 50 metros, aunque prefiere seguir con la leña.

Costa linda, en Fernánde Oro.

En cambio, del otro lado, en la margen sur, una toma se extiende durante unos cinco kilómetros de cara al Canal y los servicios aún no llegan. Para tener luz y agua hay que colgarse y las casitas se apiñan en algunos tramos.

Vista aérea del Canal Principal. Detrás de Costa Linda, Fernández Oro.

Mientras los móviles de la municipalidad pasan para desinfectar en ambas márgenes, los vecinos del lado sur pidieron pagar por los servicios pero todo está trabado: el Consorcio de Riego reclama la devolución de las tierras.

En la toma Costa Linda en Fernández Oro, el comedor Adonai continúa con su trabajo solidario en esta franja pegada al Canal Principal de Riego. Aunque sigue abierto los lunes, miércoles y viernes, hay cambios en el funcionamiento. “Ahora la vianda se entrega a través de la ventana y quienes la reciben ya no firman la planilla como antes”, informa Griselda Pavez, la fundadora junto a su marido Omar.

El comedor en una imagen del 2019.

Y son muchos más los que que van con su tuper a buscar la comida “De los 150 que venían antes, ahora ya estamos arriba de los 200”, agrega Griselda Solo tienen permiso de una hora por jornada para entregar comida. El municipio aporta alimentos y lavandina y vecinos solidarios lo sostienen con barbijos y donaciones.

Cada vez que hay que hablar de las tradiciones criollas, las escuelas de Cipolletti y Fernández Oro invitan a Vito. Él siempre va con la yegua Rosita.

Vito y Rosita en una acto escolar.

“Me gusta mucho ir, porque creo que los chicos tienen que saber más sobre el campo y sus habitantes. Algunos lo desconocen tanto que creen que uso un disfraz, que vengo de otro planeta. Pero les explico para que sirve cada cosa: todo lo que se usa para vivir como un criollo tiene un sentido y se los cuento. Cuando veo esas caritas y la atención con la que escuchan me doy por hecho, es una felicidad muy grande la que siento”.


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