Video: así fue el impresionante homenaje al Maruchito de 300 guitarristas y bailarines
En la capilla a 9 km de Aguada Guzmán, cientos de artistas rindieron tributo al niño que murió hace 100 años en los caminos de la estepa patagónica por querer tocar una guitarra. Cerca de 2.000 personas asistieron al festival en el santuario donde la tragedia se convirtió en amor, fe y leyenda. Las fotos y la crónica de un día inolvidable.
Cien años después de la trágica muerte de Pedro Farías, el niño apuñalado por querer tocar la guitarra en un campamento de troperos en la Línea Sur, artistas de toda la región lo homenajearon en un histórico festival que se sumó a la tradicional procesión que partió desde Aguada Guzmán, la localidad de 200 habitantes ubicada a nueve kilómetros de la capilla que alberga la leyenda del ángel de los caminos que protege a quienes paran a saludarlo. Alli descansan los restos del Maruchito, rodeado de ofrendas y gatos que lo custodian en la soledad de la estepa patagónica, que se tomaron el sábado libre en medio de la polvareda que levantaban colectivos, chatas y autos en la ruta 74, de tierra como la huella incipiente que transitaban las carretas un siglo atrás.
En un día soleado y ventoso, con la línea recta de la Meseta de Somuncura en el horizonte, todo fue emoción alrededor de la ermita. Y el punto culminante ocurrió cuando en el escenario montado bajo una globa 300 alumnos y músicos de las Escuelas de Arte Popular del IUPA alzaron sus guitarras a modo de tributo, acompañados por otros 300 bailarines que levantaron los brazos después de que sonaran el vals y la ranchera que encendieron a las casi 2.000 personas que se acercaron al santuario.
Minutos antes, el gobernador Alberto Weretilneck destacó el impacto de la leyenda de Pedro Farías en la cultura popular de la zona y el valor de hacer conocer su historia, a la que colocó a la par de la de Ceferino Namuncura en una provincia con identidad en construcción y realidades tan diferentes en la montaña, la costa, los valles y la estepa. Después entró a la capilla. “¿Qué le pedí? Protección para todos los que circulamos por nuestras rutas”. Al salir, se entregó al ritual de las selfies, con mayoría de mujeres esperando su momento.
Luego, el festival organizado por el IUPA con el apoyo del gobierno provincial continuó con la presentación de artistas como el payador Saúl Huenchul (se armó una larga fila para sacarse fotos con él), el guitarrista Juan Falú y el cantante y músico Jonathan Ceballes, el roquense criado en El Caín que actúa en la web serie La pasión del Maruchito que se estrenará el viernes 25. Después de otros espectáculos, al caer la noche estaba previsto quemar una guitarra como ofrenda.
Devoción
El maestro histórico de Aguada Guzmán, Ricardo Tello, no podía con la emoción. “Pensar que durante tantos años estuvo solo y ahora esta multitud. La convocó el Maruchito, seguro”, dijo. Cuando sonó la ranchera, apoyó el bastón en una silla y tiró unos pasos, feliz. Después se sentó otra vez y quizás hubo tiempo para un permitido: dicen que un chori sin un vasito de vino más que almuerzo es desayuno.
Julio Serrano, actual director y docente de la Escuela 194 El Maruchito, iba de un lado para el otro al trote con bolsas de pan y de harina, con el delantal blanco puesto. «Estamos desbordados, pero qué lindo es ver tanta gente acá», comentó, mientras eran aplaudidos los jinetes que llegaron desde Los Barreales. «Salimos ayer a la mañana. Siempre le pedimos por los animales, tenemos campo allá», explicaba Nicolás Gómez.
Desde el mismo lugar, a orillas del lago Ramos Mexía, llegaron a caballo a un ritmo más lento que les insumió dos días y medio el grupo de Sole y los chicos de 5 a 13 años. «Quisimos homenajearlo así y cumplir con la promesa de todos los años», afirmó ella. Otros partieron al alba desde Cerro Policía. «Soy jornalero y siempre le pedimos que haya trabajo», contaba Darío Farías, desde su montura.
Media hora antes, también entre aplausos, habían entrado al predio las alrededor de cincuenta personas que participaron de la procesión que partió de Aguada Guzmán. «Marucho está pasando por aquí», cantaban una y otra vez y se daban ánimo con las palmas mientras avanzaban en la 74.
A esa altura, Efraín, que llegó desde Sierra Colorada, iba apurando el cordero sobre una lomita, de espaldas al viento y protegido del sol con una gorra. «Vinimos con otras dos familias, queríamos estar para los 100 años», dijo. Dueño de una gomería, contó que no le pudo poner Maruchito porque un amigo se le anticipó y se lo puso a su auto de carreras. «Iban a decir que le copié el nombre», explicaba sonriendo. Detrás, un grupo que llegó desde Mencué asaba cuatro corderitos. Entre ellos, Nicolás, de botas, bombacha gaucha, sombrero y pañuelo se aprestaba para el momento del baile. «Siempre que paso paro a saludarlo», comentó.
Por entonces ya habían bajado del colectivo que las trajo de Bariloche tres de las bailarinas del grupo de danza. Se preparaban para ir al escenario, asombradas por la soledad de esa enorme meseta de puesteros y leyendas, a pura sonrisa por la fiesta que las esperaba.
Mientras tanto, Norma Erbin, de Sierra Colorada, pionera de las visitas, miraba todo con los ojos bien grandes bajo el tinglado de la capilla que instalaron con su marido: “Es lo que queríamos, que lo conocieran”. A su lado, asentía Delia, también pionera, pero de las procesiones: «Todo esto es para que no haya más maruchitos, por los derechos de los niños. Cada vez somos más».
De corbata y saco azul, sentado en una silla plegable al lado de una camioneta bien conservada que imponía tanto respeto como él, don Ruperto Pichimil contó que se vino de El Cuy a los 89 porque el Marucho siempre le había cumplido, como cuando le pidió por las pariciones en su campo en Chasicó y aquella vez que trajo un potrillo mañoso con el que nadie podía y se volvió bien mansito. Cerca, Rubén dijo que solía venir caminando de El Cuy, que a los 30 años tardaba 10 horas y ahora, al filo de los 60, ya no las cuenta: lo importante es venir. Luego mostró una foto de cuando trasladaron los huesos de Pedro Farías de un desvencijado cajón a una caja de cemento pintada de blanco para protegerlos mejor tres décadas atrás, sin canas pero con el mismo fervor.
A unos 30 metros, Daniel y su hijo Agustín, que llegaron con su carrito desde San Antonio Oeste por primera vez a la tierra del Marucho y lo sumaron así su raid de fiestas populares, no daban abasto para sacar los choris a 100 pesos y pedían paciencia a la clientela ansiosa, entre la que se destacaba por su altura y por la tranquilidad en la fila el vicegobernador electo Alejandro Palmieri, mientras dos chicas vendían llaveros a 50 pesos y Emilio Cabrera, lonco de la comunidad mapuche, estaba contento porque lo habían invitado por primera vez y mostraba con orgullo las artesanías.
A su lado, el padre Xavier definía al Maruchito como un santo de Jesús y de María, no importa que aun no sea beato.
«En el fondo estamos celebrando la vida, porque para los cristianos los mártires son semilla de vida nueva», señaló antes de la misa.
Y don Saúl Huenchul, como tantas otras veces en sus payadas, encontraba las palabras para representar a tantos otros: “Pedro era gente de bien, por eso se convirtió es un puente desde la tierra hacia la gran creación. Muchos sienten que si le hablan a él llegan al más allá. Eso es innegable, amigo”, dijo mientras en el escenario sonaban otras canciones y las guitarras seguían elevándose al cielo en medio de la polvareda levantada por los bailarines.
Pedro Farías integraba una caravana de troperos que trasladaba mercaderías en carretas en la Línea Sur, la manera más importante de comerciar en la época, con cuatros ejes: San Antonio, Roca, Jacobacci y Esquel. Esos comerciantes acostumbraban llevar maruchos para las tareas menores: buscar leña, prender el fuego, dar agua a los caballos y mulas. Según la versión más aceptada por los historiadores, el niño de 12 años tomó la noche del 19 de octubre de 1919 la guitarra del capataz en Barda Colorada, entre Aguada Guzmán y Cerro Policía, pese que Onofre Parada se lo había prohibido.
Lo apuñaló y huyó a caballo hacia la Meseta del Somuncura. Nacía la leyenda del Maruchito: con el correr de los años se convirtió en un angel de los caminos con miles de devotos que piden su protección en la capilla donde descansan sus restos.
La pasión del Maruchito
La historia del Maruchito fue el eje temático de un gran proyecto transmedia. En este sentido, se tradujo en un documental de 12 minutos en el que confluyeron equipos del IUPA y el “Río Negro”, pero también en “La pasión del Maruchito”, una web serie ficcionada, producida por el Instituto Universitario Patagónico de las Artes.
Esta propuesta se materializa en una serie de cinco capítulos que que se podrá disfrutar desde el sitio del “Río Negro” a partir del 25 de octubre.
La trágica historia del marucho Pedro Farías es la columna vertebral de esta serie que insumió rodajes en distintos lugares y paisajes de Río Negro.
Además, logró que estudiantes de distintas carreras (Artes Audiovisuales, Música, Artes del Movimiento), egresados, docentes y profesionales del IUPA confluyeran en un trabajo intensivo y conjunto. En la web serie trabajaron más de 65 personas, entre productores, camarógrafos, editores, escenógrafos, directores, técnicos, actores, músicos, sonidistas, editores web, diseñadores, administrativos y personal de apoyo.
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