Una vez más “no me quisieron”: los procesos excluyentes
Hay desgarradores procesos de revictimización, aún invisibilizados, que sufren niñas y niños de nuestro país, sin suscitar el escándalo sociopolítico que correspondería.
La adopción es un instituto jurídico, pero también un proceso psicosocioafectivo que tiene como objeto restituirle el derecho a toda y todo niño, niña o adolescente sin cuidados parentales, a vivir y desarrollarse en una nueva familia.
Adopciones: avances y tareas pendientes
Para ello, el Estado cuenta con la labor de la Justicia, el órgano proteccional, los registros de adoptantes y, claro está, con las personas que desean adoptar. Sin embargo, y a pesar de todo ello, no siempre las adopciones logran alcanzar su objetivo y menos aún “un final feliz”.
Esa fue la situación padecida por Clara y María, dos hermanas de 6 y 7 años que vivían en un hogar de protección estatal en una de las tantas provincias de nuestro país. En marzo y en plena pandemia, el juzgado les declaró la situación de adoptabilidad, seleccionó una familia inscripta en el Registro de Adoptantes de esa provincia y Clara y María -previa vinculación- comenzaron a vivir con quienes imaginaban serían sus futuros padre y madre: Juan y Florencia. (NDR: Todos los nombres del relato son ficticios para reservar la intimidad de las personas)
Todo ello, a través de una guarda con fines adoptivos decretada judicialmente. En julio, estos guardadores -via Zoom- manifestaron al juzgado que: “María es una niña realmente muy complicada, se porta demasiado mal, no nos hace caso… ya no podemos más con esta situación… decidimos no poder continuar así. Sino, al final vamos a terminar divorciándonos… no es lo que imaginábamos. Queremos que Clara continúe con nosotros, pero no así María”.
A los pocos días pasó lo tan temido: las niñas fueron depositadas -cual objetos- nuevamente en el hogar estatal.
Ocurrió así lo que -habitual y erróneamente- se denominan “devoluciones”, pero ya es hora de que definitivamente erradiquemos esa palabra y empecemos a llamar a las cosas por su nombre: “procesos excluyentes”. ¿Por qué? Porque son esencialmente procesos que producen una nueva exclusión, una nueva expulsión familiar.
El lenguaje nunca es neutro y representa el paradigma social al cual pertenecemos. ¡Atención! Solo se pueden “devolver” objetos, nunca personas (a no ser que sea la época de los esclavos). Desgarradores procesos de revictimización, aún invisibilizados, sufren niñas y niños de nuestro país, sin el escándalo sociopolítico que corresponde. ¿Lo vamos a seguir permitiendo? ¿Qué sentirán tantos niños y niñas como María y Clara? Las respuestas pueden ser infinitas.
Sin embargo, de algo tengo certeza: ninguno escapa al doloroso sentimiento que provoca el autopercibirse. “Una vez más no me quisieron” y “una vez más nadie me protegió”.
Es hora de que todos y todas, sociedad y Estado, nos hagamos cargo.
* Federica Otero es Psicóloga (UBA), magister en Psicología Clínica (UNB, Brasil), directora de la Diplomatura Interdisciplinaria en adopciones (UAI).
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