Una potencia fragmentada

Tras una espera agónica, Joseph Biden alcanzó los votos electorales que lo consagran como el 46º presidente de los Estados Unidos. El derrotado Donald Trump, fiel a su estilo, no claudica en su obstinación por dar batalla legal hasta la Corte, aun cuando sus demandas son rechazadas.

Los demócratas ganaron, por una escasa cantidad de votos, los estados decisivos para la mayoría en el Colegio Electoral. La tendencia en el voto popular es mayor: Biden tuvo una diferencia de 4,5 millones de votos. Pero en el sistema de elección indirecta de EE. UU. para ganar la presidencia no solo importa cuántos votos más se tienen, sino dónde se logran. Trump lo sabía: en el 2014 fue presidente con tres millones de votos menos que Hillary Clinton. Cada vez más voces ya se alzan pidiendo la reforma de este anticuado sistema electoral, que privilegia la representación de los Estados por sobre el voto popular y tiene un indudable sesgo conservador.

Una multitud reacciona al discurso de victoria de Joe Biden.

La actitud de los contendientes y sus seguidores mostró la profunda división política, social y cultural en el país más poderoso del mundo, que será el principal desafío del nuevo gobierno.

Trump, fiel a su estilo, se adjudicó la victoria cuando aún se contaban votos y luego denunció fraude sin pruebas, a medida que el conteo revertía su ventaja. Persiste en su batalla judicial para anular cientos de miles de sufragios por correo. Biden pidió siempre esperar el recuento, pero su campaña advirtió que “sabremos expulsar a los intrusos de la Casa Blanca” si desconocen su victoria.

Son dos países casi irreconciliables. Uno es mayoritariamente blanco y considera que reactivar la economía es más importante que la pandemia, le preocupa la seguridad y el orden, es nacionalista económico, descree del cambio climático, teme a la inmigración y al avance de las minorías sexuales y raciales. El otro cree que frenar al covid es prioridad, le preocupa la desigualdad racial y de la mujer, es más cosmopolita, quiere acciones contra el cambio climático y en él muchos pertenecen a las minorías afroamericana, hispana y asiática. Hubo récord de participación, pero el 97% de los condados (la división administrativa menor) votó igual que en el 2016.

Pese al cuestionado manejo de la pandemia y al estilo autoritario, provocador e impredecible de Trump, no hubo la “marea azul” vaticinada en las encuestas. El aún hoy presidente tiene una base más grande y sólida que antes. No solo entre la mayoría blanca y rural, sino también entre mujeres e hispanos. Pese a la derrota, los analistas creen que habrá “trumpismo” para rato. A sus simpatizantes no solo no les molesta, sino que aprecian su tono disruptivo, los tuits furibundos, la pelea con los medios y líderes mundiales. Piensan que es auténtico y defiende al país. Además los republicanos mantienen su peso en el Congreso.

Como señalan los expertos, Trump no es la causa, sino el síntoma de un proceso que atraviesa la sociedad estadounidense, que pasa de ser una sociedad de mayoría blanca a una multirracial y cultural, en un contexto donde la primacía es cuestionada por otros actores globales, en especial China. Como señaló el analista del New York Times Thomas Friedmann, los demócratas siguen lejos de la clase obrera que fue su base y “deben abordar la sensación de humillación de muchos trabajadores, que sienten que la economía los dejó atrás y que las élites los menosprecian”.

Partidarios de Trump rechazan el triunfo demócrata y denuncian fraude

Ahora Biden tendrá el desafío de hallar puentes en esta sociedad con múltiples fracturas, que tienen impacto en el mundo, incluyendo la Argentina. No tiene el empuje ni el carisma que tuvieron Clinton u Obama, pero su postura centrista trajo los votos que se escaparon en el 2016. Su experiencia, predisposición al diálogo y liderazgo moderado podrían ser lo que el país necesita. La agenda hacia Latinoamérica no variará demasiado, pero una visión más globalista y un cambio en las formas y los interlocutores pueden ayudar a nuestro país en negociaciones clave.

Más que de Trump, dependerá de los líderes del partido republicano si la superpotencia inicia una etapa más serena o va hacia una crisis institucional de indudable impacto político global.


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