Una lucha insensata
Editorial
De haberse producido algunas semanas antes, la decisión de los gobernadores peronistas de las tres provincias más importantes de firmar un acuerdo sobre los fondos de coparticipación con el gobierno del presidente Fernando de la Rúa pudo haberle ahorrado al país no sólo mucha angustia, sino también una cantidad nada despreciable de dinero que le costará recuperar. Es posible que no lo hayan entendido Carlos Ruckauf, José Manuel de la Sota y Carlos Reutemann, pero el riesgo principal que afronta el país en este momento consiste en que la fuga de capitales que ya está en marcha cobre una magnitud tan grande que la actividad económica se paralice por completo, lo cual por cierto no beneficiaría a las autoridades bonaerenses, cordobesas y santafesinas aun cuando, para satisfacción de sus muchos adversarios, sirviera para debilitar todavía más a De la Rúa. En vísperas de la firma del pacto que les permitiría a los gobernadores refinanciar sus deudas y tratar de resolver algunos problemas urgentes, el índice riesgo país subió hasta rozar los 2.700 puntos, un nivel escalofriante que reflejó la conciencia de que, a menos que los mandatarios provinciales asumieran el hecho de que no hay dinero y que por lo tanto la «dureza» gubernamental se ha debido a algo más que la personalidad de Domingo Cavallo, la economía argentina se desplomaría en una cuestión de horas. Asimismo, el que en opinión de los financistas no haya mejorado notablemente a partir de entonces, puede atribuirse a la seguridad de que políticos que ya habían actuado de forma tan agresivamente irresponsable serían plenamente capaces de reincidir en cualquier momento.
Por supuesto que Ruckauf, De la Sota y Reutemann no son los únicos que se han permitido creer que no les corresponde preocuparse en lo más mínimo por el destino del país, tarea ésta que a su juicio incumbe exclusivamente al presidente de la República. Se trata de una forma perversa de pensar que está tan difundida que hasta el titular del partido oficialista por antonomasia, la UCR, ha adquirido la costumbre desconcertante de alternar el apoyo táctico con críticas tremendistas dirigidas contra la estrategia presidencial. En cuanto a los demás políticos, casi todos se dedican a anteponer lo que toman por los intereses de su propio feudo, sea éste una provincia, una municipalidad, un partido, una línea interna, un sindicato o, huelga decirlo, su imagen personal, al futuro del país, desatando de esta manera un proceso de descomposición que por razones comprensibles ha convencido a los observadores de que la posibilidad de que la Argentina logre salir del pozo en el que se ha precipitado se aproxima a nula. Puede que exageren, que a pesar del alboroto constante y de las declaraciones petardistas de tantos dirigentes, la clase política realmente haya comenzado a comportarse con más sensatez que en otras épocas, pero hoy en día las impresiones superficiales suelen resultar decisivas, sobre todo cuando una maniobra mal calculada podría producir una serie prolongada de desastres irremediables.
Que De la Rúa propenda a vacilar y que Cavallo sea dueño de un temperamento difícil son datos con los cuales tenemos que convivir hasta que el país por lo menos logre acercarse a tierra firme, porque un cambio de presidente supondría un trauma político acaso insoportable y la defenestración inoportuna del ministro de Economía sería de por sí suficiente como para ocasionar un colapso brutal. Así las cosas, es deber de todos los dirigentes obrar con extrema cautela en base de dichas realidades, por deplorables que a algunos les parezcan. Al fin y al cabo, sería razonable suponer que incluso los más ambiciosos comprenderán que si sus esfuerzos por promocionarse implicaran una pesadilla económica al lado de la cual la situación actual parecería paradisíaca les convendría pensar en otra manera de hacerlo, pero a juzgar por la conducta reciente de hombres como Ruckauf, para no hablar de su aliado ocasional, el sindicalista Hugo Moyano, son muchos los «dirigentes» que están dispuestos a sacrificar al país mismo si creen que de este modo podrán acercarse un poco más a sus objetivos personales.
De haberse producido algunas semanas antes, la decisión de los gobernadores peronistas de las tres provincias más importantes de firmar un acuerdo sobre los fondos de coparticipación con el gobierno del presidente Fernando de la Rúa pudo haberle ahorrado al país no sólo mucha angustia, sino también una cantidad nada despreciable de dinero que le costará recuperar. Es posible que no lo hayan entendido Carlos Ruckauf, José Manuel de la Sota y Carlos Reutemann, pero el riesgo principal que afronta el país en este momento consiste en que la fuga de capitales que ya está en marcha cobre una magnitud tan grande que la actividad económica se paralice por completo, lo cual por cierto no beneficiaría a las autoridades bonaerenses, cordobesas y santafesinas aun cuando, para satisfacción de sus muchos adversarios, sirviera para debilitar todavía más a De la Rúa. En vísperas de la firma del pacto que les permitiría a los gobernadores refinanciar sus deudas y tratar de resolver algunos problemas urgentes, el índice riesgo país subió hasta rozar los 2.700 puntos, un nivel escalofriante que reflejó la conciencia de que, a menos que los mandatarios provinciales asumieran el hecho de que no hay dinero y que por lo tanto la "dureza" gubernamental se ha debido a algo más que la personalidad de Domingo Cavallo, la economía argentina se desplomaría en una cuestión de horas. Asimismo, el que en opinión de los financistas no haya mejorado notablemente a partir de entonces, puede atribuirse a la seguridad de que políticos que ya habían actuado de forma tan agresivamente irresponsable serían plenamente capaces de reincidir en cualquier momento.
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