Una batalla épica que quedará en la historia

Abbondanzieri detuvo dos penales. Bianchi, mito viviente.

Yokohama fue escenario de una noche épica, de esas que la historia del deporte argentino guardará en la buhardilla de los mitos y evocará con nostalgia y orgullo hasta el final de sus días. Boca volvió a colocar al fútbol nativo en el pináculo del universo, allí a donde sólo llegan los grandes, aquellos equipos destinados a marcar una era, como el Boca de Carlos Bianchi, el conquistador impenitente, a esta altura uno de los mejores técnicos que ha dado el fútbol mundial. Bianchi se acerca sin pausa a un olimpo reservado para sólo un puñado de héroes inigualables. Su estatura adquiere dimensiones colosales no sólo por los logros, sino por el modo con el que edifica su epopeya. A diferencia del título del 2000 ante el Real Madrid, cuando Boca ganó en la cancha con un estratega genial -Riquelme- y dos puntas en estado de gracia -Delgado y el infalible Palermo-, el equipo dirigido por Bianchi -y nunca mejor elegida la palabra- jugó ayer sin enganche, con una defensa en línea, sin un goleador nato, sin un jugador zurdo -tal vez éste, un detalle menor, pero paradójico- del medio hacia adelante. Boca salió ayer a hacer su negocio, a desarrollar su postura, a maniatar a un rival que suelto hubiera sido feroz. El partido en sí fue una batalla angustiante y colosal disputada con el cerebro y la piel. Una final que no abundó en exquisiteces, pero que tuvo la tensión y el misterio que siempre abriga a los encuentros que son terminales. Como dos especialistas batidos a duelos, ganó el que menos se equivocó, el que menos penales erró. Ambos, largamente, dieron la talla del acontecimiento. Boca y Milan demostraron porqué llegaron a Japón, porqué son los mejores exponentes del fútbol de clubes a nivel mundial. Cada uno se paró como era previsto: Boca con su pulso acostumbrado, su defensa en línea aceitada, sus cuatro rastrilladores del medio, sus dos puntas a la pesca de una chance. Milan algo más adelantado, con Kaká intentando convertirse en manija, con la misma solidez en defensa -enorme Paolo Maldini- y el astuto Schevchenko como preocupación latente. Fue Boca el que primero se acercó: a través de un cabezazo de Schiavi que Dida desvió al córner. Luego con una volea de Donnet que el brasileño también alcanzó a sacar. Pero fue el Milan el que se puso en ventaja a través de Tomasson tras pase de Pirlo. Por suerte para su destino, Boca llegó al empate de inmediato: Donnet mandó de zurda a la red un rechazo corto de Dida. Otra vez tablas, otra vez cada uno envainaba la espada y esperaba. Pudo aumentar Kaká pero devolvió el palo. En Yokohama comenzaba a expandirse un indetenible olor a empate. Porque en el segundo el Milan fue un poco más -lo tuvo Schevchenko pero tapó bien Abbondanzieri-, pero Boca de contra bien pudo acertar. El ingreso de Tevez le dio más fútbol. Un par de combinaciones con Iarley levantaron a los plateístas. Llegó el alargue, donde Boca no fue menos. Llegaron los penales, ya cuando los sentidos estaban a punto de estallar. Los brazos, el cuerpo de Abbondanzieri sacaron boleto en el tren de la historia. El acierto de Cascini desató el delirio. Boca era el rey del universo. Las manos del ‘Pato’ habían logrado poner el mundo a sus pies.

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