Un verdadero cambalache climático: ¿hay salida?
Juan Haridas Gowda*
En un siglo, nos volvimos dependientes de la energía fósil. Volver al pasado es irrealista, pero ayuda a entender el problema: si queremos reducir las emisiones de carbono, debemos cambiar nuestra forma de vivir, alimentarnos, trabajar y viajar.
En la vidriera irrespetuosa del cambio climático se mezclan preocupaciones abstractas sobre un futuro cercano (¿presente?) con problemas concretos que nos agobian. Si lo urgente es enemigo de lo importante, nuestro impacto sobre el entorno seguirá creciendo mientras salimos de una crisis económica o política y tomamos aire para afrontar la próxima. Dejemos de lado un minuto lo urgente, para pensar en lo importante.
Hoy pocos científicos dudan de que la actividad humana tiene un impacto sobre el clima a escala global, principalmente un aumento de carbono en la atmósfera. Si bien los gases “efecto invernadero” son muchos y provienen de diversas fuentes, simplificando podríamos decir que las plantas retiran carbono del aire, combinándolo con otros elementos para encerrar energía solar en materia orgánica.
El ser humano, como el resto del reino animal, consume esa energía, liberando nuevamente el carbono al aire. Si sacáramos del sistema al reino animal, así como a hongos y bacterias, que descomponen materia orgánica, el mundo vegetal cambiaría rápidamente, perdiéndose todas las flores y frutos, pasando el fuego a ser el principal liberador de carbono. Si bien el cambio climático está asociado a la concentración de carbono en el aire, otro modo de ver el tema es pensarlo en términos de energía. Carbón mineral, petróleo y gas no son más que enormes cantidades de plantas enterradas mucho antes de que existiera el ser humano, y cuya degradación fue incompleta por falta de oxígeno.
El subsidio al uso de combustibles fósiles incentiva su consumo en vez de reemplazo por fuentes renovables y desincentiva el cuidado del calor con aislación térmica.
En menos de 100 años reemplazamos nuestra energía física y la de nuestros animales domésticos por energía fósil. Eso indudablemente tuvo efectos muy diversos, cambiando nuestro modo de alimentarnos, trabajar, vivir y movernos. Hace 100 años, la mayoría de los seres humanos vivía en zonas rurales, produciendo su alimento, vistiéndose con derivados vegetales y animales, en casas construidas con herramientas manuales e iluminando sus noches con grasas y aceites… Volver al pasado es irrealista, pero nos ayuda a entender un eje del problema: si queremos reducir nuestras emisiones de carbono, tendríamos que cambiar nuestra forma de vivir, alimentarnos, trabajar y viajar. Ese es el mensaje de Greta, algo que ha irritado a muchos jefes de estado y generado gran simpatía entre los más jóvenes. Según esta lógica, ya no deberíamos hablar de cambio climático, sino de cambio global, para concentrarnos en qué podemos realmente cambiar, a diferentes escalas, en nuestra interacción nuestro planeta.
Si estamos más o menos de acuerdo en cuáles son las causas del cambio climático y sin profundizar sobre sus posibles efectos, la gran pregunta y para mí la más difícil, es quién debe generar cambios que permitan revertirlo o al menos detenerlo. Los grandes acuerdos internacionales hasta ahora han logrado pocos resultados concretos, y no podemos esperar mucho de los grandes países emisores, EE UU, China y Rusia. En nuestro país, los impulsos de promoción a la inversión en energías renovables, como la eólica, solar, hidráulica y en biocombustibles chocan con una política tarifaria errática, enormes subsidios al gas «natural», promoción del transporte de mercadería por camiones, y una creciente dependencia de las retenciones al sector agro exportador y a la industria petrolera.
En resumen, los grandes enunciados internacionales y nacionales hasta hoy han generado nuevas estructuras burocráticas, viajes, viáticos y consultorías, pero no han logrado reducir nuestra dependencia energética ni nuestras emisiones de carbono, a pesar de los millones de artículos, tesis doctorales, charlas y conferencias producidas por la comunidad científica, las grandes movilizaciones ciudadanas, o las catástrofes más recientes.
¿Estaremos equivocando el camino? ¿Podemos hacer algo nosotros, sin esperar a que Trump pierda las próximas elecciones, Alberto F decida que vaca muerta es una mala idea, y nuestras queridas provincias patagónicas dejen de pensar en las regalías como el principal sustento de la economía regional?
Veamos cómo funciona Bariloche, a ver si podemos hacer algo desde nuestra querida ciudad:
Nuestra principal fuente de ingresos es el turismo, o sea gente que se traslada miles de kilómetros, en auto, micro o avión, para disfrutar de nuestro hermoso paisaje. Desde el punto de vista energético, si tuviéramos un buen sistema ferroviario, que nos trajera cómodamente en menos de un día, muchos preferiríamos esa experiencia. Hoy seguimos agregando anualmente toneladas de petróleo para mantener un sistema vial en mal estado por el que se mueve la mayoría de nuestros visitantes, así como la comida que consumirán. Gracias al sistemático desincentivo a la producción hortícola en la región, casi toda la comida que consumimos, residentes y visitantes, proviene de Mendoza o más lejos… mientras que Río Negro sigue exportando peras y manzanas a Rusia!!! O sea que somos económicamente dependientes de generar CO2…
Tanto turistas como gran parte de la clase media Barilochense cocina, y calefacciona sus hogares, establecimientos y piletas con gas «natural» subsidiado… en una región rodeada de ríos, bosques, viento y sol. Podríamos al menos coincidir en que el subsidio al uso de combustibles fósiles incentiva su consumo en vez de su reemplazo por fuentes de energía renovable y desincentiva el cuidado del calor mediante aislación térmica. Mientras tanto, en el Alto muchas familias con necesidades básicas no satisfechas tienen un costo entre 20 y 30 veces más alto para calentarse y cocinar, a pesar de la «garrafa social» y el «Plan Calor».
Una vez por día pasa el recolector municipal de residuos a llevarse lo que sobró de todo lo que trajimos de otros lados, para enterrarlo en nuestro «Centro Ambiental», donde las mujeres de la Cooperativa ARB logran recuperar un 5% de lo que tiramos al lado de una planta de separación de residuos que nunca funcionó… El resto se entierra, generando biogás que, en lugar de aprovecharse en una cocina o calefactor, va directamente a la atmósfera, para agregarle más carbono.
Si realmente queremos ser parte de la solución, y no sólo del problema, tenemos muchas buenas oportunidades cada día, pero deberemos cambiar nuestros hábitos, reducir en muchos casos nuestro nivel de confort, y valorar los esfuerzos que nuestros representantes hagan en ese sentido, aunque nos perjudiquen en lo personal. Tal vez nos demos cuenta después de unos meses, que ganamos con el cambio, más allá de que nuestro esfuerzo tenga un impacto global.
Separar nuestros residuos, compostando los de verduras en nuestros jardines o en algún lugar común del barrio, reduciría sustancialmente la montaña de basura, y su transporte, permitiría un aumento inmediato en la cantidad de material recuperado por la ARB, y mejoraría nuestros jardines o huertas, reduciendo la necesidad de usar fertilizantes. Imaginemos que todos los restaurantes, pubs, hoteles y cabañas de Bariloche reciclaran sus alimentos…así como las cervecerías su malta y las verdulerías, supermercados y almacenes sus descartes. Algunos ya lo hacen.
Lecciones que deja una Australia en llamas
Seguramente ningún estudio científico podrá demostrar un efecto a escala global, pero nos sentiríamos mejor y mejoraríamos nuestra calidad de vida.
¿Y si pudiéramos reducir nuestro consumo energético, simplemente mejorando la aislación de nuestras casas? más allá del impacto que implicaría una inversión para reducir un gasto que hoy es pequeño, existen varias razones para pensar en que es una buena idea.
Van dos: (1) cuando aislamos, no sólo reducimos nuestra necesidades de calefacción en invierno, sino que tendremos hogares menos calurosos en verano; (2) nuestra economía familiar dependerá menos del subsidio a los malos hábitos.
Si creemos en el cambio climático y agregamos el efecto de «isla de calor» que genera el cemento de las grandes ciudades, será mejor aislarse que calentarse para luego refrigerarse…agregando hábitos sencillos, como abrigarnos un poco en vez de subir el termostato a 22 oC, no sólo ahorraremos energía sino que respiraremos mejor.
Para reducir nuestro consumo de gas, podemos agregar una estufa a leña con buena eficiencia térmica (no un hogar ni una salamandra, sino soluciones bastante más eficientes). Existen soluciones sencillas y económicas como la estufa «Sara » desarrollada por el INTA con buena inercia térmica, o la «Rocket» de calentamiento rápido, producida por los chicos de Eco Manos, quienes apoyados por la Municipalidad y fundación INVAP capacitan a jóvenes y no tan jóvenes a fabricarlas. Estas estufas funcionan con ramas y residuos leña fina. Justo lo que quemamos mensualmente en el «Centro Ambiental» para calentar el ambiente y reducir la montaña de basura. ¿Y por qué no calefacción distrital en vez de gas por red en los nuevos barrios? Utilizando residuos de cosecha de pinares como la caldera que calienta al Servicio Forestal Andino, traída por el CIEFAP para mostrar que eso no sólo es posible sino que es algo común en otras latitudes.
Podemos seguir con el transporte, otro tema que nos agobia todas las mañanas del año, trabados en interminables colas, con un sistema público en continuas crisis y un promedio de 1.5 personas por auto. A pesar de que vivimos en una municipalidad repleta de minibuses que dependen de un buen verano y una temporada de esquí cada día más efímera. Los dueños de éstos transportes, tienen que habilitar sus vehículos municipal, provincial y nacionalmente… ¿No podríamos utilizar este enorme recurso? O siendo más osados. ¿Por qué no construir un teleférico que conecte al alto con el centro? ¿y no sería lindo tener una bicisenda que permita llegar de los kilómetros al centro por las mañanas?
Si lográramos implementar alguna de estas ideas locales ¿cambiaríamos algo? Creo que por lo menos tendríamos una ciudad más agradable. Con algo de suerte, nos destacaríamos como ciudad ambientalmente amigable, lo que atraería a turistas que premian destinos sustentables. Y en el mejor de los mundos, nuestro esfuerzo individual, adecuado a una realidad local, inspiraría a otros a repetir, copiar, adaptar y mejorar estos pequeños logros.
Muchas soluciones locales se globalizaron sin necesidad de grandes organizaciones ni acuerdos internacionales, siglos antes de que existiera internet o viviéramos en un mundo interconectado. Así como la domesticación de cereales, papas, mandiocas y caña de azúcar, fueron eventos locales que cambiaron el balance energético, político y socioeconómico del mundo, cualquiera de nosotros puede encontrar la varita mágica que genere un nuevo gran cambio global. Podemos empezar a buscarla o seguir mirando la vidriera de este cambalache.
* Ingeniero forestal y doctor en Ecología. Investigador del Instituto de Investigaciones en Biodiversidad y Medioambiente (Inibioma) del Conicet y la UNC.
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