Un símbolo de la violencia racista

Jochen Schmidt lo tiene todo grabado en la memoria. “Oyes gritos, ves fuego y hueles el humo, no puedes ir ni para atrás ni para adelante y te empiezan a abandonar las fuerzas”.

Schmidt era practicante de un equipo de la televisión pública alemana ZDF y se encontraba el 24 de agosto de 1992 en el barrio Lichtenhagen de la ciudad de Rostock, en la “Casa de los Girasoles”, llamada así por unos gigantes girasoles que adornan su fachada.

El bloque de pisos fue escenario durante tres días de los peores disturbios xenófobos en la historia alemana de la posguerra. Y se convirtieron en símbolo de la violencia racista.

Corría en Alemania el tercer año desde la caída del Muro de Berlín en 1989 y al país llegaba ese año medio millón de solicitantes de asilo que huían de la guerra de Yugoslavia y de la convulsionada Rumania.

“Ahí arriba todos pensamos que esto era el fin”, recuerda Schmidt. El joven consiguió subir hasta el techo del edificio de 11 pisos junto con sus colegas y unos 150 trabajadores vietnamitas y pasarse por la azotea a otra parte del edificio.

Abajo, una turba enardecida de vecinos y neonazis atacaban el bloque en el que residían los inmigrantes vietnamitas y prendían fuego a varios apartamentos.

En el mismo bloque se encontraba el centro de primera acogida para solicitantes de asilo del estado federado de Mecklemburgo-Pomerania Occidental, en el extremo noreste del país.

Durante semanas, el lugar se encontraba abarrotado de gente, especialmente de Roma llegados de los Balcanes. Todos los peticionarios debían acudir a este centro para registrarse antes de ser distribuidos en hogares en todo el “Land”.

Muchos acampaban en medio del barrio. No tenían comida ni contaban con servicios sanitarios y algunos se ayudaban como podían. En los comercios de la zona aumentaron los robos, pero pese a las quejas y protestas de la población, las autoridades no reaccionaron.

La situación escaló el 22 de agosto. Jóvenes y vecinos arrojaron piedras y cócteles molotov al edificio y a la Policía. “Al principio, eran vecinos y jóvenes del lugar que no tenían perspectiva alguna”, dice el diputado del Partido Socialdemócrata y presidente de la comisión vecinal, Ralf Mucha.

“Pero también soy consciente que entre ellos se encontraban racistas del mundillo ultraderechista de Rostock”.

Más tarde se les sumaron neonazis de toda Alemania. La Policía no pudo controlar la situación y tras mucho vacilar, las autoridades resolvieron desalojar el centro de registro, pero no a los vecinos vietnamitas.

A partir de allí, la violencia de los neonazis y de miles de curiosos que los alentaban como si estuvieran en una fiesta popular se dirigió contra los vietnamitas que vivían allí como otros tantos miles que llegaron a la extinta Alemania Democrática para trabajar.

Wolfgang Richter, en aquel entonces responsable de extranjería del estado federado, también quedó atrapado en el bloque. “¡Esto no va contra los vietnamitas! Con ellos convivimos desde hace diez años”, recuerda que le decían muchos vecinos. “Pero esto al final no sirvió de nada, porque una vez que estalló, la violencia xenófoba no hizo diferencias”.

Para el periodista Schmidt, “Rostock es un prototipo de la violencia de ultraderecha. Y de la facilidad con que los agitadores mueven a las masas”.

El jardín delante de la “Casa de los Girasoles” en el que se descargó la ira de la gente ya no existe. Sobre el predio se construyó un centro de servicios, con tiendas y consultorios médicos, una ferretería y un aparcamiento.

Lichtenhagen tiene hoy 14.000 habitantes, un 5,7 por ciento de ellos extranjeros y una tasa de desempleo ligeramente por debajo de la media de Rostock (de 7,2 por ciento). “Es un vecindario con gente diversa”, constata Mucha. Hay empresarios pero también familias de escasa educación y pocos recursos. Hay un centro para refugiados “que es aceptado y respaldado”, asegura.

Rostock recordará esta semana las aciagas horas de 1992 con estelas temáticas en la “Casa de los Girasoles”, el ayuntamiento, la sede del diario “Ostsee-Zeitung”, el cuartel general de Policía y en un centro juvenil izquierdista para ilustrar el papel que jugaron los medios, los políticos, la Policía y los contramanifestantes de izquierda.

El pogromo de Rostock no fue el único episodio racista que sacudió a Alemania a principios de los 1990. En 1993, en la ciudad de Solingen, en el oeste alemán, cuatro hombre prendieron fuego a un edificio en el que vivían inmigrantes causando la muerte de cinco mujeres turcas y de una niña.

En 1992, en Mölln, en el norte alemán, dos niñas y una mujer murieron al ser incendiada la casa de apartamentos en que vivían. Un año antes, ultraderechistas atacaron con cócteles molotov una residencia de solicitantes de asilo en la localidad de Hoyerswerda, en Sajonia, causando heridas a 32 personas.

(DPA)

Los hechos ocurridos en Rostock son un prototipo de la violencia de ultraderecha, y de la facilidad con que los agitadores mueven a las masas

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Los hechos ocurridos en Rostock son un prototipo de la violencia de ultraderecha, y de la facilidad con que los agitadores mueven a las masas

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