Un mundo sin Quino: y ahora, ¿quién podrá comprendernos?
El creador de Mafalda falleció este miércoles a los 88 años. Celebrado por su lucidez para entender el mundo y traducirlo en humor gráfico, tanto como por su calidez personal, perdemos a uno de los mejores intérpretes de la condición humana.
Un tío, un pequeño sobrino y una campaña publicitaria trunca marcaron el destino de Quino, fallecido este miércoles a los 88 años.
Mendocino de Guaymallén, al pequeño Joaquín Salvador Lavado Tejón, nacido el 17 de julio de 1932, lo llamaron Quino para diferenciarlo de su tío homónimo, un dibujante publicitario que lo inspiró a dibujar.
Hijo de inmigrantes andaluces, el pequeño Quino dibujó siempre. En 1945 tras la muerte de su madre, empezó a estudiar en la Escuela de Bellas Artes de Mendoza. Poco tiempo después, murió su padre. Quino dejó los estudios para dedicarse de lleno a la ilustración y vender su trabajo. Su padre murió poco después, cuando Quino tenía diecisiete años.
Fue entonces que abandonó la escuela con la intención de convertirse en autor de historietas cómicas, pero no le fue como esperaba: nadie se interesó en sus tiras. En 1951, viajó a Buenos Aires y recorrió todas las redacciones de diarios y revistas posibles pero tres semanas más tarde, regresó a Mendoza sin conseguir un solo trabajo.
“Me decían que las ideas eran buenas, pero para tener un dibujo más o menos pasable me faltaba mucho tiempo. Tenían razón. Dibujaba bastante mal”, dirá Quino muchos años después.
¡Cómo te queremos Mafalda!
En 1954 fue convocado al servicio militar obligatorio. Durante ese tiempo no dibujó y cuando finalizó aquello se dio cuenta, al tomar nuevamente el lápiz, que su estilo había cambiado. Inmediatamente, se instaló en Buenos Aires. Lo mejor estaba por venir, aunque no sin dificultades.
Otra vez, Quino recorrió diarios y editoriales, aunque esta vez con mejor suerte. Al principio, logró publicar sus dibujos en revistas como Leoplán, TV Guía, Vea y Lea, Damas y Damitas, Usted, Panorama, Adán, Atlántida, Che, el diario Democracia, entre otros.
En 1963 publicó “Mundo Quino”, la primera de más de veinte antologías que el dibujante publicaría a lo largo de su vida. Se trataba de una selección de viñetas temáticas mudas en las cuales Quino decía lo que pensaba del mundo, entre la ironía y la acidez.
Al poco tiempo le llegaría una propuesta que le cambiará la vida para siempre, no sólo a él sino todos nosotros. A Quino le encomendaron una tira publicitaria para promocionar los electrodomésticos Mansfield. En realidad, no fue a él a quien se lo propusieron, sino a su amigo Miguel Brascó la idea tras la tira era que los nombres de todos los personajes comenzaran con M; la treta publicitaria no funcionó, sin embargo, esa fue la semilla de su más grande creación: Mafalda.
Brascó fue contactado por Agens Publicidad con el fin de crear una tira de historietas para promocionar la marca de electrodomésticos Mansfield, de la empresa Siam Di Tella. La tira funcionaría como publicidad encubierta al aparecer en medios impresos. Brascó, que andaba en otra cosa, se acordó de que su amigo le había comentado que tenía ganas de dibujar una tira con chicos como protagonista, por lo que no dudó en ofrecerle el trabajo. Quino aceptó y se puso a trabajar. Es decir, a dibujar. Las únicas condiciones que le impusieron fueron que aparecieran electrodomésticos en algún momento de la tira y que los nombres de los personajes comenzaran con la letra M.
Quino no tuvo problemas con eso y creó a Mafalda, aunque no exactamente a la Mafalda que luego conoceríamos, ya que su fisonomía era algo diferente. El problema (o no) fue que la campaña publicitaria de los electrodomésticos Mansfield se cayó porque el diario Clarín descubrió la publicidad encubierta. Pero eso tampoco fue problema para Quino: al fin y al cabo, tenía los personajes que buscaba desde hacía tiempo.
Se trataba de una familia tipo de clase media porteña con dos hijos: un niño y una niña, la niña. Su nombre le apareció a Quino mientras miraba la película “Dar la cara”, en la cual un aparecía un bebé que se llamaba Mafalda que a Quino le gustó para su niña, la niña.
Caída la publicación vía publicidad encubierta, su amigó Brascó le publicó en el suplemento humorístico “Gregorio» de la revista Leoplán, del cual era director, tres de las tiras dibujadas para la campaña fallida. Pero será en Primera Plana donde Mafalda comience oficialmente su fantástico derrotero.
En 1964, Julián Delgado, director de la revista, le propuso a Quino publicar a Mafalda. Una vez más, Quino se puso a trabajar. Es decir, a dibujar. En un principio, fueron Mafalda y sus padres. Más tarde, con el correr de las tiras Quino fue agregando personajes, destacándose entre estos los amigos de Mafalda: Felipe, Manolito, Susanita, Miguelito –inspirado en un sobrino suyo- y Liberta; y, por último, su hermanito Guille.
Quino, Mafalda y RÍO NEGRO, una historia de años
Mafalda apareció por primera vez, el 29 de septiembre de 1964 en la revista Primera Plana. En 15 de marzo de 1965 pasó al diario El Mundo hasta su cierre el 22 de diciembre de 1967. Tras cinco meses sin publicarse, reapareció en Siete Días el 21 de marzo de 1968. La última tira original se publicó el 25 de junio de 1973. El final de la tira fue una decisión de Quino.
Lejos de ser un final, aquello fue el comienzo de una nueva vida para Mafalda y la consagración definitiva de su genial creador. Desde entonces, Mafalda siguió publicándose en diarios y revistas del país y el mundo, además de doce álbumes de permanente reedición, recopilaciones de tiras inéditas, recopilaciones integrales, antologías y adaptaciones a medios audiovisuales.
El año pasado, pudo verse en Neuquén la muestra “Mafalda en su sopa”, organizada por la Biblioteca Nacional. Río Negro se entrevistó con Judith Gociol, curadora de la muestra y responsable del Archivo de Historieta y Humor Gráfico Argentinos, quien sostuvo que la vigencia de Mafalda se explica porque se trata de un mensaje humanista. Y que una niña de los ‘60 aún dialogue con nosotros “es la constatación de que el mundo no cambió. Quizás hubiera sido mejor tenerla como un libro de historia, pero no es lo que ocurre”, reflexiona Gociol. Y concluye: “Creo que los aspectos coyunturales que atraviesan las inquietudes de Mafalda, como la guerra de Vietnam, Mao Tsé Tung, Los Beatles, son la cáscara. Lo que subyace a todo eso y la convierte en un clásico de vigencia permanente es su pregunta por el destino de la humanidad”.
En este sentido, quizás una de las tantas virtudes de Quino respecto de Mafalda haya sido el modo en que abordó la infancia. Los chicos del siglo XXI siguen siendo como Mafalda: sujetos inquietos que abordan a los padres con preguntas incómodas acerca de la vida y el mundo y que, con la misma frescura, salen a la plaza a jugar.
La tira no fue pensada para chicos, sino para adultos. La apropiación del personaje por parte de los chicos fue posterior. “Es un fenómeno que se da a partir de que las tiras comienzan a ser publicadas como libros. Porque mientras salía publicada en los diarios era para adultos. Quino mismo se sorprende de que los chicos se hayan apropiado de Mafalda porque en ningún momento la pensó para ellos”, resumía Gociol.
Luego de Mafalda, Quino construyó una obra gráfica contundente apoyada en un humor irónico y descarnado, típicamente ácido e incluso cínico que se sumerge en las profundidades de la miseria y el absurdo de la condición humana. Así, por sus consagradas viñetas unitarias y mudas, desfilaron la burocracia, los abusos de la autoridad, las instituciones inútiles.
Sin embargo, tanto pesimismo se equilibraba con una simpatía -que en el lector desataba una empatía inmediata con las víctimas de la vida, sobre todo los empleados oficinistas, aunque también niños, amas de casa, pensionistas.
Quino fue, desde aquellos días de los 60 y por siempre el intérprete de nuestras fantasías y frustraciones, nuestros deseos y angustias. A través de Mafalda, pero también de sus imbatibles viñetas, leyó los que nos pasaba como personas y como sociedad. Como nadie, Quinos nos interpretó. Y ahora, que ya no está, ¿quién podrá comprendernos?
Quino, según Pablo Bernasconi: «Nuestro prócer del lápiz y el papel»
Quino es como San Martín, un prócer. Y los próceres son esas personas que uno atesora porque son parte del rompecabezas de nuestras vidas. Una pieza imprescindible desde la reflexión, la lucidez y la humildad. Un pensador de nuestra Argentina. Del pasado y del presente de nuestro país; y por eso mismo, también del futuro.
Ha sido uno de los humoristas e historietas más inteligentes del mundo, su legado hace historia y trasciende cualquier espacio y tiempo. Los niños del futuro lo van a seguir leyendo. Su trabajo no envejece porque es definitivamente un clásico.
Es una de esas personas que engalana la inteligencia y lo mejor del ser cultural argentina. Es una persona que vamos a extrañar muchísimo siempre, pero más aún estos tiempos. Creo y espero que las futuras generaciones puedan encontrarse con sus páginas, con su inteligencia, con esa mirada que nos hace muchísima falta cuando la confusión nos domina, donde las cosas se empiezan a nublar y que tiene que ver con no mirara bien, con perder la perspectiva, algo que Quino combatía.
Pablo Bernasconi (Diseñador gráfico, ilustrador de historias)
Especial para Río Negro
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