Un gobierno despistado
La presidenta Cristina Fernández de Kirchner y sus adláteres dan por descontado que no hay mejor defensa que un buen ataque, pero parecen haber olvidado que, antes de emprenderlo, les convendría identificar al enemigo y que en caso contrario su agresividad les resultaría contraproducente. Aunque reaccionaron frente a la sorpresiva muerte del fiscal Alberto Nisman con los tapones de punta, como dijo una oficialista notoriamente belicosa poco antes de producirse el episodio todavía no aclarado que conmocionó al país y que ha ocasionado fuertes repercusiones en el exterior, no lograron ubicar el blanco de su ira, razón por la cual se pusieron a disparar contra los enemigos ya tradicionales: los medios periodísticos que se han resistido a prestarse al “proyecto” de Cristina, la CIA, el Mossad, aquellos “poderes concentrados” que desempeñan un papel central en su imaginación y un largo etcétera. Huelga decir que algunas explicaciones ensayadas por el gobierno han sido francamente ridículas: de tomarse en serio la teoría que ha reivindicado el jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, Nisman fue víctima de conspiradores que se proponían tapar el hecho de que Mar del Plata está disfrutando de un boom turístico. Como pudo preverse, el desconcierto patente de la presidenta, de otros miembros de su gobierno, comenzando con Capitanich, y de los dirigentes peronistas que firmaron una declaración de apoyo antológica que hizo recordar ciertas solicitadas de los tiempos de la presidenta Isabelita Perón, sólo ha servido para sembrar alarma. Si bien el oficialismo sigue contando con el respaldo de una proporción significante de la ciudadanía, se trata de una minoría que propende a achicarse. De difundirse mucho más la sensación de desamparo que ya afecta a sectores muy amplios, las consecuencias no sólo políticas sino también económicas y sociales serán profundas. La desconfianza que tantos ya sentían se ha intensificado debido a la impresión de que el gobierno nacional sencillamente no sabe cómo manejar una situación que se ha visto agravada por su propia ineptitud. Parece desbordado por los acontecimientos. Asimismo, puesto que, desde inicios de su gestión, Cristina ha privilegiado la comunicación directa con “el pueblo”, de ahí la hostilidad visceral del oficialismo hacia el periodismo no alineado y el abuso sistemático por parte de la presidenta de la cadena nacional de radio y televisión que convirtió en una especie de blog personal que ha empleado para mantener informado al público acerca de sus propias actividades y ocurrencias, además de las vicisitudes de sus mascotas, le ha perjudicado muchísimo el que justo cuando más necesitaba aprovechar sus dotes de comunicadora haya fracasado de manera estrepitosa. Los mensajes autorreferenciales que Cristina envió a través de Facebook provocaron más indignación que comprensión por su falta de simpatía para con los familiares del fiscal muerto, mientras que los intentos de encuadrar todo en un relato conspirativo ya construido sólo han motivado extrañeza por proceder no de una comentarista neutral sino de una presidenta supuestamente hegemónica. Ya parece inevitable que tenga repercusiones muy negativas la reacción del oficialismo ante un episodio con toda seguridad truculento pero que, así y todo, cuenta con muchos precedentes tanto nacionales como internacionales. A menos que Cristina abandone la idea de que todo ha sido fruto de una siniestra conspiración urdida por fuerzas oscuras, en los meses venideros el gobierno kirchnerista se dedicará a luchar contra fantasmas sin prestar la atención debida a problemas concretos tales como la recesión económica, la inflación, la precariedad de las reservas y el aumento de la desocupación. Convencido de que la adversidad es obra de “poderes concentrados” nefastos y sus aliados del exterior, podría caer en la tentación de gastar todo cuanto aún le queda en un esfuerzo desesperado por conservar el apoyo de los sectores más pobres de la sociedad, pasando por alto las advertencias de los preocupados por la mundialmente célebre adicción oficial a la irresponsabilidad fiscal. De ser así, la Argentina de Cristina no tardaría en seguir a la Venezuela del cada vez más excéntrico presidente Nicolás Maduro en la carrera hacia la ruina, al subordinar absolutamente todo a las necesidades políticas inmediatas del gobierno.
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