¿Un “buen” maestro?

En toda sociedad a los más altos niveles de expectativas les corresponden directamente las mayores decepciones. Leer en un importante diario nacional el “decálogo de un ‘buen’ maestro”, como hace años se acostumbraba imprimir y regalar, nos hace pensar, más allá de toda lectura sexista, bajo qué pretenciosa vara se mide quién lo ha escrito y ante qué base de resultados comprobables estos “santos”, como la ocasional lectora califica a quienes brillan bajo esos preceptos en ese rol, obtienen ese podio. Puede que haber enseñado por muchos años no dé el mote de “docente” ni “maestro” a alguien, pero otorga la humildad de reconocer que no hay recetas, perfiles ni moldes para enseñar sino la imprescindible necesidad del otro de querer aprender. Una voluntad que quien “educa” induce “escuchando”, tal vez la conducta más difícil de perfeccionar, esa que parte de quién se es, no de cuánto se sabe. El conocimiento ha de encontrarse después de haber asistido a escuelas y universidades, pero la necesidad de hallarlo por propia satisfacción se enseña. Muy lejos de divinidades e investiduras cualquier “buen” educador parece ser sólo un curioso creador de consciencias y sueños.

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