Triunfo hueco
El drama venezolano es típicamente latinoamericano. Un país que se creyó rico y con dirigentes de retórica nacionalista.
Si las grandes victorias electorales garantizaran que los gobiernos resultantes llevarán a cabo los cambios prometidos en el curso de sus campañas proselitistas, el presidente venezolano Hugo Chávez, el cual acaba de ser plebiscitado una vez más por sus compatriotas, no tendría dificultad alguna en transformar su país en un dechado de justicia social y pujanza económica, pero, como sabemos, para que un programa sociopolítico funcione es necesario que cuente con algo más que la adhesión incondicional de millones de personas. Desgraciadamente para quienes creen que las soluciones para los problemas económicos dependen sólo de la voluntad de los dirigentes, también es forzoso que sean realistas, coherentes y apropiados para los tiempos que corren. Aunque ya ha estado en el poder desde hace un año y medio, Chávez todavía no ha puesto en marcha la "revolución bolivariana" mediante la cual espera aliviar las penurias del ochenta por ciento de la población que vive hundido en la miseria, acaso porque no ha logrado pensar en una estrategia que le permitiría repartir mejor los ingresos sin agravar todavía más la crisis que puso fin a la "Venezuela saudita" de comienzos de los años ochenta.
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