Trabajo y educación
Las declaraciones de un gerente de Toyota sobre las dificultades para encontrar personal calificado para su planta de Zárate, debido a que la mayoría de los postulantes no cumplía requisitos educativos básicos, volvió a plantear el debate sobre la articulación entre educación, oferta y demanda laborales, que creció en la pandemia. Desde el gobierno desmintieron que en la ciudad “no hubiera suficientes jóvenes con el secundario terminado” o que “no pudieran leer ni siquiera una noticia del diario”, como señaló el ejecutivo.
Más allá de la polémica, lo que reflejó la situación es la falta de planificación estratégica en la formación de recursos humanos en el país. Y desnudó las debilidades del mercado laboral, donde el desempleo crece y complejas regulaciones complican la contratación y formación de nuevos trabajadores, alimentando el trabajo precarizado y la informalidad.
Según consultoras de recursos humanos, el 72% de los empleadores tuvieron problemas para encontrar los perfiles de empleados que necesitan, contra un 50% de 2019. Las posiciones más difíciles de conseguir están en logística y operaciones, tecnología e información y la industria. En tecnología, cada año quedan sin cubrir entre 5.000 y 10.000 puestos. Antes de la pandemia, había déficit de 50.000 enfermeros y técnicos en el sector salud.
En la industria, los trabajos pesados y automatizados se suplen cada vez más con tecnología, necesitan operarios que agreguen valor. Pero hallan postulantes que carecen de habilidades mínimas, tienen escasa comprensión de textos y fallan en operaciones matemáticas básicas.
En Argentina casi la mitad de los estudiantes no termina el secundario. La cifra se amplía si se mide sólo a los sectores de menores ingresos. Pero ello no explica todo.
Volviendo al caso inicial, Zárate tiene buena proporción de graduados de secundario y casi el 64% mostró habilidades lectoras superiores a la media. El problema, dice el investigador Mariano Nadorowski de la Universidad Torcuato Di Tella, es la desigualdad: apenas el 2% de los anotados en sexto año de escuelas técnicas provenían de familias de bajos ingresos. O sea que mientras graduados de sectores altos y medios no estaban entusiasmados en trabajar en una fábrica (por preferir carreras terciarias o universitarias), los jóvenes más pobres “para quienes un trabajo industrial probablemente implicaría una mejor calidad de vida y movilidad social ascendente”, están excluidos por no tener siquiera el título secundario.
A los problemas estructurales que ya tenían los sistemas educativos y laborales, se sumó la pandemia. La virtualidad forzada e improvisada disparó la desvinculación en secundarios. También complicó a quienes estudian oficios que requieren prácticas presenciales, como gastronomía o Salud.
Interrupción educativa más crisis económica resultaron en un boom del cuentapropismo: más jóvenes buscaron trabajo y lo hallaron en el auto-empleo, en ventas o en servicios de la economía de plataformas (apps de delivery). Sectores que típicamente concentraban empleo joven (comercio, gastronomía, hotelería y la industria del entretenimiento) fueron los más castigados. Sólo el sector hotelero redujo 175.000 puestos. Las tasas de desocupación y pobreza son mucho más altas entre la población de 19 a 24 años.
Las propuestas del gobierno, como asistencias directas, programas de formación laboral o subsidios a quienes contraten jóvenes, lucen insuficientes y no entusiasman a las empresas, que se quejan de las altas cargas laborales (superiores al 45% del salario), la burocracia, la inestabilidad que impide proyectar a largo plazo y la inexistencia de una legislación de contrataciones para pymes, entre otras.
En un mundo donde la digitalización acelera las brechas tecnológicas y la segmentación de los mercados de trabajo, urgen nuevas articulaciones entre Estado, instituciones educativas y privados para mejorar la inserción de los jóvenes en la desigual economía de la pospandemia.
Comentarios