Toribio, un gaucho hacedor en el norte neuquino
Se crió con sus tías en un campo cerca de Varvarco. Es amansador, soguero, bailarín y gran jugador de taba. Mira a futuro y pide por el asfalto, para que la zona mejore y se integren.
Puestero, amansador, soguero, compositor -cuando alguien le pide que cuente y escriba una historia- guitarrero en fiestas familiares, bailarín de cuecas y jugador de taba. Todo eso es Toribio Medel, paisano del norte neuquino, además de jardinero y trabajador en su huerta.
Se crió en una casa de campo con sus tías tejedoras en Invernada Vieja, un paraje de la Cordillera del Viento, a 10 kilómetros de Varvarco. Por allí baja el río Neuquén y pinta de verde los tonos marrones del paisaje seco.
Toribio tiene 67 años, los cumplió el 9 de enero pasado. Es bien flaco, charlador, curioso y de ojos chispeantes. El primer plano de su cara se parece al paisaje que tiene enfrente, con montañas surcadas por el viento.
Su hermano José María ya volvió dela veranada. Subió con las ovejas y chivas de la tía Celestina, la última que queda con vida de las cuatro con las que se criaron. Todas fueron grandes tejedoras, solteras. Toribio también lo es.
Dice que sufrió la pobreza de chico pero que ahora “tenemos todo y una buena casa”, ubicada frente a la ruta provincial 43. La luz llegó en 1994 y el primer camino “se abrió a pico y pala en 1995”. Explica que desde dónde está hoy el mirador de Las Ovejas bajaba la vieja ruta hacia su campo. No por donde pasa hoy la nueva.
Lo primero que hace Toribio cuando alguien lo visita es mostrar sus habilidades camperas. “Levante la manito”, le pide a su caballo Paisanito, que amansó hace poco. Crió varios y también los echó a correr. Ahora tiene sólo para desfilar y un petiso que es su regalón.
Como es algo inquieto, camina hasta la casa y vuelve con un bolsa de la que va sacando sus artesanías para hacerlas lucir: riendas, bozal, un cabestro. Extiende la soga y explica que “se trabaja en dos capas, una finita y otra gorda. Se cose con una lerna, una aguja grande”.
“Este Paisanito no va a patear nunca. Una vez me caí detrás del caballo. ¿Sabe lo que hizo? Se arrodilló nomás”.
Toribio Medel
“Más allá de que no tenga chivas y ovejas, él siempre está ayudando a Celestina en la época de pariciones, igual que a su hermano cuando hay que llevar a un piño con el arreo”, explica Martín Medel, su primo, quien lo define como “un buen gaucho, una buena persona”.
Todos los días el puestero camina o va en su auto hasta Varvarco. Es empleado de la Comisión de Fomento y mantiene el jardín de las cabañas para el turismo.
Toribio mira ahora hacia la ruta 43 y, al igual que sus vecinos de la zona, anhela que algún día llegue el asfalto. “Ojalá viniera, nos conectaría más”, dice. Y también sueña y anhela: “si nosotros llegáramos algún día a tener plata, seríamos millonarios. Haríamos cabañas en este lugar lindo. Las haríamos para vivir más tranquilos, porque esta tierra es de nosotros”.
Aquí se lo ve a Toribio acariciando a su alazán El Picante. Cuenta que el animal es hincha de Boca, tiene 9 años, está bien cuidado y si no se le enferma va a vivir 30 años. Más allá anda pastando otro, Paisanito. Lo compró en Las Ovejas para amansarlo. Pero la situación venía difícil: “cuando lo vi parecía un cuero tirado, estaba muy flaquito”, explica el puestero. Ahora le pide al animal que levante la mano. “Se lo quiero amansar a mi sobrinito que cumple 4 años. El me dice siempre: ´tío, subime al caballo´”. Su método para amansar se basa en el buen trato del caballo, nunca pegarles.
Identifica al puesto a un costado de la ruta provincial 43, a 10 km de Varvarco y viniendo desde Las Ovejas. El cartelito lleva dibujada una taba y se lo regalaron a Toribio por ser el ganador en una de las tantas fiestas camperas.
Toribio se crió con sus abuelos ya fallecidos, Ema y Solano, y con sus tías solteras: Ernestina, Albina, Silvia y Celestina.
“Las señoritas Medeles les decían en la zona norte. Muy reconocidas por la calidad de sus tejidos.
Sus trabajos llevan mucho tiempo. Dos años tarda una oveja en generar lana de calidad. Luego viene la esquila, el escarmenado, se debe hilar (con uso o con rueca), sigue el teñido y culmina con el tejido en telar. Hacer un poncho lleva de uno a tres meses. Su valor promedio ronda los $ 35.000.
Toribio trabaja muy bien el cuero, al igual que su hermano. Son muy buenos trenzadores, cuentan los vecinos de la zona. El puestero va hasta la casa y vuelve. Saca de una bolsa unas riendas, bozal y un cabestro. Trabaja en lonjas sobadas a mano. Agrega valor al cuero con el bombeo, una especie de artesanía con tientos, dice su primo Martín. Otra particularidad es que es buen tabero. Los que entienden de juegos tradicionales dicen que es uno de los más reconocidos en la zona norte de Neuquén.
“Si la tratás bien, la tierra te da, por más árida que sea”, explica Toribio; y apunta con su mano hacia un cerco frente a la casa, del que se ven asomar los choclos. El agua la traen con mangueras, desde una loma que está a 500 metros. El abono es de chivos y ovejas. “Sacamos lechugas, porotos, zapallos, tomates, repollo, zanahorias, cilantro, de todo”, dice.
Se vienen las tortafritas. Siempre las hace Celestina, a media tarde
( Fotos: Viviana Portnoy )
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