Todo el mundo habla de cronopios y ¿qué es un cronopio?
Madrid (dpa).- En las biografías y artículos sobre el escritor Julio Cortázar se repite siempre una palabra, “cronopio”, y se lo describe como “el gran cronopio”. Se trata de un concepto que él mismo inventó en su libro “Historias de cronopios y de famas” y a 20 años de la muerte del autor argentino llama la atención que el vocablo sobrevive con entusiasmo. Aunque cabe preguntarse si las nuevas generaciones sabrán de qué se está hablando cuando se dice “cronopio”, en realidad nadie ha sido capaz de definirlo con exactitud. Ni el propio Cortázar en su bello libro. Probablemente porque la esencia del “cronopio”, que el escritor contrapone a los “famas” es así, nunca enteramente definible. En “Conservación de los recuerdos”, Cortázar los describe de esta forma: “Los famas para conservar sus recuerdos proceden a embalsamarlos en la siguiente forma: luego de fijado el recuerdo con pelos y señales, lo envuelven de pies a cabeza en una sábana negra y lo colocan parado contra la pared de la sala, con un cartelito que dice: ‘Excursión a Quilmes’ o ‘Frank Sinatra”. “Los cronopios, en cambio, esos seres desordenados y tibios, dejan los recuerdos sueltos por la casa, entre alegres gritos, y ellos andan por el medio y cuando pasa corriendo uno, lo acarician con suavidad y le dicen: ‘No vayas a lastimarte’ y también: ‘Cuidado con los escalones”. Cortázar, que sufría una enfermedad que lo hacía parecer siempre muy joven y que le había dado una apariencia de gigante-niño, se ha convertido en la imagen de lo que es un cronopio. Pero, como casi todos, seguramente llevaba algo de fama en su interior, aunque a nadie le resulte fácil admitirlo. Al ser interrogado acerca de su relación con la literatura, el escritor aseguraba que de niño no podía aceptar que la palabra “mesa” o “madre” simplemente significaran eso, y nada más. “En suma, desde pequeño, mi relación con las palabras, con la escritura, no se diferencia de mi relación con el mundo en general. Yo parezco haber nacido para no aceptar las cosas tal como me son dadas”, explicaba en una entrevista. Y a partir de allí Cortázar le aportó revolución a la escritura. No desde lo político, que vendría después también, sino desde la letra y el juego. Y el humor, ese eterno ausente en la literatura latinoamericana hasta que él introdujo a los cronopios y ya no hubo vacunas. En su novela más importante, “Rayuela”, el escritor juega con las palabras, con el orden establecido y crea mundos a su antojo para el absoluto encantamiento del lector: “Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja”.
Romina López La Rosa
Nota asociada: Cortázar, combatiente en la selva de palabras
Nota asociada: Cortázar, combatiente en la selva de palabras
Madrid (dpa).- En las biografías y artículos sobre el escritor Julio Cortázar se repite siempre una palabra, “cronopio”, y se lo describe como “el gran cronopio”. Se trata de un concepto que él mismo inventó en su libro “Historias de cronopios y de famas” y a 20 años de la muerte del autor argentino llama la atención que el vocablo sobrevive con entusiasmo. Aunque cabe preguntarse si las nuevas generaciones sabrán de qué se está hablando cuando se dice “cronopio”, en realidad nadie ha sido capaz de definirlo con exactitud. Ni el propio Cortázar en su bello libro. Probablemente porque la esencia del “cronopio”, que el escritor contrapone a los “famas” es así, nunca enteramente definible. En “Conservación de los recuerdos”, Cortázar los describe de esta forma: “Los famas para conservar sus recuerdos proceden a embalsamarlos en la siguiente forma: luego de fijado el recuerdo con pelos y señales, lo envuelven de pies a cabeza en una sábana negra y lo colocan parado contra la pared de la sala, con un cartelito que dice: ‘Excursión a Quilmes’ o ‘Frank Sinatra”. “Los cronopios, en cambio, esos seres desordenados y tibios, dejan los recuerdos sueltos por la casa, entre alegres gritos, y ellos andan por el medio y cuando pasa corriendo uno, lo acarician con suavidad y le dicen: ‘No vayas a lastimarte’ y también: ‘Cuidado con los escalones”. Cortázar, que sufría una enfermedad que lo hacía parecer siempre muy joven y que le había dado una apariencia de gigante-niño, se ha convertido en la imagen de lo que es un cronopio. Pero, como casi todos, seguramente llevaba algo de fama en su interior, aunque a nadie le resulte fácil admitirlo. Al ser interrogado acerca de su relación con la literatura, el escritor aseguraba que de niño no podía aceptar que la palabra “mesa” o “madre” simplemente significaran eso, y nada más. “En suma, desde pequeño, mi relación con las palabras, con la escritura, no se diferencia de mi relación con el mundo en general. Yo parezco haber nacido para no aceptar las cosas tal como me son dadas”, explicaba en una entrevista. Y a partir de allí Cortázar le aportó revolución a la escritura. No desde lo político, que vendría después también, sino desde la letra y el juego. Y el humor, ese eterno ausente en la literatura latinoamericana hasta que él introdujo a los cronopios y ya no hubo vacunas. En su novela más importante, “Rayuela”, el escritor juega con las palabras, con el orden establecido y crea mundos a su antojo para el absoluto encantamiento del lector: “Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja”.
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