Tamara Tenenbaum rompe con los mandatos familiares
La escritora analiza en su libro el advenimiento de una nueva monogamia que a diferencia de la anterior instala la búsqueda de placer como una demanda común a hombres y mujeres
Con recursos de la autobiografía y la crónica, la escritora Tamara Tenenbaum analiza los nuevos paradigmas afectivos en su libro “El fin del amor. Querer y coger”, donde cruza argumentos ligados a la sociología o el feminismo con el relato del viraje que la llevó de una educación en una familia judía ortodoxa del barrio de Once a la experiencia del poliamor y los nuevos formatos de vinculación.
P – Tu punto de partida es el de una mujer moldeada por la cultura judeo-cristiana que está regida por preceptos un poco más restrictivos que los de la clase media laica ¿Desde esa perspectiva es más simple percibir las distorsiones del patriarcado?
R- Venir de ese lugar tan ortodoxo me permite entender ciertas ventajas que quizá muchos no ven. Creo que tengo una perspectiva distinta sobre los privilegios de esta sociedad que es mucho más liberal en el sentido sexual y social de aquella en la que me eduqué. Yo no siempre supe que iba a poder tener una profesión y una vida sexual libre. La educación tan cerrada que tuve me dio una apreciación clara de las conquistas alcanzadas en sociedades como la nuestra y de la importancia de no retroceder.
P- ¿La gran diferencia entre la vieja y la nueva monogamia es que hoy está permitido reconocer las falencias pero sigue siendo tabú cuestionar la legitimidad del modelo?
R- Hay muchas diferencias entre la antigua y la nueva monogamia: en la anterior había una asimetría mucho más clara que la gente estaba dispuesta a aceptar. Por un lado el sacrificio de la mujer que se quedaba en su casa cuidando a los hijos, o de muchas que salían a trabajar pero que aun así cuando volvían tenían que ocuparse ellas exclusivamente de los chicos y eso no se discutía. La infidelidad era también una cuestión asimétrica. Y ésa es justamente la gran diferencia: la asimetría se tolera cada vez menos.
¿Antes cómo se tramitaba el deseo por fuera de la pareja? El varón hacía lo que quería y la mujer se lo bancaba. Lo curioso es que una vez que desapareció esta asimetría se resolvió equiparando con un “ahora nadie hace lo que quiere con su deseo”. Parecería que la solución es que los dos sean fieles y la verdad es que no es muy realista ese planteo porque lo más probable es que una persona que está en contacto con su deseo en algún momento se tiente. Ya nadie se banca una vida monótona y sin placer. Nuestras generaciones le ponen al placer un énfasis que nuestros padres no le ponían, quizá porque les estaba vedada la idea de pensar que después de casarse podían seguir haciendo cosas divertidas. Hoy estar en pareja no significa envejecer en términos sociales. Ya no es necesario renunciar a seguir viendo amigos, a irse de vacaciones con ellos e incluso tal vez coger con otras personas por fuera de la pareja.
P- Decís que cualquier vínculo real implica poner en jaque al egoísmo ¿Las opciones de pareja abierta o de poliamor implican un inmediato despojamiento de ese egoísmo o alcanzar esa instancia requiere también de una construcción laboriosa?
R- No sé si en una pareja abierta hay más o menos el despojamiento porque en realidad no tiene que ver con eso sino con lo que a cada uno le cuesta menos renunciar. Algunos prefieren renunciar al derecho de estar con otras personas para no tener que bancarse que su pareja haga lo mismo. Y hay otros que tienen tan pocas ganas de renunciar a estar con otras personas que prefieren en cambio renunciar a la exclusividad y a la idea del otro como propiedad. No creo que una relación que sea menos egoísta que otra. Todas las relaciones requieren un trabajo, una construcción. Quizá en el caso de las parejas poliamorosas o abiertas hay otro trabajo que tiene que ver con desaprender lo que nos enseñaron, pero en realidad este proceso alcanza a todos los vínculos. En todas las parejas hay que hacer un trabajo subjetivo y pensar cuánto de lo que estoy haciendo lo hago porque me gusta o porque me lo enseñaron, cuanto de este vínculo es heredado y cuánto es deseado. El despojamiento del egoísmo no es inmediato: es un trabajo de toda la vida. Para una parte de la sociedad sigue siendo un poco tabú plantear la legitimidad o pertinencia del modelo monogámico. A mucha gente todavía le cuesta la idea de que su pareja pueda estar con otras personas.
Cambio se paradigma
Descorrerse del mandato. A Tamara Tenenbaum licenciada en Filosofía y autora de obras como “Reconocimiento de terreno” y “Pánico el pánico” le llevó casi una década -de los 12 a los 22 años- resquebrajar el paradigma de mujer replegada a lo doméstico y a la maternidad que parecía inapelable para todas las chicas que habían sido criadas en la ortodoxia judía, un destino para el que encontró alternativa cuando se plantó ante su madre y exigió estudiar en un colegio secundario laico.
El cambio de aire acercó un repertorio de amistades y lecturas que le permitió a Tenenbaum sopesar otros paradigmas afectivos, más permisivos pero con trampas y fisuras que las nuevas generaciones parecen dispuestas a revertir: persiste la monogamia como contrato social mayoritario pero cada vez ganan más terreno la pareja abierta o el poliamor como opciones para eludir la asfixia que genera la exclusividad conyugal, según explora en su flamante libro.
De una educacón ortodoxa a un ideario progresista
En «El fin de amor. Querer y coger», la escritora y docente Tamara Tenenbaum articula el relato autobiográfico de su conversión desde una educación ortodoxa a un ideario progresista, con una argumentación minuciosa que toma un rango amplio de autoras feministas que va desde Simone de Beauvoir a Gabriela Wiener para dar cuenta de las transformaciones de la pasión amorosa y de las formas residuales en que se manifiesta el patriarcado.
“Uno de los rasgos más sofisticados y perversos de la opresión hacia las mujeres es que la violencia y el placer quedan muy imbricados en nuestra educación, en nuestra socialización y en nuestra experiencia sexual, y separarlos es el trabajo de una vida”, sostiene Tenenbaum, convencida de que no hace falta una prohibición explícita para sentir la opresión de los mandatos.
P- ¿En qué medida estos nuevos movimientos que proponen abandonar el sentido represivo o punitivo de la sexualidad resignifican las consignas del amor libre que se enarbolaron en los 70?
R- Me parece que el sentido represivo o punitivo del sexo está abandonado hace mucho tiempo. Hay algo interesante que está pasando en los últimos y tiene que ver con la pregunta por la relación del feminismo con la sexualidad. Pienso en la diferencia con el feminismo norteamericano de los 70 para el cual el sexo aparecía como una herramienta opresiva. En aquellos años las consignas feministas y las de la liberación sexual no tenían una relación lineal y no iban necesariamente de la mano sino que incluso en muchos casos se enfrentaban, mientras que en las discusiones de los últimos diez años aparece una idea más pro-sexo desde el feminismo. Hoy entre otras cosas estamos discutiendo hasta dónde mostrarnos sexuales es interesante y atractivo y hasta dónde es sencillamente hacer de una manera disfrazada lo que el patriarcado nos pide.
P- ¿El paso decisivo que están dando las nuevas generaciones es empezar a identificar violencia donde antes solo veíamos dinámicas naturalizadas «como si fuera un accidente geográfico inevitable»?
R- El logro de las nuevas generaciones implica identificar violencia en cuestiones que antes dábamos por obvias. Hay muchas dinámicas que ya percibíamos hace mucho tiempo como violentas pero que recién hoy se las estamos contando a los varones. En nuestra educación emocional hay una relación muy clara entre deseo y violencia: la masculinidad que se nos enseña como deseable es la del macho que te pone contra la pared.
Igual creo igual que todavía hay mucho por discutir acerca de lo que es violencia. No creo que toda conducta fea o reprochable sea necesariamente violenta. Para mí, un tipo que te insiste no es necesariamente violento. Una vez una compañera me dijo «Pero entonces tendríamos que tener un «violómetro»? Y creo que en fondo deberíamos tenerlo: no puede ser que todo sea una violación. Vamos a tener que decidir qué lo es y qué no lo es. Y me parece también que hay cosas mucho mejores antes que escrachar, como conversar y replantearse cosas para que no se vuelvan a hacer más. Es bueno que se estén dando esas conversaciones sobre interacciones que antes considerábamos como naturales. Hoy, a diferencia de antes, pensamos que todo se puede cambiar.
Télam
Con recursos de la autobiografía y la crónica, la escritora Tamara Tenenbaum analiza los nuevos paradigmas afectivos en su libro “El fin del amor. Querer y coger”, donde cruza argumentos ligados a la sociología o el feminismo con el relato del viraje que la llevó de una educación en una familia judía ortodoxa del barrio de Once a la experiencia del poliamor y los nuevos formatos de vinculación.
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