La Buitrera guarda en su belleza un tesoro geológico
Angélica Crespo recibe hasta 130 personas por día, ávidas por conocer la formación de rocas volcánicas enclavada en medio de la estepa, cerca de Bariloche, donde posan los cóndores. El lugar es foco de interés de geólogos, biólogos, turistas y locales.
Angélica sale de la casa seguida por tres perros que corren a recibir a los nuevos visitantes. Abre la tranquera, saluda amablemente y los invita a pasar. La familia oriunda de Buenos Aires llena una planilla con sus datos personales y la mujer los acompaña hasta el inicio del recorrido donde un cartel con una foto exhibe los tres puntos claves de La Buitrera.
«La zona de los honguitos es peligrosa y ahí no pueden ingresar. Hay piedras que se desarman fácilmente. Todo eso está en bajada y hay una grieta«, les advierte.
A pocos metros, una pareja regresaba del recorrido con los pantalones cubiertos de abrojos. «Los pollitos se comen los abrojos. Párense frente a ellos y no hay que hacer mucho más», les recomienda risueña. La pareja toma el consejo.
Angélica «Quela» Crespo nació en la estancia La Lucha en Ñirihuau Arriba, a 20 kilómetros de Bariloche, en 1965. «Nací en aquella pieza de madera, al igual que mi padre. Mi bisabuelo vino desde Carmen de Patagones y fundó todo esto», indicó la mujer de 58 años.
La estancia está enclavada al pie del cerro La Buitrera, conformado por formaciones de rocas sedimentarias y volcánicas, erosionadas por el viento y el agua.
«Convivimos siempre con todo esto. Subíamos hasta ahí arriba y era como un paseo. Había días en que venían a visitarnos parientes y los llevábamos hasta allá», contó Quela y agregó: «Es una piedra toba que se desarma fácilmente y por eso, los huecos. Por la erosión del viento y el agua». Si bien el lugar es conocido como La Buitrera, en esos huecos naturales se posan cóndores que también atraen a los visitantes.
El padre de Angélica solía atender a la gente que se acercaba hasta el predio pidiendo acceder para conocer la formación rocosa y ver a los cóndores. Siempre permitió el ingreso. El hombre murió en junio del año pasado, días antes de cumplir 93 años.
Durante la pandemia, cuando las salidas estaban limitadas, muchas más personas se mostraron interesadas en el lugar, las fotos empezaron a viralizarse en las redes sociales y el lugar se volvió un boom. La familia Crespo decidió poner un valor simbólico al ingreso, por el tiempo que le demandaba recibir a cada grupo y explicarles las características del lugar.
Cifras
- 1.000 pesos
- cuesta el ingreso para argentinos y, 1.500 pesos para extranjeros.
Poco a poco, se fue regularizando el paseo. Hoy el ingreso para La Buitrera es de jueves a lunes de 9 a 16. La familia estima que entre 70 y 130 personas concurren por día a la estancia La Lucha.
«Atiendo a la gente consciente de lo que tengo y bajan alucinados. He visto bajar a personas con lágrimas en los ojos. Nunca vi algo así. El riesgo de la caminata no es alto; podemos decir que es medio. De hecho, recibimos a una abuela de 83 años que pudo subirlo», reconoció.
Contó que alguna vez, se vio en la obligación de hacer señas de luces con linterna a unos chicos que terminaron bajando de noche porque, según confiaron, querían ver el atardecer. Ante el mensaje, los jóvenes respondieron con la luz del celular.
Angélica advirtió que un biólogo suele visitar el lugar para estudiar el comportamiento de los cóndores. «Siguió el nacimiento de un pichón. Estudió a la madre cuando hizo el nido y evaluó cómo se comportaba la hembra con el huevo. Una pareja pone un huevo cada dos años, pero luego los dos se encargan de cuidarlo y alimentarlo», confió.
Mucho antes de que el lugar se convirtiera en un foco turístico, los Crespo criaban animales y tenían un invernáculo. Cuando los visitantes comenzaron a invadir ese sector, esas tareas se fueron complicando por falta de tiempo.
Ignimbritas
El camino hacia las formaciones rocosas es una subida leve en medio de un paisaje estepario rodeado de chacay, michay, abrojos y matas de coirón. La aparición de las rocas impacta a lo lejos.
Andrés Folguera, profesor de la Universidad de Buenos Aires e investigador del Conicet, reconoció que hay dos rasgos que llaman la atención del lugar: las rocas en sí mismas y su aspecto. «Las rocas están formadas por cenizas que se remueven muy fácilmente con el agua de lluvia y van adoptando formas curiosas. Pero ese aspecto, el más distintivo, es el menos interesante. Tiene que ver simplemente con el desgaste lento que produce el agua y el viento», planteó Folguera.
El geólogo Juan Ignacio Falco, investigador en el Instituto de Investigaciones de Diversidad Cultural y Procesos de Cambio, de la Universidad Nacional de Río Negro y Conicet, explicó que ese depósito llamado La Buitrera es parte de la cuenca del Ñirihuau que se desarrolló alrededor de 20 a 10 millones de años atrás.
«Esa cuenca se formó en el último período de construcción de la Cordillera de los Andes, tal como la conocemos hoy. Cordilleras, como tenemos acá, han habido a lo largo de la historia geológica del norte de la Patagonia. Durante los últimos 400 millones de años hubo cordilleras que se construyeron y erosionaron«, detalló este investigador del Conicet.
Especificó que ese sector está conformado por rocas volcánicas llamadas ignimbritas: «Son depósitos de corrientes de densidad piroclástica, originadas a partir de la explosión de un volcán. Cuando ocurre una explosión, son expelidos al aire fragmentos de pómez, trizas de vidrio, cristales y restos de roca del conducto. Cuando esta columna colapsa, cae y genera un depósito de ignimbrita. Cuando uno mira muestras de estas rocas al microscopio, incluso, puede ver pedacitos de vidrio».
¿Qué son los huecos de las rocas donde se posan los cóndores? Falco aseguró que son preexistentes a la erosión eólica o del agua, aunque ambas pudieron haberlos exacerbado.
La belleza paisajística que tiene ese depósito es más moderna y tiene pocos miles de años. Es producto de la erosión fluvial y eólica que fue moldeando la zona tal como la vemos ahora»,
Sergio Lambertucci, doctor en Biología e investigador principal del Conicet.
El cordón montañoso que rodea a La Buitrera también llama la atención por la variedad de colores. «Es el color de la roca volcánica original. Muchas veces, el color de las rocas es aportado por procesos de alteración: el agua se infiltra por las rocas y las pinta. Las tiñe. En el caso de La Buitrera, el color está dado por su origen volcánico y los procesos de alteración posterior», puntualizó Folguera.
Falco recalcó que en la zona se encontraron fósiles de mamíferos, restos vegetales, peces, e invertebrados marinos posiblemente vinculados con el Océano Pacífico ya que, según explicó, «cuando la Cordillera de los Andes Norpatagónicos aún no estaba tan elevada se cree que hubo conexión con el océano. El propio levantamiento de la cordillera habría cerrado esas zonas de conexión».
El lugar elegido por cóndores
El doctor en Biología Sergio Lambertucci explicó que, en un sector de La Buitrera, hay dormideros de cóndores y en otra zona cercana, nidos. Cada año nace algún que otro pichón en esa zona.
Según indicó, se han contabilizado alrededor de 130 cóndores en La Buitrera en ocasiones puntuales.
“No nidifican en los dormideros, donde pernoctan en grupo. Se puede ver uno, 10 o 130 en una pared. Van rotando los dormideros a medida que encuentran comida y en función de las variables climáticas”, explicó este investigador principal del Conicet y docente del Centro Regional Universitario Bariloche (Crub), de la Universidad Nacional del Comahue.
Para dormir, buscan paredones acantilados verticales “de difícil acceso para los seres humanos y los mamíferos depredadores”. “Sobre esas repisas se paran. También buscan altitud para salir volando en buenas condiciones. Quizás el punto más importante es que usan lugares que están protegidos del clima, y por ello los van variando según el día, pero también la estación”, aclaró.
En otoño, invierno y primavera es el momento ideal para observar decenas de cóndores en La Buitrera. No tanto en verano, excepto que se produzca un temporal.
Estas aves pueden llegar a recorrer hasta 400 kilómetros diarios a una velocidad variable. El promedio es de unos 40 kilómetros por hora, aunque pueden llegar a volar a más de 120 kilómetros por ahora.
“La Buitrera es piedra sedimentaria en la que, por la erosión, se generan muchos huecos de distinto tamaño. Los cóndores, parados, miden un poco más de un metro, y muchas de estas cuevas tiene la misma o menor altitud. Por eso, deben ser muy cuidadosos al legar a posarse. Como son expertos voladores, llegan volando, se para en la entrada de la cueva y se agachan, muchas veces, para poder ingresar. Eso es más complejo para los juveniles, y se los puede ver haciendo varios intentos de posarse”, señaló.
Lambertucci contó que un cóndor pone un huevo cada dos años. Suelen usar la misma zona, pero no necesariamente la misma repisa. Ese pichón sale del nido a los 6 meses y comienza a volar por la zona, quedándose con sus padres por varios meses, hasta la siguiente temporada reproductiva.
Consideró que los alrededores de Bariloche y La Buitrera, en particular, “es una excelente zona para observación de estas majestuosas aves. Allí las podemos ver regresando a descansar, aprendiendo a volar, y jugando en el aire entre muchos otros comportamientos”.
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