De Neuquén a Cuba para recorrer la isla en bicicleta dos meses: «Quería vivir como cubano»
Héctor Flores cumplió el sueño de viajar por la isla caribeña sobre ruedas. En vez de hoteles, durmió la mayoría de las noches en casas de familias que lo invitaban. Así conoció de cerca las historias de los cubanos: entre ellas, la de quien tiene el mismo nombre que el líder de la revolución y el que vive de su parecido físico.
Salió desde Neuquén a Santiago de Chile y desde ahí voló a La Habana para bajar los costos de los pasajes aéreos. Pagó 150 dólares extras para llevar la bici y otros 150 para traerla de regreso. En el medio, pedaleó 3.000 kilómetros durante dos meses por esa isla caribeña que lo deslumbró. Llevó la carpa, pero la usó poco, porque lo invitaron a dormir casi todas las noches.
Se maravilló también con la calidez de esos hombres y mujeres que les abrieron las puertas de sus casas con una sonrisa. De tantas invitaciones, solo gastó algo menos de 700 dólares en 62 días. No es que las tenía programadas, surgían mientras avanzaba. Raro que le hablaran si él no saludaba primero, pero después no los paraba nadie.
Y entre tantas amistades que nacieron en el camino, una brilla con luz propia: Fidel Castro. El mismo nombre del líder de la revolución y una vida acostumbrándose a eso. Y a que, por ejemplo, no le dejaran tener una cuenta en Facebook con ese nombre. Una noche, invitó a cenar en su casa en Aguada de Pasajeros a 180 km de la capital a su flamante amigo argentino. “Solo tenemos arroz, frijoles y plátanos”, se disculpó. “Bienvenido sea, yo quiero vivir como cubano”, le respondió Héctor.
En una peatonal de La Habana, frente al hotel Nueva Inglaterra en el Parque Central, conoció a otro gran personaje que se gana la vida gracias a su parecido con Fidel Castro, que refuerza con la gorra y la camisa verde militar que contrasta con la larga barba canosa. Cuando reconoció el acento, se acercó. “Aquí estamos con el hermano de Argentina, de donde es el mejor futbolista del mundo que llevó a su país a ganar el Mundial, Leo Messi, la Pulga, seguro que sí”, dijo y sonrió para la selfie. Entre uno y otro Fidel, vivió una aventura inolvidable.
«Yo quería vivir como cubano»
“No quería parar en hoteles, yo quería vivir como cubano. Y gracias a ellos lo pude hacer, qué gente tan noble, te abren las puertas de sus casas, te ofrecen una fruta, un cafecito, un plato de comida”, dice Héctor Flores.
Mirador de Mayabe. Camagüey. Playa Ancón en Trinidad. Capitolio Nacional de Cuba en La Habana.
Entusiasmado, cuenta la historia desde Neuquén, donde vive. Su tono se vuelve triste de pronto, cuando recuerda que fue Janet Palavecino, la neuquina que murió en una tragedia aérea en Nepal el 16 de enero del 2023, quien le había dicho que alguien que ama el cicloturismo como él debería conocer Cuba así.
El viaje fue entre mayo y julio del 2023 y repetiría todo menos la fecha, porque lo tocó la época de los ciclones y del calor extremo. “Menos mal que me invitaban a sus casas, porque en la carpa la hubiera pasado mal”, dice. Por lo demás volvería a vivir cada día de esta experiencia inolvidable. “Las playas, las ciudades, la gente, sobre todo la gente», dice.
De pedalear en el Alto Valle a las rutas de Cuba
Héctor Flores está acostumbrado a pedalear distancias cortas en el Alto Valle. Por eso el viaje a Cuba fue también una apuesta de recorridos más largos. Nada más lejos que un all inclusive en Varadero de dos mil dólares la semana fue su manera de encararla.
Lo suyo fue mirar el mapa, planear los trayectos y salir al camino: hizo dos mil kilómetros por rutas y mil por caminos interiores con una carga de alrededor de 20 kilos. Tuvo que recalcular por el viento y las tormentas. Por ejemplo, debió quedarse 21 días en Holguín por los aguaceros con truenos y relámpagos como no había visto nunca. Todo lo hizo sobre ruedas, excepto un tramo en tren para unir los 400 km de Holguín a Guayos.
Con la bici arrancaba de madrugada, porque podía pedalear hasta alrededor de las 10, después era imposible por el calor sofocante. Así fueron pasando las ciudades a una velocidad crucero de 20 km/h, en tramos que variaban según las distancias entre los puntos a unir, si eran rectos o con subidas agotadoras como en Santiago de Cuba, lo que conviniera según el clima y las puertas de las casas que se abrían para alojarlo y costaba después dejar.
Así, entre otras, pasaron la inmensidad de La Habana y todo el peso de su historia, sus autos antiguos y el Malecón, Matanzas, sus ríos y sus colinas, Santa Clara como polo cultural y científico, Camagüey y sus llanuras, Las Tunas y sus esculuras, Guantánamo y la naturaleza salvaje, sus frutos, las plantaciones de cacao, caña de azúcar y café, Nibujón y sus paraísos, los campanarios de Sancti Spíritus y así uno tras otro destino. A mitad de su travesía, se emocionó en lo más alto del mirador de Alto de Cotilla en la provincia de Guantánamo, lo más lejos de la Habana y en lo más alto de cuba.
¿Y las playas? «Cualquiera que visites es de aguas cálidas del caribe. Guardalavaca está al norte, es chiquita, encantadora, de agua de muchos colores y arena blanca, muy bonita, Ancón, al sur, cerca de Trinidad, es más extensa y también de arenas blancas. Son muy bonitas, están muy buenas», describe. Pero a pesar de que lo deslumbraban los paisajes, los edificios históricos, los bares, las calles, las iglesias, lo que más lo impactaba era siempre la gente.
Eso es lo que más recuerda de todos esos lugares, los rostros y los nombres de sus nuevos amigos. “Son personas que no conocía y me marcaron”, dice. Y habla de Enrique y Chachi de La Habana, de, Iliana y Michel en Matanzas, de Leonel Ordoñez en Ciego del Ávila, de María en Las tunas, de Emilio, Mikel, Marlene e Idelvis en Holguín, de Yanelis en Sagua de Tanamo, de Marjoris Rodríguez en Nibujón, de Adolfo y Yarimne en Imias, de Yanet y Luis en Trinidad y Mirvia con Fidel en Aguada de Pasajeros: «Los llevaré conmigo por siempre siempre».
El amigo Fidel Castro
El comienzo de la amistad que hoy continúa con mensajes por WhatsApp fue raro, porque golpeó la puerta de su casa en Aguada de Pasajeros y preguntó por su mujer Mirvia: en la ruta de Trinidad a Cienfuegos, al detenerse a comprar un jugo granizado, el vendedor, primo de la mujer, le había pasado el dato de que ella le podía conseguir alojamiento en planta baja, lo que buscaba. Fidel le dijo que su esposa no estaba y lo quería mandar a un hospedaje, pero cuando el argentino preguntó si podía armar la carpa en el patio, el cubano la llamó, charlaron y cuando cortó le dio la buena noticia.
-Puedes quedarte en una pieza y también puedes darte una buena ducha si quieres -le dijo Fidel. Conversaron durante la cena de arroz, frijoles y bananas y la sobremesa se estiró hasta la medianoche. A las 3.30 de la madrugada se levantó para seguir viaje. Preguntó cuánto era, le dijeron que nada, insistió y partió a continuar con su aventura, la que le trajo tantos nuevos amigos, entre ellos, Fidel Castro.
Las compras en las calles y el cambio
En sus días en Cuba le tocó convivir con cortes de agua, de luz. Notó también que la conexión a Internet está llegando, que muchos de los autos viejos tienen motores nuevos, que en la mayoría de las casas los electrodomésticos son antiguos, que todos se dan maña para reparar todo, que la calle es un gran mercado donde hay ventas y trueques, que para hacer las compras hay que caminar, conseguir el aceite en un lado, el pan en otro, las verduras en otro, el papel higiénico en otro, la pasta dentífrica en otro y así. Un día, una señora lo vio con un dulce de guayaba en la bolsa y lo paró para preguntarle dónde lo había conseguido. Le dijo y fue.
Si las cosas tienen que cambiar en Cuba no se siente quién para decirlo, pero sí comenta que advirtió esperanza, que creen que la vida va a mejorar y le impresionó también lo patriotas que son.
Supo también que muchos de los tutoriales que había visto para saber cómo moverse para cambiar dinero en esa isla ávida de los ingresos que deja el turismo no le sirvieron, porque después de la pandemia todo cambió, ya que antes trabajaban con dos monedas y hoy solo lo hacen con el peso cubano.
La gran novedad es que funciona la moneda libremente convertible (MLC) y que un dólar equivale a un MLC. Entonces, por ejemplo, los estadounidenses que viajan y que no pueden usar sus tarjetas de crédito o débito porque están bloqueadas sí pueden traspasar sus dólares a MLC cargando una tarjeta con la que compran en locales exclusivos para turistas extranjeros. Los argentinos, en cambio, sí pueden usar sus tarjetas de crédito y débito para comprar MLC y los pagan a valor dólar turista.
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