Conocé a los artistas callejeros que llenan de magia la peatonal de Las Grutas

Cada noche, ellos convierten las calles en sus escenarios. En la nota te contámos cómo logran seducir al público, y los sueños que los mueven para hacer del teatro y de las acrobacias su modo de vida

Baldo se agacha. Las puntas afiladas de sus zapatos de payaso sobresalen por todos lados, pero toda la atención se la llevan sus manos. «¡Acá! ¡Acá tenés que caer, Papelito!» grita, mientras su palma golpea contra el piso de la peatonal. Eso levanta una polvareda imperceptible, que la luz de los focos torna mágica. Otra vez la mano repiquetea, sobre ese suelo que es su escenario. Y él, agazapado sobre un escalón imaginario que lo separa del resto, mira hacia arriba.  En las alturas está la payasa Papelito, que se colgó de las telas y hace girar su cuerpo elástico, mientras las risas de los chicos celebran ese riesgo. «¿Se va a caer? Hay que alentarla…Una mano y otra mano hacen palmas- canta, eufórico, buscando complicidad- Hay que tener cuidado, el otro día se cayó justo arriba de la cabeza de un chico que desconfiaba, por la altura…-dice, de cara al público- ¡Nooo! ¿Se lo creyeron? ¡Era un chiste!» remata, y las risas, otra vez, se hacen escuchar.

La función de Baldo y Papelito, de Parapopulares Circo, es una de las tantas que, noche a noche, deslumbran en Las Grutas. En esa sucesión de calles céntricas que se despliegan como una cinta, artistas de los más diversos géneros arman pequeños universos de fantasía, que, por el módico precio que cada uno quiera poner en sus gorras, se dejan habitar.

Baldo y Papelito en acción

Claro que crear esos mundos no es fácil. En el cemento no hay puertas, ni entradas con precios inamovibles, ni butacas, retablos de madera o telones que marquen el inicio o el fín. Por eso se puede ver a los artistas vaciarse como pomos después de cada función. Y volver a cobrar vida ante la sonrisa de un chico, ante la foto que les pide un papá o un gesto de agradecimiento. «Eso te resetea más que cualquier otra cosa» coincidieron todos los consultados por «Río Negro». Incluso, dijeron, más de que lo que “recauden nuestras gorras o sombreros”. Aunque ese gesto de retribuir el arte con un aporte económico es el que, según ellos, «termina de cerrar la magia que proponemos. Porque implica reconocernos».

Papelito, hablando con el público. «Me costó encontrar a mi payasa» contó la chica

¿Y por qué demanda tanta energía el arte callejero? Porque son ellos los que convocan a la gente, los que logran que se queden y «arman» ese público qué, una vez reunido, les permite actuar. A diferencia de otros actores, que salen a escena rozagantes mientras la gente los espera tras pagar sus tickets, ellos arrancan de ‘atrás para adelante’. Ante nuestros ojos arman su escenografía, visten a sus personajes e invitan a sumarse al que quiera participar de ese sueño, que termina (o empieza) cuándo toda la atención se posó sobre ellos.

En cada punto de la peatonal hay un hecho artístico por descubrir

Algunos, a ese instante clave de llegar y convocar al público, le dicen “armar el ruedo”. Baldo (que en realidad se llama Owen González) lo llama el “minuto cero”. Y se nota que es lo que más disfruta. “Ahí, si tenés chispa y simpatía, lo vas armando. Llegás, ideás tu espacio, ponés música…Lo importante es captar la mirada e ir contando “Ahora va a empezar la función…” y venderles el show, mientras te cambiás, acomodás los elementos…”

Esa previa se extiende hasta lograr que la gente se junte. Pero si el artista se “pasa de rosca” y la hace muy larga se pierde la magia, porque si no arranca nada, los que se reunieron se cansan y se van. “Tenés que ir calculando, esos tiempos te los da la calle. Después te sale solo. Hay días que tenés que arrancar con los que se juntaron, y seguir reuniendo gente a medida que actuás” contó el joven, que tiene 30 años.

«Armar el ruedo» o el «minuto cero». Atraer al público no es fácil. En la foto, la payasa «Lechuga»

La ventaja que tiene el dúo que conforma junto a su novia “Papelito” (que se llama Giselle Martínez y tiene su misma edad) es que, entre los dos, pueden potenciarse. “Baldo es mandado a hacer para atraer a la gente.  Cuándo actuás con otro esa parte es diferente, aunque si estás solo también te las ingeniás” confió la chica.

La pareja vive en Trelew -Chubut- y llegó a Las Grutas para trabajar durante la temporada. Aunque su vida es una eterna gira porque si “nos pinta lo nómade vamos llevando el espectáculo adonde sea, haciendo talleres (de circo, de malabares, de telas y de clown) y tejiendo redes con artistas de otros lugares, para sumar experiencias que nos vayan transformando, como artistas y como personas” subrayó Giselle.

El dúo circense ‘Parapopulares’. Viven en Chubut, pero se consideran ‘nómades’

Ella, antes, estaba en la trastienda de los espectáculos, pero la actuación la fue llevando y un día se vio protagonizando, de la mano del circo. Armar “su payasa” no le fue fácil. “Le puse Papelito porque así me decía Baldo, cargándome, cuándo llegaba a casa y me encontraba entre los papeles que reciclaba para armar anotadores y agendas” dijo.

Para ‘Baldo’ fue distinto. Él nació en San Cayetano, un pueblito que queda al lado de Necochea. En su caso, el circo fue y sigue siendo una herramienta “de libertad y autogestión”. Con su nariz de payaso, su monociclo y sus aros recorrió el país, hasta que conoció a ‘Gise’. “Nos enamoramos y armamos un espectáculo juntos, con el que ya llevamos 4 años” recordó. En Las Grutas la chica vive su primera temporada, por eso esa adrenalina la llena de ilusión. “Cada lugar es desafiante, y cada noche, incluso, se vive algo distinto. Este no es la excepción, por eso es hermoso lo que se va creando, y también es muy lindo que los chicos te reconozcan y vuelvan a buscarte, para ver otro show”.

La que también debuta este verano es Delfina Bustos, que, en realidad, es la payasa “Abrojito”.  Con 27 años ella llegó para instalarse en el balneario desde su Río Cuarto-Córdoba-natal. Pero esta temporada es «su» prueba de fuego, porque, tras compartir actuación con otros colegas, decidió lanzarse a conquistar a la gente con un espectáculo que protagoniza en soledad.

Papelito, Abrojito y Baldo. O Giselle Martínez, Delfina Bustos y Owen González

“A mí me costó encontrar a mi payasa. Es más, todavía no sé si lo terminé de hacer” confesó. Sin embargo, su actuación muestra otra cosa. Es que en acción la chica, que es pequeña y menuda, adquiere una energía arrolladora, y crece hasta ganarse a la audiencia, que se queda pendiente de sus acrobacias aéreas.

A falta de compañeros, el público es su aliado. Entre la gente elige a sus ayudantes. “Seguro que vos querías ser payaso de grande, ¿no?” bromea, mirando al papá de una de las nenas que se acercó a la escena. Entonces le tira una pelota, y en ese ida y vuelta lo convierte en su cómplice. “Ahora tengo que buscar otro ayudante” dice, y captura la mirada de otro papá, al que su hija llevó de la mano hasta el arco del que cuelgan las telas. Después, deja sonar la música, y pinta narices de payaso entre los que se reunieron a mirar. Hasta que decide arrancar la función. Para entonces sus colaboradores, siguiendo sus órdenes, se pusieron frente a frente. Sin darles tiempo a que se den cuenta Abrojito se trepa sobre sus hombros.  Ahora su cuerpo grácil hace cumbre allá arriba, encima de ellos. Recién entonces se da vuelta y deja ver su cara, que brilla, sonriente, con destellos de purpurina.  

Abrojito, en las alturas

Esos colaboradores se vuelven un pretexto a la hora de poner una pausa y pasar la gorra. “Hay que pagarles, gente. La actuación es así” bromea, pícara, y comienza a circular entre el público, mientras los nenes corren a dejar sus billetes.

Para todos los artistas, esa parte de la actuación es crucial. No sólo por la recaudación, sino porque a la mínima mención de ‘pasar el sombrero’ la dispersión de público puede desintegrar esa magia que se creó.

“Es horrible cuándo no se quedan. Se siente como una falta de respeto. Tal vez la gente no toma consciencia de que irse es más duro de que el hecho de que no pongan nada en la gorra, si es que no tienen o no pensaban invertir” apuntó Delfi.

Cada noche Delfina deslumbra en la peatonal de Las Grutas

Con las nuevas tecnologías, también hay ‘gorras virtuales’, y en cada show brindan un alias, para que el dinero llegue a través de esas vías.

“El tema de la recaudación, a veces, es una cuestión cultural. El público no dimensiona que este es un intercambio, y que nuestra actuación vale. Pero no todos, eh…hay muchos que lo reconocen, y otros que, aunque no puedan dejar mucho porque es un verano difícil, se quedan y agradecen las sonrisas que les sacamos. Y eso vale un montón, de verdad” cerró Abrojito, emocionada.

Valores

Las unidades fiscales son los espacios que, en la calle, el municipio pone a disposición de los artistas, para que ellos conviertan en el escenario de sus espectáculos. Este año los montos por esos lugares-que se solicitan con anticipación- arrancaron en $120.000, pero es muy probable que lleguen a cotizarse en $200.000 o más, porque para actualizar su precio la municipalidad tomó como referencia el litro de combustible, que fue uno de los insumos que más se encareció.  “Por eso es tan importante que la gente valore nuestro arte y nos acompañe con una retribución económica” contaron los actores.

«Vamos sumando experiencias que nos transforman como artistas» dijeron los chicos

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