Volver en el tiempo: Silvia, su padrino y la infancia compartida en la Casona del Riego de Allen

Los sitios que guardan historia se vuelven entrañables cuando no sólo encierran datos y fechas, sino también la mirada de quien fue niña allí, hace más de 50 años.

“Hola, disculpá que recién te contesto, estaba de viaje… Sí, mi padrino vivió muchos años en la casa de Irrigación”, dijo Silvia. El mensaje llegó como respuesta a uno de los intentos de búsqueda que activamos semanas atrás, para la nota publicada por este suplemento en torno al edificio histórico del Consorcio de Regantes Allen- Fernández Oro. El rastreo fue con la esperanza de encontrar más datos, pero sin querer se abrió un portal a los recuerdos de vida compartida que dormían junto a las plantas del jardín y la delicada puerta de madera tallada.

Silvia Chiscano es quien compartió con RÍO NEGRO fotos y detalles de lo que fue parte de su infancia, cuando era una nena de vestidos tejidos al crochet, que jugaba con “Cachito”, un bebote, mientras tomeros y chacareros procuraban los turnos de riego en su tierra productiva, en el Allen de los años ‘60. Así, la emblemática casona de principios del 1900 que perteneció a la Cooperativa de Irrigación del río Negro era para ella simplemente el lugar inmenso donde trabajaba su madrina, Cándida Blanco, como empleada de limpieza. Clementina Hernández, la mamá de Silvia, era su prima y tenían el mismo oficio, así que entre las dos se repartían el cuidado de esa muchachita nacida en 1961 y que todavía usaba pañales.

Clementina, de abrigo claro, y Cándida, junto a Silvia – Foto: Gentileza Silvia Chiscano.

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Francisco “Paco” De Prado, por su parte, era por entonces el ingeniero que supervisaba el riego desde ese histórico edificio de calle Tomás Orell casi Mitre. No fue el único en su cargo, pero todos los entrevistados para este tema, aquellos que vivieron en esos años, lo marcaron como el referente directo. Hijo de españoles, vino a Allen desde Buenos Aires, gracias a la invitación de su hermano Valentín. Era quien controlaba todas las labores de los tomeros en los canales, con limpieza y movimiento de compuertas, para luego cuidar el inmenso jardín que ocupaba toda la esquina céntrica, hoy cubierta por la sede de Edersa. Vivía en el sector de vivienda que el edificio incluía en su parte trasera y manejaba una impecable camioneta Ford 1956 que más de uno soñó tener. Difíciles de encontrar, pero halladas al fin, las pocas fotos que lo registraron lo muestran canoso, de bigote recortado, sonrisa cordial y bastante alto, siempre con ropa de vestir. Podría haber sido distante con esa muchachita que llegó un día, pero pudo más el cariño.


“Mi mamá trabajaba en la casa de la familia Eidilstein a la mañana y a la tarde era ayudante del doctor Cortés, que era odontólogo, al lado de la casona, así que yo me crié entre camiones y la camioneta de Irrigación. Mi padrino salía conmigo a supervisar a los tomeros y recorríamos todos los canales”, contó Silvia desde Neuquén, donde se jubiló como profesora de Artes Visuales. Entre los empleados de Riego, recordó a “Félix Martínez, que trabajaba en la oficina de adelante [donde se cobraba el cánon], y a su hermano Francisco (Pancho) Martínez, quien manejaba el camión que le llevaba herramientas a los tomeros y también a la draga… Don Araño era otro señor muy mayor, que limpiaba el jardín”.

En los ratos de cuidado, Francisco caminaba una cuadra en dirección a las vías junto con esta niñita que cursó el Nivel Primario en la Escuela N° 23. Iban hasta la librería histórica de calles Alem y Eva Perón, donde atendía José Bentata, otro inmigrante español. “Salíamos por las tardes a buscar el diario ‘La Nación’, que llegaba en tren… él me compraba las revistas de ‘Patoruzú’, las ‘Isidoro [Cañones] y me las leía. Se mataba de la risa al lado de la chimenea, le encantaba, porque creo que en realidad no eran para mí”, evocó Silvia con humor, recordando el alma de niño de “Paco”. Con ella como ayudante, compartieron el gusto por la cría de gallinas, en un rincón del patio, también la diversión de sacar fotografías y filmar. De hecho, los instantes impresos que ella hoy atesora en un álbum improvisado en un cuaderno de dibujo fueron tomados por la cámara de Francisco, que revelaba ahí mismo, junto a su pequeña compañera de juegos.

La vida de “Paco” también incluía su matrimonio con Elvira Martínez, una docente, que vino con él desde la capital y con quien vivió en esta misma casona, hasta que una enfermedad se la quitó, sin que él pudiera evitarlo. Después de esa pérdida jamás volvió a formar pareja nuevamente y en honor a ella es que año tras año, ya siendo viudo, cuidó gladiolos en uno de los costados del terreno. Esas flores convivieron con las violetas que aún hoy siguen floreciendo y que la visitante para esta nota reconoció apenas cruzó el cerco de ligustrinas. Margaritas, lirios, narcisos y un árbol de ciruelas “Presidente” completaban el paisaje de aquellos años, junto a la sombra del pino, un árbol de tilo y un magnolio.

De visita en Allen para recorrer ese “segundo hogar” después de tantos años, Silvia aquí se encontró con los actuales integrantes del equipo del Consorcio: Gabriela Sánchez, Gabriela Medina y Fernando Paponi. Juntos repasaron lo que recordaban de las antiguas divisiones internas que tuvo la casona, el sitio que ocupaba la chimenea, la cocina a leña que cargaba su madrina Cándida, el living con un gran sillón y hasta el sótano, hoy todo desaparecido.

El primer día de clases, frente a la delicada puerta principal – Foto: Gentileza Silvia Chiscano.

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De lo vivido en ese tiempo, Silvia se llevó el cariño, la nostalgia y una amistad que cultiva hasta hoy. Maite De Prado, hija de Valentín y sobrina de “Paco”, la conoció en esas tardes de juegos, cuando toda la familia visitaba al tío cuyo jardín parecía un bosque, en los ojos de los más chicos. Pero el tiempo pasó y el ingeniero pidió el traslado a Roca, hasta que finalmente optó por volver a Buenos Aires, donde había quedado el resto de su familia. Desde entonces Silvia no volvió a verlo y por Maite se supo que falleció poco después, allí mismo, a fines de los ‘70. “Creo que cuando enviudó el tío fue que pidió el traslado a General Roca. Pienso que no quería o no podía quedarse en esa casa llena de recuerdos para él, porque amaba muchísimo a su esposa”, confió su sobrina.

De su participación en la ciudad, de su amistad con el médico Moisés Eidilstein y con otros tantos vecinos quedó el nombre de Francisco De Prado en las comisiones fundadoras de la Asociación Bomberos Voluntarios y del Aeroclub Allen, donde él era piloto. Silvia siguió su vida con Clementina, Cándida y su familia, hasta que ya casada, con 17 años, se mudó a Neuquén. Desde entonces vuelve a la ciudad cada tanto, para ver a sus amigas de infancia. También sigue en contacto con sus compañeros de Primaria, con quienes pronto cumplirán 50 años de su egreso y ya piensan en cómo celebrarlo. Aún con esas visitas, no había vuelto a entrar al predio de la casona que la vio crecer. Por muchos motivos no lo hizo, hasta ahora.

En el sendero de ingreso, por calle Tomás Orell – Foto: Gentileza Silvia Chiscano.

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Foto en la Ford 1956 de Paco – Foto: Gentileza Silvia Chiscano.

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