Viaje al interior de una de las favelas más grandes de Brasil

Entre morros y playas paradisíacas de Río de Janeiro, Rocinha concentra la mayor densidad poblacional del país. Un tour caminando invita a recorrer sus entrañas sin restricciones.

Entre la maraña de cables que se cruzan, los callejones angostos donde apenas pasa una persona a la vez, el olor -por momentos nauseabundo- que emana de las alcantarillas o de las esquinas atestadas de basura y con aguas servidas, miles de personas pasan su vida, entre cuestas empinadas que dejan a muchos sin aliento, principalmente en los días de ese calor penetrante de Río de Janeiro en verano.

La favela Rocinha, ubicada en la zona sur de la ciudad, con imponente vista al mar, es una de las barriadas más grandes de Brasil y de América Latina. En sus colinas colmadas de construcciones, donde parece no entrar una edificación más, viven, según datos del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística de Brasil difundidos en marzo de 2024, correspondientes al Censo de 2022, 72.154 habitantes. Es el lugar de mayor densidad habitacional de todo el país, con un promedio de 48.300 habitantes por kilómetro cuadrado.

Para Rose, la guía de esta travesía, que habla un español perfecto con dejos de aprendizaje en la península ibérica, “es imposible” conocer cuántas personas habitan la favela y popularmente estiman ese número en una cifra mucho mayor a la oficial, en alrededor de 200.000 habitantes. Lo que todos coinciden es que más del 90% de los habitantes de Rocinha son trabajadores y solo un minúsculo grupo se dedica a tareas ilegales, principalmente la comercialización de droga.

Rose tiene 37 años y vive en Rocinha. Nació y se crió en esta urbe dentro de la ciudad de más de 6 millones de habitantes y es una férrea defensora de su barrio, aunque no deja de admitir que en la actualidad la población es liderada por el Comando Vermelho, una organización criminal dedicada al narcotráfico que se expande por Brasil. Pero de inmediato aclara que si se respetan las reglas y los códigos, “nadie tiene problemas”.

Supo aprovechar las oportunidades de la vida. Rose viajó, tuvo una hija que hoy está en la universidad pública, y se formó. Hoy es guía de turismo habilitada en Río y desde hace un año es una de las trabajadoras que realiza los paseos de “Favela Tour”, un producto turístico creado hace 20 años, que se ofrece a los visitantes que llegan a Río de Janeiro con intenciones de ver más allá del Cristo Redentor, tal vez muchos motivados por la película Ciudad de Dios, un filme que para los locales creó un estereotipo que quieren desmitificar.


El contraste: chicos armados y espacios culturales


En el paseo, que se extiende por unas tres horas en el corazón de la favela, se puede caminar sus calles, conocer la vida cotidiana de su gente, los proyectos de reinserción social y culturales como el espacio de Wark, un grafitero que le imprimió color a las paredes de los callejones y creó su taller- escuela para enseñar a los chicos del barrio y ofrecer sus obras.

Pero también la parte más cruda de su realidad donde los “soldaditos” (como se le llama en Argentina a los chicos que forman parte del eslabón de la cadena del mundo narco) custodian armados hasta los dientes, con armas largas colgadas de sus hombros, los puntos de venta o distribución de cualquier tipo de droga, principalmente cocaína y marihuana, que exhiben en mesas en medio de los pasadizos barriales.

Se cree que habitan alrededor de 200.000 personas.

Caminar en medio de un pasaje entre tres jóvenes con armas con miras telescópicas que custodian la mesa llena de bolsas y paquetes con la droga fraccionada tiene un impacto imposible de olvidar. Alrededor circulan chicos visiblemente afectados por el consumo, compradores de ocasión o habituales que saludan respetuosos a los foráneos que pasan por el lugar.

Un código de esta favela, señala la guía, es que no está permitido vender “crack”, una droga que se considera “devastadora” para quienes la consumen. El resto, todo permitido.

Está tan familiarizada la situación dentro de la favela que a un lado del punto de venta y de los chicos armados hay una carnicería barrial que exhibe principalmente pollo en sus heladeras y al otro lado, una peluquería. “Es como cualquier barrio, tenemos todo para no necesitar salir de Rocinha”, repite Rose insistiendo en la “normalidad” de la barriada.

Rose dice que no se iría de Rocinha y menciona entre los puntos a favor que no solo no paga alquiler porque vive en su departamento construído arriba de la casa de su madre, sino también porque siente “seguridad” y lo explica en el sentido de que el regenteo de la banda que maneja la favela es tan amplio que hay códigos que se respetan: “Puedo caminar tranquila porque no está permitido atacar a las mujeres y no te roban, cosa que en Copacabana es habitual”, aclara.

Para los pobladores la electricidad es sin costo, porque no hay conexiones legales, de ahí la maraña de cables que por momentos generan tantos cruces y nudos en las calles que parecen telarañas. El agua también es gratuita, aunque escasea en el verano por el alto consumo, y solo deben pagar por la garrafa de gas utilizada en la cocina, eso sí lo considera costoso porque se debe comprar allí dentro, por exigencia del Comando.

El vínculo entre los turistas y los habitantes de la favela es cordial, pero no a todos le cae bien que se realicen este tipo de actividades. Aunque hay cosas que los guías no aclaran, es evidente que existe un acuerdo con el Comando Vermelho para ingresar en los pasillos del barrio con turistas, la mayoría extranjeros de distintas partes del mundo.


Un predio ocupado que creció exponencialmente


Antes de comenzar la recorrida, en el punto de inicio, en la parte alta de la favela -a donde se llega después de un recorrido en transfer desde Copacabana, donde se pasa a recoger a los visitantes- Rose da las indicaciones básicas para que todo salga bien: en algunos sectores va a pedir que se guarden celulares y cámaras para poder pasar porque está prohibido hacer cualquier tipo de imágenes. No aclara de antemano que lo que se va a ver es de alto impacto, el submundo narco literalmente.

Rocinha es un laberinto con un movimiento vertiginoso en sus calles. Es una de las favelas más grandes de Río, de las más de 700 que existen en la actualidad en la ciudad, según datos que aporta Rose. Se estima que en esta urbe de más de 6 millones de habitantes, bendecida por sus playas, un 20% de la población reside en estos barrios que se fueron construyendo como grandes ocupaciones, sin planificación ni previsión, sin servicios esenciales habilitados.

Este sector recibió los primeros habitantes en la década de 1920. Está entre Pedra dos Dois Irmãos y el Morro do Cochrane y era una zona atravesada por una avenida que daba acceso a unas tierras de propiedad privada con cultivos que se fueron ocupando por trabajadores de las casas residenciales de la zona más coqueta ubicada en las cercanías.

En Rocinha se realiza la Favela Tour.

Hoy tiene una superficie de 877.575 m² ocupados y desde la parte más alta se puede ver el profundo contraste de la favela y el barrio lindero de edificios residenciales, con el mar azul como telón de fondo.

El proceso de ocupación de Rocinha se incrementó en los años ’50 con la llegada de personas del noreste de Brasil en busca de oportunidades. La madre de Rose vino de allí.

La migración fue constante y tuvo su punto más alto entre los ’60 y ’70. Aún hoy -según Rose- sigue llegando gente que se instala en cualquier sector que encuentra desocupado y así la urbanización trepa cada vez más en el morro al que le queda poca superficie de frondosa vegetación.


Entre callejones estrechos


La familia de Rose vive en Rocinha, en el mismo predio con construcción vertical. Así lo hacen la mayoría de las familias: el primero que se instaló hizo su casa (actualmente todas de material, pero en los orígenes primaba la madera). Luego llegaron los hijos que crecían y construían arriba, un piso más, otro y otro…

Esa premisa se puede ver y transitar en la primera parada de la recorrida. Rose y el grupo que realiza las guiadas, tiene un acuerdo con una familia que desarrolló una terraza con una vista imponente de toda Rocinha y los barrios residenciales que siguen hasta llegar al mar. Le llaman “Bella vista” y con los 10 reales que cobran de cada persona que pasa, desde donde se toman las mejores fotografías, casi como un punto panorámico, fueron mejorando el espacio, incluso instalaron una barra donde venden agua y bebidas frescas, y colocaron banderas en alto de distintos países, con la brasileña imponente en el mástil central.

El recorrido sigue. Los callejones son estrechos y con desniveles profundos, por sectores con escalones. Es, sin duda, un lugar no óptimo para personas con movilidad reducida.

Rocinha tiene una calle troncal asfaltada por donde circulan miles de autos y especialmente motos a diario, que ofician de transporte de personas y mercancías de todo tipo. El precio de la “moto taxi” es de 5 reales para los locales a donde vayan en el interior y cuesta el doble para quienes no son de allí. En los callejones no entra ningún tipo de vehículo y ahí no hay otra alternativa que caminar.

Incluso como no hay calles con denominación ni numeradas, si alguien compra un producto por e-commerce, el envío a domicilio debe decir la altura de la calle troncal y el repartidor al llegar a ese punto llama al número de contacto para que llegue hasta allí en busca de su compra. Con esta realidad, también surge el negocio de los chicos que realizan cargas y traslados a pie.

En la avenida troncal también están localizados la mayoría de los comercios. No falta nada: hay supermercados, verdulerías, carnicerías, locales de comidas rápidas, rotiserías, barberías y peluquerías, tiendas, entre otros. Lo que se encuentra en cualquier barrio con centro comercial propio, incluso hay tres hospitales para atender a la población y varias escuelas. 

También hay iglesias, la mayoría evangélicas, pero el tour caminado te lleva a ver una humilde capilla católica que tiene un mural algo despintado con la recreación de “La última cena carioca”, con un líder negro de rodillas, un banquete de pizza y una pelota de fútbol en escena.

Al otro lado de una autopista, en la parte baja, desde uno de los puntos de acceso a Rocinha, hace unos años el Estado construyó un complejo deportivo con pileta de natación, gimnasio y canchas para contener a las infancias. De ese lado hay un patrullero de la policía. El único en todo el trayecto puesto que las fuerzas de seguridad solo ingresan cuando hay operativos especiales y los saldos nunca son buenos.


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