Una tormenta perfecta: cómo las mortales inundaciones de Durban en 2022 encierran lecciones cruciales para el futuro de esta y otras ciudades

A medida que el planeta se calienta, las catástrofes climáticas golpean más a las ciudades costeras. La recuperación de Durban, en el este de Sudáfrica, tras las inundaciones en abril de 2022, pone de relieve las incógnitas a las que se enfrentan este tipo de ciudades y da una idea de cómo pueden prepararse para un futuro sostenible y resiliente.

Las viviendas construidas en pendientes empinadas en la zona de Reservoir Hills de Durban son vulnerables a los desprendimientos de tierra y a as inundaciones. Foto: Delwyn Verasamy.

La advertencia llegó a la comunidad de Quarry Road, a orillas del río Palmiet, a través de una plataforma de chat de grupo a última hora de la noche del lunes: “No se duerman. El río está creciendo. Hay más lluvia en camino. Prepárense para evacuar”.

Las familias que viven a lo largo de este tramo de uno de los 18 ríos principales de Durban creen que fue esta advertencia la que evitó que se ahogaran cuando las aguas destrozaron muchas de sus improvisadas casas de madera y chapa.

Sin embargo, el 11 de abril de 2022, se produjo el peor de los escenarios posibles.

La líder de la comunidad Nomandla Nqanula estaba observando un puente cercano. Tomó una foto y la envió al equipo de gestión de catástrofes de la ciudad, mostrando que los escombros de los árboles y otros restos estaban enganchados a la estructura y bloqueaban la salida del agua. Poco después llegó la última instrucción de la unidad de catástrofes: era hora de subir a un terreno más elevado.

Fue como una película, cuenta Nqanula, con contenedores de comercios cercanos atrapados por la corriente y chocando contra las viviendas. Luego llegó la aterradora huida final, cuando ella y sus vecinos formaron una cadena humana para cruzar una autopista cercana que desaparecía bajo las corrientes.

Cuando salió el sol ese martes solo quedaba un agujero en la orilla donde había estado la casa de Nqanula. Todo lo que poseía había sido arrasado por las aguas. Sus vidas, al menos, se habían salvado.

Otras comunidades del municipio de eThekwini, en la costa este de Sudáfrica, más conocido como la ciudad de Durban, no tuvieron tanta suerte.

Cuando el 19 de abril el presidente Cyril Ramaphosa decretó el estado de emergencia, al menos 435 personas habían muerto y 54 estaban desaparecidas. Miles habían perdido sus hogares y negocios. Carreteras y puentes habían sido destrozados, las comunicaciones cortadas, el alcantarillado destruido, como así también las infraestructuras hidráulicas y redes eléctricas.

Los costos iniciales de los daños se estimaron en 17.000 millones de rands (más de USD 910.000), aunque la factura final podría superar incluso los 25.000 millones de rands (más de USD 1.300.000), según declaró en un seminario web el Dr. Sean O’Donoghue, director de la rama de protección climática de eThekwini, un mes después de la catástrofe.

Fue la tormenta perfecta: refiriéndose no solo al sistema meteorológico, sino también a la forma física de la ciudad que azotó.

Durban es un complejo conglomerado de asentamientos antiguos y nuevos, hormigón y acero junto a barrios de chozas, donde las infraestructuras y la prestación de servicios van un paso por detrás de las necesidades de una población en rápido crecimiento, y donde el terreno montañoso está salpicado de ríos que crecen y decrecen.

Ninguna ciudad costera ―por muy desarrollada que esté― escapará a los fenómenos extremos que traerá consigo el calentamiento global. Aunque las ciudades del “sur global” son especialmente vulnerables, las tormentas que provocaron graves inundaciones fluviales en Durban en abril de 2022 muestran cómo pueden prepararse para futuros impactos.

Los datos en tiempo real van al encuentro de los ciudadanos

Los restos de un camión cisterna yacen entre la basura arrastrada por la corriente en una playa de Durban. Dieciocho ríos atraviesan la ciudad en su camino hacia el mar. Los daños causados por la inundación en este popular destino turístico podrían superar los 25.000 millones de rands, según estimaciones de un funcionario municipal. Foto: Gallo Images / Darren Stewart.

La resiliencia es la capacidad de recuperarse tras una conmoción de este tipo, ya se trate de una comunidad, una persona o un sistema.

Aquella noche en Quarry Road la ciudad estaba probando un novedoso enfoque de su sistema de alerta temprana que, si funcionaba, podría ayudar a otras comunidades expuestas a inundaciones, no solo a sobrevivir a estos acontecimientos, sino también a recuperarse mejor.

La primera señal de alarma llegó meses antes de la tormenta de abril.

El Servicio Meteorológico sudafricano advirtió de que el actual ciclo meteorológico de La Niña ―un fenómeno natural que dura años y provoca precipitaciones superiores a la media en Sudáfrica― había inundado los suelos antes de la temporada de lluvias de 2022. El suelo saturado no podría retener mucha más agua, lo que aumentaría la probabilidad de inundaciones.

Entonces, el 10 de abril, el Servicio Meteorológico emitió una advertencia meteorológica de nivel 9 en su sistema de alerta 1-10. Solo había emitido un aviso de nivel 10 en una ocasión anterior, en enero de 2021, cuando la tormenta tropical Eloise tocó tierra en la costa sudafricana, y afectó a los países vecinos y golpeó con especial dureza a Mozambique.

El pronóstico a corto plazo de ese abril predijo una baja cortada que traería una alta probabilidad de inundaciones peligrosas. Puso en marcha los protocolos de la Unidad de Gestión de Catástrofes y Control de Emergencias de eThekwini.

En Quarry Road, el sistema comunitario de alerta temprana que llevaba ocho años gestándose se estaba probando en tiempo real. Esto significaba combinar las previsiones para toda la ciudad con los detalles más precisos de la cuenca que alimenta el río Palmiet.

La información empezó a circular por un chat que permitía a las distintas partes ―la Unidad de Gestión de Catástrofes de la ciudad, su climatólogo, un académico universitario que ayudó a diseñar el sistema y voluntarios de la comunidad― mantenerse en contacto.

El gestor de cuencas de la ciudad empezó a vigilar el pluviómetro río arriba de Quarry Road, sabiendo por modelos hidrológicos que el agua tardaría 40 minutos en viajar desde allí hasta la comunidad de Quarry Road. El agua ya había subido, peligrosamente, a dos metros; y venía en camino.

Cuando Nqanula informó del bloqueo del puente, el equipo de catástrofes intensificó la respuesta. Hora de evacuar. Eran las once de la noche. Tuvo el tiempo justo para tomar su documento de identidad y su celular.

Según Catherine Sutherland, geógrafa de la Escuela de Medio Ambiente Construido y Estudios de Desarrollo de la Universidad de KwaZulu-Natal, que participa en su diseño y puesta a prueba, el sistema es novedoso en varios aspectos.

En lugar de enfocarse únicamente en una previsión meteorológica a escala de toda la cuenca, el sistema se centra en las condiciones a nivel local y en datos en tiempo real. Utiliza el nuevo sistema de alerta meteorológica basada en el impacto del Servicio Meteorológico de Sudáfrica, que no se limita a dar detalles sobre la cantidad de lluvia que puede caer o la velocidad del viento que se puede esperar, sino que señala los posibles daños que pueden causar en el entorno construido, explica el jefe de predicción Kevin Rae.

A continuación, el sistema se basa en las personas de la comunidad afectada para obtener la imagen más completa del evento a medida que se desarrolla.

Este tipo de sistema de alerta temprana es sólo una palanca en la complicada maquinaria de un sistema urbano en una situación de emergencia como esta, y un buen ejemplo de cómo puede aumentar la capacidad de resistencia.

Los problemas climáticos de Durban están inmersos en sus problemas sistémicos

La tormenta de Durban de 2022 fue extrema, pero no sin precedentes. Algunas partes de la ciudad quedaron expuestas de forma única debido a las características de su entorno construido y a los sistemas que lo gestionan. El paisaje, el contexto social y las propias personas que viven allí desempeñaron un papel importante.

Durban es la tercera ciudad más grande del país, con una población de 3,9 millones de habitantes que aumenta a medida que más gente viene del campo en busca de una vida mejor. La ciudad cuenta con muchos suburbios bien establecidos, pero también tiene una lista pendiente de 387.000 viviendas para quienes no pueden acceder al mercado inmobiliario formal. 

Alrededor de una cuarta parte de los habitantes de Durban vive en asentamientos informales, lo que significa que unos 300.000 hogares habitan en viviendas improvisadas en barrios donde la ciudad se esfuerza por satisfacer las demandas de servicios como la red de abastecimiento de agua, el saneamiento, los sistemas de aguas pluviales, el suministro eléctrico y la recogida de basuras. Cuando estos servicios fallan, la comunidad corre un mayor riesgo de inundación en caso de tormenta.

A medida que aumenten los impactos climáticos, también lo harán los riesgos.

Los expertos afirman que el calentamiento global contribuyó significativamente a la gravedad de la tormenta de abril. Según un informe de la iniciativa World Weather Attribution, que cuantificó la relación entre este fenómeno y la contaminación por carbono causada por el hombre, una tormenta de esta magnitud se produciría normalmente una vez cada 40 años. Pero con los actuales niveles de calentamiento ―que ya han aumentado 1,2º C con respecto a las condiciones preindustriales― es más probable que se produzca una vez cada 20 años. 

Un equipo de destacados científicos e investigadores sudafricanos del clima señaló en un artículo publicado en mayo de 2022 en el Institute for Security Studies que Durban debe centrarse en dos aspectos para prepararse para este futuro inevitable. En primer lugar, necesita sistemas eficaces de alerta temprana en prevención de catástrofes. El que se puso a prueba en Quarry Road es un buen ejemplo. En segundo lugar, debe abordar los problemas sistémicos que configuran el entorno urbano. Entre ellos se encuentran las numerosas causas que llevan a la gente a construir viviendas informales en las orillas de un río propenso a las inundaciones.

Cuando el clima extremo se junta con el crecimiento urbano

Unas mujeres en el puente sobre el río Palmiet observan los daños causados por la inundación. El puente estaba bloqueado con escombros, por lo que el agua no pudo pasar por debajo. A veces, las infraestructuras aumentan el riesgo y suelen ser destruidas por las inundaciones. Foto: Rajesh Jantilal.

Nqanula pensaba que su casa estaría a salvo ―estaba más alejada de la orilla que muchas otras, pegada a la carretera en un terreno más alto―. Pero cuando el torrente necesitó un nuevo camino hacia el mar, rodeó el puente y atravesó directamente el grupo de casas donde vivía.

La misma estructura que se construyó para permitir que el río fluyera mientras la ciudad se desplazaba a su alrededor ―y bajo la cual algunas familias de Quarry Road habían construido incluso sus viviendas― se transformó en lo que hizo que el agua se volviera un destructor. El entorno construido aumenta el riesgo de inundación y, al mismo tiempo, tiene más probabilidades de ser destruido por la fuerza de esa misma agua.

La ubicación de las casas, las carreteras, los polígonos industriales, los centros comerciales, los puentes, las estaciones de servicio, entre otras variables, modifican la forma en que el agua de lluvia se desplaza por el paisaje. Cuando las lluvias torrenciales azotan el medio natural, la vegetación, las raíces y la tierra ayudan a que se filtre en el suelo, ralentizando su vertido a los ríos y al mar. Una vez que la tierra se cubre con una capa impermeable de hormigón, asfalto, pavimento, edificios y estructuras como puentes, los frenos naturales desaparecen.

Incluso con un drenaje de aguas pluviales bien estudiado, el volumen y la velocidad de la corriente se disparan.

Una ciudad se enfrenta a la tarea casi imposible de gestionar su entorno construido heredado, con las necesidades de su huella de rápido crecimiento. Además, tiene la responsabilidad de proteger ambas cosas del cambio climático.

Para ello, Durban tiene que identificar los terrenos expuestos a riesgos y detener el desarrollo en esas zonas, como advierten los climatólogos en ISS Today. El Gobierno local debe hacerse cargo de todo el desarrollo ―incluso de la expansión informal― limitándolo a las zonas seguras. Tiene que consultar a las comunidades de las zonas de alto riesgo, como las de Quarry Road, y ayudarlas a trasladarse a asentamientos más seguros, que la ciudad tendrá que construir. Las infraestructuras vigentes necesitan protección contra las inundaciones y las nuevas deben planificarse, diseñarse y construirse teniendo en cuenta el riesgo de una inundación extrema.

La ciudad lo sabe y esboza sus planes en diversos documentos políticos, como sus estrategias de cambio climático y resiliencia. Por ejemplo, planea mejorar el 80 % de las infraestructuras de drenaje para 2030, y el 100 % para 2050. Durban espera restaurar 7.400 km de corredores fluviales para que sean “limpios, seguros, saludables y resilientes al clima” a mediados de siglo.

Sin embargo, todo esto se lleva a cabo con las limitaciones que imponen los presupuestos ajustados, los intereses políticos enfrentados, la capacidad institucional y el continuo retraso en materia de vivienda y prestación de servicios en una ciudad cuya población no deja de crecer.

Un “airbag” natural protege contra los choques climáticos

La Reserva Natural de Palmiet, aguas arriba del asentamiento de Quarry Road. Los sistemas fluviales naturales ayudan a reducir el riesgo de inundaciones y los daños causados, y cuando los ríos están sanos, la calidad del agua es mejor. Foto: Paul Botes

La obstrucción del puente de Quarry Road por árboles astillados y residuos sólidos no fue un incidente aislado. Este tipo de atascos son habituales en la región, y obligan a los ríos a desbordarse y destripar las infraestructuras circundantes.

Durban es un paisaje natural diverso, con empinadas colinas entrecortadas por sinuosos valles fluviales que se hunden en una llanura costera. Es la zona más húmeda y lluviosa del país, con más de 1.000 mm de precipitaciones en verano. Sus 7.400 km de arroyos y ríos, que discurren por 18 cuencas hidrográficas, están gravemente dañados por la expansión urbana: vertidos de residuos sólidos, fugas de obras de alcantarillado y tuberías, contaminación industrial, extracción de arena y plantas exóticas invasoras.

Las lluvias torrenciales traen más agua al sistema fluvial, que corre más rápido por las superficies del paisaje alterado, los ríos obstruidos con plantas exóticas y basura, los sistemas de drenaje de aguas pluviales y las alcantarillas de los ríos se bloquean con facilidad y frecuencia.

Consciente de que unos ríos y humedales sanos son esenciales para proteger una ciudad de las inundaciones, el Ayuntamiento planea poner en marcha un proyecto comunitario de restauración fluvial que se inspira en una iniciativa que se ha aplicado de forma experimental en 300 km de río en zonas de Umlazi, Inanda, Ntuzuma y KwaMashu, todos ellos barrios menos desarrollados de la periferia de la ciudad. 

El Programa Sihlanzimvelo está gestionado por la ciudad y recurre a la población local, y asigna grupos de hasta ocho personas para que cuiden su propio tramo de río de 5 km, donde limpian las plantas crecidas, recogen la basura, denuncian la contaminación y reparan las orillas erosionadas.

O’Donoghue, del Departamento de Protección del Clima de eThekwini, afirma que el plan es ampliarlo a toda la ciudad. Según sus cálculos, una inversión de 7.500 millones de rands (USD 400.000.000) en la restauración de los ríos a lo largo de dos décadas evitaría daños en las infraestructuras por valor de 1.900 millones de rands (USD 54.169.537), causados únicamente por la obstrucción de alcantarillas. Además, podría crear más de 9.000 puestos de trabajo.

Un proyecto de restauración como este, aplicado a un sistema fluvial como el Palmiet, proporcionaría un “airbag” natural que protegería Quarry Road de los embates meteorológicos que en abril arrasaron 400 viviendas del asentamiento.

Imagen de dron del asentamiento informal de Quarry Road, situado en una estrecha llanura de inundación del río Palmiet, una zona de alto riesgo propensa a las inundaciones, después de fuertes lluvias, 13 de abril de 2022. Foto: Dr. Viloshin Govendet, arquitecto y profesor de la Escuela de Medio Ambiente Construido y Estudios de Desarrollo de la Universidad de KwaZulu-Natal.

La Reserva Natural de Palmiet está a sólo 15 minutos en coche hacia el interior de Quarry Road. Son 90 hectáreas de bosques relativamente vírgenes, ríos serpenteantes que se precipitan por cascadas y praderas más arriba. Una reserva natural puede parecer un lujo en una ciudad que necesita urgentemente suelo para nuevas viviendas. Pero un estudio reciente sobre el valor de los espacios naturales de Durban ―ríos, humedales, bosques, suelos y similares― calcula que sus ríos prestan un servicio de regulación del caudal de agua valorado en 29,5 millones de rands (USD 1.616.283) anuales.

Proteger los ecosistemas vírgenes y los cinturones verdes ―incluso los alterados― no solo proporciona a la gente un hermoso lugar para relajarse y jugar. También brinda una serie de “servicios ecosistémicos” que absorben las perturbaciones meteorológicas extremas. Las plantas, y los árboles en particular, son acondicionadores de aire naturales que contrarrestan el efecto de isla de calor urbano, que hará más letales las olas de calor. Los humedales y ríos sanos ―la vegetación que los rodea y su suelo― suavizan la descarga del agua de lluvia en los ríos, lo que reduce las inundaciones, la erosión y la sedimentación fluvial. Las dunas, los estuarios y los manglares suavizan la fuerza de las olas del mar durante las tormentas, amortiguando la erosión y los daños causados por las olas a las infraestructuras.

El Gobierno, la sociedad civil, los investigadores, el sector privado y las comunidades deben trabajar juntos

Para proteger una ciudad de las inundaciones, sobre todo al tercio de sus habitantes que viven en barrios informales como Quarry Road, hace falta un plan.

En teoría, Durban tiene uno. Su Plan de Acción Climática 2019 enumera lo que se necesita para hacer frente al problema de las inundaciones: un sistema de alerta temprana; un mapa de zonas inundables de uno en cien años que, junto con las proyecciones climáticas, permita una mejor planificación y gestión en las zonas de riesgo de inundación; y asociaciones estatales necesarias para restaurar y conservar las infraestructuras ecológicas.

La intención es limitar y desincentivar el desarrollo en zonas de riesgo de inundación y proteger las infraestructuras existentes de este riesgo. El plan enumera las medidas necesarias para mantener sanos los corredores fluviales y la infraestructura ecológica.

El plan también señala la necesidad de trasladar a las comunidades fuera de las zonas de riesgo de inundación y alojarlas adecuadamente en zonas con servicios apropiados.

Este documento encaja con otros muchos planes y políticas de la ciudad, como la estrategia de resiliencia de 2017, su marco de desarrollo espacial y el plan de desarrollo integrado, una compleja negociación que debe ajustarse a otras leyes y obligaciones constitucionales de los Gobiernos locales, provinciales y nacionales.

La Dra. Debra Roberts, una destacada científica sudafricana del clima y la biodiversidad urbana que trabaja en eThekwini, es la principal responsable de resiliencia de la ciudad y ayuda a coordinar las líneas de trabajo en todo el municipio. O’Donoghue, por su parte, supervisa la respuesta de adaptación climática de la ciudad. La ciudad también cuenta entre sus filas con el científico climático Smiso Bhengu. Su experiencia, y los cargos que ocupan dentro de la institución municipal, les permiten vincular distintos departamentos gubernamentales cuyas responsabilidades se solapan en torno a la resiliencia o las iniciativas centradas en el clima. También ayuda al municipio a coordinarse con organismos no estatales, como el mundo académico, la sociedad civil y el sector privado, para agruparse en torno a iniciativas de colaboración.

El Proyecto de Rehabilitación de la Cuenca de Palmiet es uno de ellos y un ejemplo de cómo la educación climática dentro de la administración de una ciudad ―y la planificación y los acuerdos institucionales resultantes― se trasladan al mundo real. Este proyecto está orientado a abordar el riesgo de inundaciones a lo largo de la cuenca, concretamente para la comunidad de Quarry Road, utilizando palancas sociales, de gobernanza y medioambientales. En él participan personal municipal, investigadores universitarios y la comunidad local. El sistema comunitario de alerta temprana que salvó muchas vidas la noche del 11 de abril es una pieza de este complejo engranaje.

Los promotores privados perpetúan la desigualdad de la era del apartheid

Aquel abril, a unos 20 km cuesta arriba de Quarry Road, en el recién creado parque empresarial-industrial-residencial de Cornubia, se estaba produciendo una emergencia de otro tipo.

Un dique de contención temporal de la contaminación, construido un año antes para capturar la corriente tóxica procedente de un incendio que destruyó un almacén lleno de productos agroquímicos y venenos, se estaba inundando. Un cóctel de metales pesados, carcinógenos y pesticidas se vertía en el río Ohlanga, matando la vegetación y los peces, y obligando a la ciudad a considerar el cierre de las playas de la desembocadura.

Los activistas de la justicia ambiental advierten de que se tardará años en comprender sus consecuencias para la salud y el ambiente, pero es probable que el impacto en los precios de la propiedad y en los planes de vivienda de la ciudad sea más rápido.

Las inundaciones de abril destruyeron 13.500 viviendas en Durban, un tercio de ellas en asentamientos informales, y la ciudad tuvo que albergar a 7.245 personas en residencias y centros de acogida inmediatamente después del suceso. En diciembre, muchos seguían sin hogar.

Después de una catástrofe como esta la ciudad tiene que ayudar a las familias a reconstruir sus hogares o darles cobijo en viviendas subvencionadas por el Estado, lo que significa acelerar la construcción para hacer frente al retraso existente en materia de vivienda.

Las tierras de labranza que rodean Cornubia en gran parte propiedad del grupo azucarero Tongaat Hulett están destinadas a parte de este desarrollo.

A los activistas les preocupa que la historia se repita: que los terrenos contaminados, algunos de los cuales entran en el plan de viviendas de renta mixta de Cornubia pero que ya no resultan atractivos para los compradores privados, sean traspasados al Gobierno a bajo precio y utilizados para realojar a los evacuados por las inundaciones, como los de Quarry Road.

Las leyes sudafricanas de la época del apartheid dividieron la ciudad en función de la raza ―un sustituto de la clase social―, dejando en las ciudades una brecha espacial que las persigue hasta el día de hoy. La Ley de Zonas Agrupadas de 1958 empujó a las personas de color más pobres a las zonas más marginales de Durban, a menudo propensas a las inundaciones. Tres décadas después de que se desmantelaran estas leyes, la división residencial de Durban no ha cambiado en absoluto.

Donde antes la ley segregaba la ciudad, fijando una división espacial entre ricos y pobres, ahora el mercado de la propiedad privada la mantiene.

El racismo ambiental no es exclusivo de Sudáfrica. En todo el mundo, las comunidades pobres de color tienden a asentarse en las zonas ambientalmente más marginales, degradadas y contaminadas de muchas ciudades.

Cornubia es una asociación público-privada entre Tongaat Hulett y el municipio de eThekwini, y se presenta como uno de los “proyectos catalizadores que contribuirán a alcanzar los objetivos de crecimiento y desarrollo de la región.

Incluirá un nuevo centro urbano, un nuevo comienzo ahora que el vetusto distrito central de negocios (CBD) de Durban ha perdido su brillo, cayendo en el deterioro tras la negligencia municipal y la fuga de inversores, al igual que Sandton sustituyó al descuidado CBD de Johannesburgo.

Pero el abogado especializado en urbanismo y protección del ambiente Jeremy Ridl advierte de que el poder de la corporación como propietaria y promotora de terrenos con ánimo de lucro le ha permitido orientar la ordenación territorial de Durban en su propio beneficio.

Ridl encabeza una coalición de comunidades afectadas y de la sociedad civil que colabora con el Gobierno y con la empresa agroquímica privada United Phosphorus Limited (UPL), propietaria del almacén destruido, para garantizar la transparencia y la rendición de cuentas en la limpieza posterior al incendio. Señala Cornubia, y la contaminación que acecha al lugar, como ejemplo de cómo el sector privado y el libre mercado mantienen la brecha de desigualdad heredada de Durban y el racismo ambiental. Esta relación de poder distorsionada puede socavar incluso a los funcionarios, las instituciones y las políticas municipales más competentes.

Muchos de los problemas de desarrollo de Durban, donde el apartheid tuvo mucho que ver, se unen a la urbanización acelerada, la economía de libre mercado y la crisis climática para crear una tormenta perfecta que amenaza la resiliencia, escribe Roberts en un informe coescrito sobre el viaje de la estrategia de resiliencia de la ciudad.

Mientras tanto, los problemas sanitarios y ambientales tras el incendio del almacén químico de Cornubia parecen lejos de resolverse. Un reportaje del periodista medioambiental Tony Carnie publicado en diciembre de 2022 en Daily Maverick reveló que el suelo bajo el almacén siniestrado contiene niveles peligrosamente altos de pesticidas, sustancias cancerígenas y metales pesados, y existe el riesgo de que estas toxinas lleguen a las aguas subterráneas.

Estos hallazgos recuerdan la necesidad de un control riguroso y permanente del lugar, así como de transparencia en la gestión y el desarrollo futuro de la zona contaminada.

Pero, ¿es mejor así?

El asentamiento informal de Quarry Road está marcado para ser trasladado a un lugar más seguro y con servicios adecuados. Pero la reubicación es un proceso lento y requiere la aceptación de la comunidad. Foto: Paul Botes.

Caption: El asentamiento informal de Quarry Road está marcado para ser trasladado a un lugar más seguro y con los servicios adecuados. Pero el traslado es un proceso lento y requiere la aceptación de la comunidad. (Foto: Paul Botes)

La inundación se llevó todo lo que había en la casa de Nqanula. Sólo le quedó la ropa empapada con la que pasó la noche, acurrucada en la entrada de la estación de servicio esperando a que pasara la tormenta.

También se llevó su independencia, dice, y su confianza y felicidad.

Alguien trajo mantas y sopa al día siguiente, pero Nqanula recuerda que al principio los vehículos de emergencia no podían entrar porque las carreteras y los puentes estaban muy dañados. La segunda noche durmieron en el suelo de una escuela cercana, hasta que los trasladaron a otro pabellón. Ocho meses después, muchos de los evacuados de Quarry Road seguían viviendo en centros de atención y dependiendo de la ciudad o de sus socios de la sociedad civil para obtener alimentos y otras provisiones.

Nqanula decidió que prefería encontrar un lugar para alquilar. Necesitaba espacio para curarse, para rezar, para “volver a ser ella misma”, lejos de la multitud traumatizada.

No es la primera vez que tiene que rehacer su vida desde que se mudó a Quarry Road en 2013: ropa nueva, muebles nuevos, una cama nueva, de todo. En 2019 una inundación se llevó su casa pero ella quería quedarse en la comunidad, así que compró una choza al otro lado del río. Estaba más arriba, más lejos del agua.

En los primeros años de Nqanula en Quarry Road, sus dos hermanas vivían con ella. Pero entre ellas decidieron repartir el riesgo. Las casas informales se dañan fácilmente por inundaciones o incendios. Si vivían entre dos casas, tendrían un respaldo en caso de que una quedara destruida; así que una de las hermanas se mudó a Glenwood, a unos 8 km de distancia. Tras las inundaciones de abril, Nqanula envió allí a su hermana menor, mientras ella alquilaba un lugar a 15 minutos a pie de su antigua casa.

La gente se instala en lugares expuestos a las inundaciones por muchas razones, como estar cerca de los puestos de trabajo y de las oportunidades que conlleva estar cerca del corazón de una ciudad, aunque entiendan que puede haber riesgos meteorológicos. Ninguno puede permitirse una casa en las afueras, y la lista de espera para una vivienda subvencionada por el Estado es interminable. Algunos construyen sus casas en un solar que parece ideal durante la temporada seca, sin saber lo que vendrá con las lluvias. Muchos también tienen una fuerte conexión con su comunidad y no quieren que se rompa en un proceso de reubicación.

Quarry Road está señalada como prioritaria para el traslado a un lugar más seguro y con servicios adecuados. Pero se trata de un proceso lento que requiere la aprobación de la comunidad. Mientras tanto, el ayuntamiento intenta mejorar los servicios básicos ―una “mejora in situ”, lo llaman― con una mejor recogida de basuras, llaves de agua comunitarias, letrinas de pozo y bloques de saneamiento y gestión de las aguas pluviales. Al fin y al cabo, impermeabilizar una comunidad es algo más que poner un techo sólido sobre la cabeza de alguien. Las casas tienen que estar en un barrio con desagües pluviales, recogida de basuras, reticulación de agua y luz.

Hasta entonces, muchos vecinos de Quarry Road están atrapados en el limbo.

Si algo pide Nqanula es que el ayuntamiento les dé a todos un terreno “lejos del agua”. Podrían construir sus propias casas, dice, aunque les lleve mucho tiempo.

Tan solo un pedazo de tierra pequeño y seguro. 

Esta historia fue publicada originalmente en Daily Maverick (Sudáfrica), y es republicada dentro del Programa de la Red de Periodismo Humano, apoyado por el ICFJ,International Center for Journalists.

Publicado por primera vez por The Outlier


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