Una foto de 50 años: la hazaña del obispo De Nevares para llegar a un paraje perdido en Neuquén
Prendidos a las riendas, De Nevares y su gente se animaron a pasar por el pronunciado faldeo del Varvarco hasta Manchana Covunco, para llegar por fin a Ahilinco, donde lo esperaban los pobladores.
Detrás de él, 17 feligreses lo acompañaban para llegar. De frente, las mujeres del lugar lo recibían, con sus pañuelos en la cabeza y polleras debajo de la rodilla, pilchas típicas de las vecinas del norte neuquino. La captura del momento, revelada como se hacía antes, permitió guardar el instante en que Don Jaime de Nevares, recordado obispo de Neuquén, llegaba al paraje Ahilinco, 35 kilómetros al norte de Varvarco, para la fiesta de la Virgen de Lourdes.
Turismo aventura a la capilla de Ailinco
El historiador Isidro Belver, residente en Huinganco, fue quien compartió el recuerdo, por cumplirse este viernes 50 años de ese día. Él mismo lo presenció y por eso los detalles de la anécdota quedaron tan vivos en su retina.
Para que este encuentro fuera posible el 10 de febrero de 1973, hizo falta que don Jaime le pusiera el cuerpo al camino. Tras hacer noche en Las Ovejas el día anterior, avanzó a bordo de «una estanciera blanca hasta el puente de Varvarco, en construcción por el Ejército, donde mantuvo un lindo encuentro con oficiales, suboficiales y soldados, ‘colimbas albañiles'», relató Belver.
La estanciera quedó en custodia en el campamento y el obispo cruzó el río Neuquén por una pasarela improvisada de troncos y tablas. «Lo estaba esperando don Miguelito Vergara, con caballo ensillado con montura inglesa. Atravesaron el «pueblo» de Barbarco (así se escribía antes) que aún no existía y
siguiendo la costa del río, subieron luego a Matancilla y Los Bolillos«, explicó Isidro. Desde ahí bajaron a la llanura del Atreuco y siguieron hasta Pampa del Guanaco. Los esperaban los «caballeros», crianceros de la zona del Domuyo, bautizados así por el párroco Marcelo Gardín, misionero en Chos Malal, que les encargaba guiar las peregrinaciones rumbo a esa zona virgen.
Prendidos a las riendas, De Nevares y su gente se animaron a pasar por el pronunciado faldeo del Varvarco hasta Manchana Covunco, para llegar por fin al Ahilinco, donde lo esperaban más vecinos. «En la foto se puede apreciar una «jineta» montada a la chilena, de lado», detalla Belver.
Doña Anita y doña Alicia eran las dos primeras mujeres que se ven en la imagen principal, saliendo al encuentro de Don Jaime, que viajaba de sotana negra. Ellas «eran el alma de la fiesta patronal de cada 11 de febrero», cuentan, «las custodias de la capillita y servidoras fieles de la Virgen de Lourdes». No estaban solas: otras mujeres, hombres y niños les dieron ansiosos la bienvenida, para invitarlos después a la carneada de vaquillonas y chivos para agasajarlos, en una celebración que duraba por lo menos cinco días más. La fe y la devoción se encendían con la novena, las misas y la procesión, para cerrar con el tradicional «Malón a la gran cruz», del otro lado del arroyo.
Una humilde capillita ornamentada era el centro de ese encuentro esperado. Tan valioso para esos fieles que ni el obispo se lo quiso perder.
Según recuerda una nota de archivo de RÍO NEGRO en 2002, la capilla es de adobe y tiene piso de tierra. Fue construida a principios de la década del ’60 y allí funcionaba un boliche de campo que no era más que un galpón. Con la llegada del padre Gardín surgió la posibilidad de transformarla en una capilla. La virgen de Lourdes no tardó en cosechar adeptos, a raíz de que la familia que era dueña del edificio (Don Felipe Urrutia y su esposa Aurora Díaz) había traído imágenes de ella desde Chillán, Chile.
Y el sitio especializado «Mas Neuqén», explicó que «Ailinco» es de origen araucano y significa «arroyo brillante que corre sobre ripio o cascajo». «Esta traducción se ajusta exactamente a la característica del arroyo, cuyas aguas, de suma transparencia en su comienzo, corren por un cauce de pedregullo semejante a trozos de vidrios de diferentes colores», describe el autor.
También llevan este nombre, agregaron, «un cerro situado al este de San Martín de los Andes y al sur del cerro Catedral, y un arroyo al sur de la provincia de Mendoza que desemboca en la margen izquierda del río Barrancas».
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