Una cruz en pleno Maquinchao: punto de encuentro y fe en la Línea Sur

Pueblo de cuatro mil habitantes dedicado a la lana, tiene un sitio que concentra identidad y devoción desde los años ‘40.

El pronóstico de este domingo parece que dará apenas un respiro en Maquinchao, después de una semana en la que llegó a -5°C. Bajo ese cielo y sin reparo, sigue firme como hace 78 años, una cruz blanca.

Américo Pérez es quien compartió con RÍO NEGRO el valor simbólico que esta estructura representa dentro del ejido local, que este año cumplió su 119 aniversario, fundado el 19 de marzo de 1905, “aunque las localidades de la Línea Sur fueron reconocidas por Decreto del Gobierno Nacional el 7 de diciembre de 1927”, explicó Liliana Verbeke, diplomada en Preservación del Patrimonio Natural y Cultural, en una publicación para la Agencia APP.

Tierra urbanizada con unos cuatro mil habitantes actualmente, de origen indígena previo a llegada de inmigrantes, está lejos de todo, rodeada de puestos y parajes dispersos en un amplio radio que la toma, por ejemplo, como referente para el servicio de salud pública. El propio Jacobacci queda a casi una hora de viaje. Pero en la década del ‘40, cuando todo era mucho más complejo que ahora, la distancia no evitó que llegara un sacerdote incluso desde Bariloche, cruzando los 277 kilómetros que los separaban.

Foto: Gentileza Américo Pérez.

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Ángel Miche es el nombre de ese integrante de la congregación salesiana, que empezó a viajar en 1941 para encabezar las misas que esperaba la comunidad católica, y que, a falta de un templo, se hacían en casas prestadas o alquiladas, según pudo reconstruir Pérez. Afirman que este cura fue quien se organizó con el carpintero José Eleodoro Ramírez para colocar el símbolo de madera de ceibo en el punto que hoy ocupa, en la intersección de calles 25 de Mayo y Mariano Giménez, “a medio camino entre el cerro Mesa, la capilla San José y la capilla Milagrosa”, explicó este vecino que la ve a diario. César, el hijo de Eleodoro, confirmó el dato de la autoría de su padre artesano.

Desde entonces, firme en su sencillez, la cruz se volvió el lugar de referencia para ceremonias religiosas y procesiones, acompañadas con antorchas, alabanzas y rezos, tal como recordó Alejo Abal, en diálogo con Pérez. «El cura venía con cuatro o cinco monjas y se hacían caminatas desde la Escuela N°4 hasta la cruz, año 1950 aproximadamente», agregó Ricardo Gómez. En paralelo a lo espiritual, también fue punto de encuentro para grandes y chicos en sus caminatas y horas de juego.

Pero como la religiosidad popular crece aunque no haya ni techos ni paredes, se fue convirtiendo en el epicentro de promesas y búsqueda de sanidad. “Yo me acuerdo cuando nosotros éramos chicos, mi mamá y la empleada de la casa nos llevaban hasta la cruz a mí y a mis hermanos Falqui, Elías y una hermana que ya falleció, para curarlo de la tos convulsa. Íbamos todas las mañanas, temprano, por eso adoro ese lugar», dijo Olga Saade ante la consulta de Américo.

El padre Miche, en una de las tantas comunidades que visitó. Foto: Pablo Raemdonck.

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Al parecer, el aire puro a esa hora, con el aroma característico de la flora sureña, eran también parte del beneficio. Acompañaban al tratamiento de la época, los nutrientes de la leche de vaca o chivas, recién ordeñada y tomada en ayunas, como bien les explicó el médico de aquellos años, de apellido Lizarregui. Otras mujeres del lugar, para Semana Santa, dejaban los zapatos en la calle y seguían descalzas hasta la cruz para luego volver.

En medio de este contexto, el paso del padre Miche dejó una huella que se sumó a la identidad de Maquinchao y sus alrededores. Aficionado a la pintura y recordado por sus viajes a bordo de un Citröen con el que ayudaba a los vecinos, había nacido en La Plata en 1894 y como misionero había recorrido comunidades africanas en Tanzania. Hincha de San Lorenzo y fanático de jugar a la escoba, porque de esa manera enseñaba a los más chicos a sacar cuentas, se hizo querer porque siempre se daba un momento para escuchar y brindar sus consejos. Murió en 1985 en Bariloche, donde descansó en el panteón que cedió una familia, hasta que trasladaron sus restos a una fosa en tierra, ceremonia mediante, en el mes de junio pasado.

Para la cruz que Ángel proyectó en medio de la aridez y el viento implacable, Américo soñó la posibilidad de embellecerla y convertirla en un punto que no sólo valoren los locales sino también los turistas. Un playón de piedra laja, bancos, iluminación, monolitos y placas recordatorias para Miche y el carpintero Ramírez integran la propuesta, que aún espera avanzar. “La cruz por algo está, sigamos sembrando esperanzas”, concluyó el vecino.


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