Un arquitecto de vanguardia y el legado que dejó en Allen hace 60 años 

Fiel a su estilo, Aníbal Teodoro Müller, recordado en Neuquén, fue el autor de dos casas que hoy deslumbran del lado rionegrino. El heredero de una de ellas compartió su historia.

Un inmenso portón y un jardín de ensueño la esconden de los curiosos. Se trata de la casona de calle Brown al 50, construida en Allen hace 60 años, como evidencia de las ideas que inmortalizó el arquitecto Aníbal Müller en la región

Bahiense, nacido en 1920, este referente en lo suyo creció en la familia de uno de los tantos trabajadores que llegaron para la construcción del dique Ingeniero Ballester. Recibido en la Universidad de Rosario, se radicó en Neuquén capital, epicentro que lo llevó a otros puntos de la región, en los que dio vida a viviendas y edificios públicos, como las “casas montura” y la comisaría de la ciudad de Centenario. Hasta que el contacto con los hermanos Morales, lo llevó a cruzar el puente y dejar su marca en Allen. 

Ubicada a media cuadra del “Laguito” y las plazoletas de ingreso a la ciudad, la casa protagonista de este rescate, es el hogar que construyeron Juan Pablo Morales y su hermano Bartolomé, para vivir con su madre, antes de formar sus propias familias. Con el oficio de maestro mayor de obras, ambos socios a cargo de una constructora de aquellos años, se la pidieron a Müller y el resultado de ese proyecto quedó a menos de una cuadra de otro diseño que el arquitecto dejó en la localidad, en su momento propiedad de la familia Cirigliano, hoy entre los bienes de los Miguel.  

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Las calles eran de tierra aún cuando todo empezó a movilizarse en ese terreno de 15 x 50 metros que hoy luce cubierto de plantas y flores. Las fotos históricas cedidas por el periodista Juan Carlos Tarifa, hoy ya jubilado, así lo muestran. Y el diálogo con Pablo Morales, heredero de la imponente edificación, ayuda a entender cómo se la hizo realidad. 

Un living comedor de 18 metros, cuatro dormitorios, tres baños, una de las primeras calderas instaladas en el incipiente pueblo, son sólo algunos de los detalles de este sitio cautivador. Con ventanales en semicírculo que llenan de luz la sala y los dormitorios, se utilizó en el parquet madera estacionada traída desde La Pampa y en sus paredes hasta cemento importado desde Japón. Calculan que cubre al menos unos 400 metros cuadrados donde no escatimaron en atributos. 

El living que soñaron los Morales para sus reuniones sociales, diseñado por Müller.

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Vista actual desde el jardín de la familia Morales, en calle Brown al 50. Foto: Florencia Salto.

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Los hierros de esa época no eran como los de ahora, que son torsionados y dan mucha capacidad de carga a las estructuras. Esos eran lisos, entonces necesitaban grandes masas de hormigón para hacer las columnas, vigas, bases, y por lógica, mucho cemento. Así que tuvieron que comprar un vagón de bolsas de cemento, que se descargó en la playa de maniobras del ferrocarril que tenía Allen”, relató el propietario. 

El hombre que puso el parquet era polaco y hablaba un castellano muy trabado”, recordó Pablo. Este inmigrante era un artesano en su oficio, que trabajaba solo y al que no le gustaba tener “espectadores” mientras aplicaba, una a una, las tablas del estilo ‘damero’, utilizando brea caliente. “Mi padre era constructor, entonces sabía y a veces se le ponía atrás para ver cómo hacía su labor, entonces el hombre automáticamente dejaba las herramientas y le decía: ‘si me va a controlar así, yo dejo de trabajar, usted confíe en mí’”, completó la anécdota el hijo del matrimonio de Juan Pablo con María Ester Duhalde.

Juan Pablo y María Ester, los padres de Pablo. Foto: Florencia Salto.

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Después de al menos siete años de obra y logística, la vivienda estuvo lista para cobijar a sus dueños, que más tarde acabaron formando sus familias y disolviendo la sociedad que hizo posible este desafío. Repartidos los bienes, la casona se convirtió en el hogar donde creció Pablo y donde conocieron a Noelia Quesada, cuando él aprendía a caminar. Ella fue la jovencita que llegó, autorizada por su padre viudo, para asistir a la familia Morales en las tareas del hogar, vínculo que era muy común en aquellos años. 

Desde ese paso en la vida de Noelia transcurrieron 60 años: hoy luce 77 primaveras y si bien ya está retirada, sigue viviendo en la misma casona que surgió de los planos de Müller, disfrutando de la lectura en su jardín, de la huerta y de los pájaros que acuden a sus árboles. “Müller era un avanzado para la época, hoy en día sus proyectos llaman la atención y eso da una idea de la vigencia que tienen y de su genialidad, no hay construcciones como esas, salidas de todo parámetro”, valoró Pablo.

Foto: Florencia Salto.

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Noelia Quesada en el jardín que adora. Foto: Florencia Salto.

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