Tráfico de aves en Río Negro: un delito que mueve millones
Cada vez hay más intervenciones del Estado Provincial para evitar el tráfico, pero el comercio ilegal crece y pone en riesgo a especies. El cardenal amarillo es una y fue declarada monumento natural.
Es un comercio ilegal que mueve millones. A nivel internacional ocupa el 4° lugar dentro de los delitos de tráfico, detrás de la trata de personas y la venta ‘negra’ de armas. Y la provincia de Río Negro ‘pica en punta’ dentro de los lugares claves para su comisión, compitiendo con otras ubicadas al norte.
Se trata del tráfico de aves, algo que está penado por Ley, pero, aún, no fijó sanciones lo suficientemente contundentes para desalentar la práctica. En el caso rionegrino, está diezmando a especies como el cardenal amarillo, el de copete rojo, el pepitero de collar y el jilguero dorado, que están entre las más buscadas.
Es que son todas aves ‘canoras’, sus trinos seducen por su bella sonoridad y son de colores llamativos, que los coleccionistas buscan. Para obtenerlas, están dispuestos a pagar grandes sumas.
Un cardenal amarillo, en territorio rionegrino, puede salir $20.000. Pero si se vende a Buenos Aires u a otra gran capital del país se cotiza a $200.000. Y llega a cifras que escapan los cálculos si se trafica a Europa o a cualquier sitio del mundo.
La semana pasada, en Guardia Mitre, el área de fauna que dependía, hasta la gestión anterior, de la cartera de ambiente secuestró a 37 de estas aves, que estaban en la casa de un ‘acopiador’. Vendiéndolas en Bs. As ese traficante hubiera obtenido, como mínimo, $7.400.000.
La Ley prevé que, por pájaro, al infractor se le puede imponer una multa de $100.000 (la mitad de lo que obtendría al venderlo). En el caso de las penas lo máximo son tres años, que no implican prisión efectiva. Tampoco hay garantías de que la sanción punitiva se concrete.
Desde Fauna sostienen que la forma más eficaz de sancionar se da con la colaboración clave de la policía rural, cuando encuentran al traficante trasladando aves en un vehículo. En ese caso se le secuestra el móvil y, para retornárselo, el afectado debe pagar todas las multas que haya obtenido. Hasta ahora, ésa es la mejor forma de hacerles sentir el rigor del castigo.
Lo cierto es que la extinción de estas especies en manos del tráfico es una realidad creciente. Y, a nivel ambiental, más allá de la pérdida de un grupo de aves puntual, son inconmensurables los daños.
“Es que más allá del patrimonio cultural y natural que representan, estos cardenales amarillos, por caso, prestan un servicio ecosistémico. Seguro que son dispersores de semillas, por ejemplo. Por eso la función que realizan es clave, e incluso desconocemos mucho sobre su rol. Por eso cuándo desaparecen dejan de realizar la acción que desempeñaban en el ambiente. Esas pérdidas son lamentables y, en gran parte, difíciles de dimensionar”, contó Fabián Llanos, integrante de la dirección de Fauna Silvestre y ex subsecretario de Biodiversidad provincial.
Recientemente, este tipo de cardenales fueron designados, por Ley, monumentos naturales de la Provincia, un título que comparten junto con las ballenas francas, los huemules, el cóndor andino y las mojarras desnudas. Esa entidad normativa permite que se fijen pautas mucho más estrictas para su conservación.
Un negocio con varios eslabones
La cadena del tráfico de aves es larga. Está compuesta por el cazador, el acopiador y el distribuidor. Tras llegar a este último, todo se diversifica. El pájaro puede venderse en un sitio como Buenos Aires o llegar al exterior, a manos de cualquier comprador, que es el último eslabón.
“Hace poco, en el aeropuerto de Ezeiza (Buenos Aires) la policía aeroportuaria secuestró valijas en las que querían sacar aves con rumbo a Europa, las detectó el scanner”, aportó Llanos. Su comentario sorprende. ¿Pájaros en una valija? Sí. De hecho, las formas de traslado asumen múltiples opciones, todas asombrosas.
“Los cardenales amarillos secuestrados en Guardia Mitre, por caso, formaban parte de una red que los enviaba a Buenos Aires en micro, por encomienda. Las cajas salían desde Viedma, y eran recepcionadas después por un comprador que aún desconocemos, pero que la Justicia está investigando”, amplió el hombre.
Esas cajas eran dobles. Una de ellas llevaba los pájaros, en un cartón con perforaciones. Luego se ponían adentro del embalaje principal, para generar una cámara de aire que les permitiera respirar. “En la oscuridad que se genera al encerrarlos los cardenales no trinan. Asumen el modo de reposo en el que quedan cuándo llega la noche”, detalló el experto.
Se presume que para el envío se contaba con la complicidad de alguno de los choferes. Ese punto, hoy, es materia de investigación.
Otro de los traslados sorprendentes se descubrió meses atrás, en Río Colorado. Allí secuestraron aves en el baúl de un vehículo. Iban en una rueda de auxilio transformada en jaula. Con un alambre cubrieron la circunferencia, para que respiren, y taparon todo con una manta, con la finalidad de disimular el truco.
Este tipo de acciones les provocan stress a estas especies y pueden precipitar su muerte. “Los traficantes tratan de ser cuidadosos porque cada ave es dinero para ellos. Pero, obviamente, muchas mueren en medio de esta nefasta cadena de tráfico”, aseguró Llanos.
¿Cómo las capturan?
Los que capturan las aves son el primer eslabón de la cadena de tráfico. Seguramente, los que obtienen menos dinero por este comercio ilegal, que está diezmando especies. Se aprovechan de una de las características de las variedades ‘cantoras’.
“Es que son territoriales. Usan el canto para marcar su lugar, y cuándo se asientan con su pareja defienden ese sitio donde van a criar a sus pichones. No dejan que otro pájaro se acerque”, contó Fabián Llanos, integrante de la dirección de Fauna Silvestre.
En conocimiento de esta característica, los cazadores llevan una jaula doble con un dispositivo que se activa cuándo el ave que está libre se acerca. Y queda atrapada por una red.
“En la jaula vecina llevan a un pájaro que ellos denominan ‘llamador’. Generalmente es otra ave cantora, como un jilguero amarillo, por caso. Que depositan en el suelo del campo en el que saben que abundan las especies que buscan. El ‘llamador’, al cantar, atrae a las aves libres, que en realidad llegan para atacarlo, porque están defendiendo su territorio. Al acercarse, quedan presas en la red”, detalló el hombre.
Tras esto, son enviadas a un lugar de acopio que suele contar con muchas jaulas para disponerlas. “Generalmente es una casa común, que tiene espacios adaptados. El acopiador las vende al traficante que las transporta, o las traslada él mismo”, completó Llanos.
Rescate, recuperación y liberación
Afortunadamente existieron muchos rescates a lo largo del tiempo. “Fueron, en 8 años, 1600 aves de 600 especies distintas, entre ellas 300 cardenales amarillos. El 95% de ellas pudieron ser recuperadas y devueltas a su hábitat natural”, relató Fabián Llanos.
Para la recuperación, es clave un centro que funciona en General Roca, dónde un grupo de voluntarios se ocupan de la recepción y el cuidado de las aves, antes de que regresen a su medio. Lo hacen completamente ad honorem y sólo reciben, esporádicamente, algún aporte económico del Provincia para invertir en el proceso.
Ese espacio de cuarentena y rehabilitación dispone de grandes jaulas donde los pájaros recuperan sus músculos de vuelo, atrofiados por el cautiverio. Luego, se programa su retorno al medio.
La zona de Monte Espinoso, ubicada en el área norte de San Antonio Oeste hacia Río Colorado, que incluye General Conesa y Viedma, es clave para la distribución de las especies más buscadas.
El rescate se inicia con una denuncia anónima o con un dato que motiva una investigación del área de fauna. Cuando dan con un lugar de acopio, elevan el tema a la Justicia, que ordena un allanamiento. Así, lograron hallar muchos sitios de tráfico, y liberar a gran cantidad de especies.
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