Todo lo que aprendí de mi padre en el campo: los recuerdos más lindos de Noemí en un solitario paraíso de la Patagonia
En el Día del Padre, Noemí recuerda a Orlando Romero, que partió hace poco más de tres meses de este mundo pero perdura cada día en Aluminé con cada una de estas enseñazas. Una emocionante historia al pie de la Cordillera de los Andes en Neuquén.
Esconderse para ahuyentar al puma, ingeniárselas a pura observación para saber qué día y a qué hora bajará de las montañas el predador más temido, arrear los piños de chivas y ovejas, ayudarlas a parir si es necesario, vacunarlas, también a los caballos y las vacas, no perder de vista las señales de los animales cuando se enferman o lastiman, enlazar, carnear, sembrar, levantar un galpón, cambiarle el aceite a la camioneta, alambrar, trabajar duro para ganarse el pan, estar menos veinte si entran a las ocho, moverse en el campo con neblina o nieve. Armar equipo con Teresa, su compañera de la vida, para criar con el ejemplo más que con la palabra, para buscarle la vuelta y encontrar un lugar en el mundo para que crezcan los hijos y que no falte un plato en la mesa, eso que es tan difícil.
Todas esas instantáneas entran en la galería de los recuerdos más lindos de Noemí Romero al evocar a su padre aquí, al oeste de Neuquén, al pie de la Cordillera de los Andes, 59 kilómetros al norte de Aluminé rumbo a Ñorquinco por la Ruta 11, entre las montañas de ese valle de araucarias, ñires, lengas y arroyos de deshielo que solía llenarse de amigos en el verano, cuando las laderas rebosan de verde.
Aquí vive ella ahora, aquí lo recuerda cada día en el Puesto El Nano, como dice el cartel en la ruta, el apodo de su padre, que partió de este mundo el 8 de marzo a los 83 años. “Todo lo que me enseñó es inolvidable”, dice Noemí y su voz es pura emoción.
Le dedicó un hermoso poema y también su hija Sheila le armó un video de colección al abuelo entrañable cuando cumplió 80. “Un poco gasista, un poco albañil, un poco médico, capaz de enderezar las flores y cambiarle el motor a la chata, asador, historiador, todo”, lo describe. Así son los recuerdos de esta familia neuquina, parte de una historia con alegrías y llantos.
La tragedia
Una excursión de la Escuela de Abra Ancha a 8 km de Aluminé tuvo el peor final cuando las piedras que cayeron después de que pasaron los primeros alumnos aplastaron a Eliana, la hermana mayor de Noemí, a los 9 años. Fue un golpe devastador para la familia. “Caímos en un pozo y costó mucho salir”, dice ella, que tenía 7 años por entonces.
Tiempo después, ya cuando hacía la secundaria en Cutral Co, su padre volcó en la ruta con la Fordcita 63 por esquivar a uno que se abatató en la curva y se le vino encima: se sacó el hombro, se fracturó dos costillas y por varios meses no pudo trabajar, hasta anduvo en silla de ruedas. Su madre estaba sola, sus hermanas menores las mellizas Silvia y Yanina eran chicas, había que estar, se volvió. “No me arrepiento de esa decisión. Me dediqué al campo con ellos. Aprendí todo de ellos. Y me gusta esta vida”, dice. Tiene 43 años.
Historia de un amor
La historia de amor que unió a su madre y su padre nació en Cutral Co en los ‘70. Teresa era madre soltera de Héctor, que tenía un año. A los 12, ella había escapado de una vida dura y triste en Chile, escondida en un camión cargado de bolsas de harina para que no la detectaran en la frontera. La dejaron en El Bolsón, se empleó como doméstica y de a poco se las ingenió para salir adelante, hasta que un día llegó a la ciudad neuquina y conoció a Orlando: en la casa familiar alquilaban piecitas y ella ocupó una.
Él era criancero desde chico, supo ser carnicero y mercanchifle, como decía: llevaba productos a los campos y hacía el truque por cuero y lana. Trabajó también en obras pioneras como la represa de El Chocón, para llevar las líneas eléctricas al interior neuquino, por eso lo cargaban si se cortaba la luz. “Pusiste mal un cable, Nano”, le decían y él se reía.
También contaba que estuvo en la construcción de rutas y el puente de La Rinconada, entre tantas otras aventuras. Y cuando en las sobremesas de los asados alguien le decía en broma si en serio pasó por tantos lados, él volvía a sonreír y decía: “Tengo los papeles”. Y era así, se iba a buscar la carpeta y volvía: “Una historia documentada. Y le gustaba contarla, compartirla”, dice Noemí y la voz se le enternece.
Hace tres años falleció Teresa y desde entonces Orlando no fue el mismo. Si antes siempre inventaba algo para que fueran a verlo al campo, después prefería quedarse en Aluminé o volverse rápido si iba. Sin su compañera no era lo mismo. Hasta que hace poco más de tres meses partió. Ahora está Noemí en Pampa Inda, donde fueron tan felices. Con eso se queda. Con las enseñanzas. Y con la sonrisa de su padre, aquella que iluminaba todo.
«Cuando tu padre es de campo», el emotivo poema que le dedicó Noemí
Cuando tu padre es de campo creces de manera diferente a los niños que te rodean.
Tu padre te enseña cosas como cambiar el aceite en tu camioneta o cómo enlazar.
Cuando tu padre es de campo aprendes a comunicarte a los gritos.
Te enseña que el trabajo duro dará sus frutos.
Cuando tu padre es de campo aprendes sobre la vida y aprendes sobre la muerte.
Aprendes a tratar a los animales enfermos y aprendes cómo carnear animales.
Aprendes que hacer las cosas de la manera correcta primero, siempre es mejor.
Aprendes a arreglar alambres, hacer galpones, a cortar el pasto con guadaña, arreglar corrales, a ensillar un caballo, a tuzar, a trabajar en los corrales, a vacunar..!
Escuchas historias de caballos que corren por el campo abierto, de cómo cazar un bicho para llenar la olla.
Las vacaciones familiares son picnics abajo de un ñire comiendo buñuelos que mama puso en la maleta y tomando unos mates para luego seguir con el alambrado que atajara el ganado.
Aprendes a llevar algo para el camino porque es posible que no estés de vuelta en la casa para el almuerzo o cena.
Escuchas cosas como: “Levántate. Estás desperdiciando la luz del día de Dios” cuando recién son las 5 de la mañana.
No hay tiempo para llorar.
Siempre tienes un amigo.
Te enseña modales y tradiciones.
Sus manos se sienten como papel de lija.
¡El primer vehículo que conduces, es un carro arrastrado por bueyes!
Te encuentras más interesado en el clima y los mercados de ganado, después te enteras de otras noticias.
Aprendes que cuando dice: “¿Me ayudas a mover unos animales?” Realmente significa “¿Me ayudas todo el día?”.
Aprendes ética laboral a una edad muy temprana.
Cuando tu padre es de campo aprendes a que la miga de pan no se tira al fuego porque la aprovechan máss los pollitos
No recibes un salario. Te dan una palmadita en la espalda.
¡Tienes la mejor vida!
Siempre orgullosa de todo lo que mi padre me enseñó!
Aquella gran nevada que dejó aislados y rodeados por un metro y medio de nieve a su madre y su padre
En agosto del 2019, ante una gran nevada, los cuatro hijos de Orlando y Teresa Romero querían llegar como sea hasta el puesto a 59 km del pueblo en Pulmarí Pampa Inda, donde sus padres estaban aislados por metro y medio de nieve. Tenían dos misiones: asistirlos y salvar a sus 90 vacas, 200 chivas y 7 caballos. Y lo lograron.
Ese primer día avanzaron hasta donde pudieron, ya que en un punto del camino la nieve impedía seguir y a la medianoche tuvieron que volver. Al otro día sí llegaron. Estaban bien. Solo entonces respiraron.
Desde la ruta son otros dos kilómetros hasta el puesto El Nano en Pampa Inda: pudieron estar ahí al mediodía y solo se veía una parte de las paredes que levantó con sus propias manos don Orlando (el comedor de material desde cinco años antes, el dormitorio aún era de madera) y el techo (de zinc que reemplazó a las chapas de cartón). El baño ya estaba dentro de la casa, ya no era una letrina a 300 metros. Y la gran noticia: la luz había llegado ese año y por eso tenían heladera. Como ahora, usaban las garrafas para cocinar y la calefacción era a leña.
Aquel día volvieron con Teresa a Aluminé para que se quedara con las mellizas Silvia y Yanina, pero Orlando prefirió quedarse para palear la nieve y organizar la búsqueda de los animales: había unos 300 cercados por la nieve. «¿Cómo está el viejo?» preguntaba a cada rato ella. Solo se tranquilizó cuando supo que con la ayuda de una banda de amigos solidarios rescataron a todos los animales y Orlando volvió a Aluminé.
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