«¿Te animás a ir misionar al norte neuquino?», le dijo Don Jaime de Nevares hace 50 años y así empezó esta gran historia

En 1972, un cura de barba y jean llegó a Andacollo en un Mehari: el obispo lo había designado sacerdote misionero del  norte de Neuquén. Isidro Belver se alojó en un cuarto de la capilla de Andacollo sin luz ni agua y empezó a recorrer la tierra de la que nunca se iría. Luego dejaría los hábitos y encontraría otros caminos para hacer algo por la comunidad. El largo enojo de Don Jaime, la reconciliación y las fotos y los recuerdos de aquellos inolvidables viajes para descubrir ese mundo puro y noble que desde entonces elige cada día.

«Camino viejo a Nahueve y Los Miches», describe Isidro Belver. Al volante del Mehari llegaba a todos lados en el norte neuquino. Con una cámara Kodak tomó estas fotografías de sus primeros tiempos en la zona a partir de septiembre de 1972. Fotos: Isidro Belver.

Cuando el obispo De Nevares le preguntó si se animaba a ir a misionar al norte neuquino, el sacerdote Isidro Belver no lo dudó. Era septiembre de 1972 y llevaba un año al servicio del inolvidable Don Jaime en la secretaría de la Diócesis de Neuquén, en tiempos de otra dictadura militar en retirada en aquellos años sangrientos donde los bandos eran inciertos pero los muertos no, como escribió, brillante, Osvaldo Soriano. El joven religioso lo sabía bien: ya en Córdoba, donde estudió para seminarista, había sido testigo en mayo de 1969 de esa pueblada que entró en la historia como el Cordobazo: las manifestaciones, la represión, los autos incendiados, los rostros en las barricadas que no olvidó. Desde un primer piso veía pasar por la avenida las columnas de trabajadores de IKA y Fiat y, curioso, decidió ir a la concentración donde hablaría el legendario sindicalista Agustín Tosco, uno de los líderes de la protesta social. El trágico disparador: cuando los cambios laborales los decretaban los militares y los defendían con fusiles, el gobierno de facto había llevado la semana de 44 a 48 horas de trabajo y dos manifestantes habían muerto en Corrientes y Rosario. El aspirante a sacerdote se integró al río de obreros y fue con un inmenso grabador italiano a registrar las palabras del gremialista que practicaba su convicción de vivir en las mismas condiciones que sus representados de Luz y Fuerza. Ahí, en esa marea, iba Isidro, el chico deslumbrado en la adolescencia por las bibliotecas de los salesianos, por esa pasión por imprimir y publicar, que para eso está el conocimiento, para compartirlo. Ahí, en las agitadas calles cordobesas, ya entonces aparecía su vocación de registrar hechos históricos, aunque tuviera que explicarles a los trabajadores desconfiados que lo increparon que no era servicio ni espía ni policía encubierto. «Esto no es joda», le dijo uno, enojado. Asintió. Y explicó quién era. Lo dejaron tranquilo.


El largo enojo de Don Jaime de Nevares

«Esta con Nevares es mi foto preferida, en la capilla de Ahilinco con otro maestro rural», señala Isidro. En la imagen, aparece a la izquierda de Don Jaime.

«En algún cajón debo tener esas grabaciones», dice ahora Isidro con una sonrisa al evocar las sospechas de aquellos obreros. «Los entiendo, yo era un extraño y estaban en una movida genial», cuenta desde su casa en Huinganco, a los 78, allí, en el corazón de su querido norte neuquino, ese que en los 70 descubrió noble, solidario, creyente, con ese respeto a las tradiciones que lo asombró. Y afortunadamente aislado en su pureza, como le gusta explicar, por más que faltaran puentes y caminos y eso fuera todo otro tema. Estuvo 10 años como párroco de cabecera, en esa primera experiencia de un sacerdote fijo en la zona. Y cuando dejó los hábitos, Nevares, como le dice, se enojó tanto que tardó muchos años en volverle a hablar. «Hasta el Vaticano intervino», recuerda Isidro, que supo esperar paciente el momento de la reconciliación.

«Huaraco, el Neuquén y a la derecha arriba la Mina Leonardi antes del desguace», describe Isidro.

Isidro Belver en su tiempo de sacerdote en el norte neuquino.

Se radicó en Huinganco, se casó con Yolanda en 1981, tuvieron dos hijos. Ya era maestro y después se convirtió en un historiador notable, al frente de un gran archivo que recopiló con pasión y que comparte con generosidad. Encontró, además, otras maneras de ser parte del progreso, de las tareas con impacto en la comunidad: continuar con la docencia, investigar con los alumnos los secretos que escondían las rocas y las piedras y el origen de los nombres, escribir, divulgar, arrancar con el vivero, la forestación, el Museo del Árbol y la Madera, la piscicultura, la fabricación de dulces, entre tantos otros sueños en marcha. Esta es la historia del descubrimiento de su lugar en el mundo en 1972, ese que empezó en un cuarto de la capilla de Andacollo sin agua ni luz, pero tanto por hacer. No pasaba desapercibido: era un cura de barba y jean de botamangas anchas a bordo de un Mehari, equipado con su mate, su rosario, su palabra y su carisma.


Descubriendo el norte neuquino en un Mehari

Antes del distanciamiento, Isidro aceptó entusiasmado la propuesta del obispo que lo ordenaría sacerdote y que lo había inspirado a meterse a seminarista en una charla en Cutral Co. Por entonces, en aquel septiembre de 1972, ya sabía lo que era salir de Neuquén Capital, ir a recorrer ciudades, pueblos y parajes, ir a dar misa y trajinar zonas rurales en Pichi Picún, Piedra del Águila, El Malleo, Aluminé o Las Lajas.

-Sí, claro -le respondió a Don Jaime y partió rumbo a su destino en un Mehari modelo 1971 de la Iglesia que por entonces era ensamblado en Uruguay. De carrocería liviana, ágil y bajo consumo, era un ícono viajero de la época. Fabricado por Citroën, su nombre de origen árabe aludía a un dromedario resistente y veloz. Ese extraño vehículo rojo de capota negra se convertiría en leyenda en el norte de Neuquén: se le animaba a arroyos, pozos y laderas y no le aflojaba para asombro de los paisanos al ver a ese cura barbudo al volante de lo que parecía ser un jeep chiquito.

«El viejo camino a Las Ovejas, cuando en Caytanta había que seguir un buen tramo por el medio del arroyo que cuando llovía fuerte se ponía peligroso. El Mehari se transformó en una camionetita», recuerda Isidro.

De España a Cutral Co: rumbo a la Argentina soñada

Nacido en Almería, en el sur de España, Belver había llegado a los 5 años a Cutral Co. En 1952, su padre, que había arribado poco antes a la tierra donde crecía YPF, la petrolera en la que todos querían trabajar, pudo enviar los pasajes en barco para que viniera el resto de la familia. Los esperaba, decía, en la «Argentina soñada», tan distinta a la hambruna de la posguerra española y el espanto de Franco. Veinte años más tarde, pasó por ahí ya sacerdote a avisar de su nueva misión en el norte, dar un abrazo y continuar camino por el asfalto que por entonces llegaba hasta Zapala, en el centro de la provincia. Después, la tierra, el ripio, la aventura que se abría paso. En la pequeña capilla de una Andacollo con menos de 500 habitantes, a 300 km de Neuquén capital lo esperaba una pieza que carecía de las instalaciones básicas, pero qué importaba.

La capilla de Andacollo en 1972. «Así estaba cuando llegué», recuerda.

La capilla de Andacollo hoy.

Lo que importaba, lo supo enseguida, era otra cosa, era el contacto con la gente, todo lo que tenía para aprender, todo lo que tenía para dar. Ya había tenido una primera experiencia en el norte neuquino cuando acompañó en un viaje a Don Jaime de Nevares, otra leyenda que se cruzó en su vida: emblema de los derechos humanos, por entonces el obispo demostraba que los derechos se defendían en los debates y en las calles, como cuando marchó con los trabajadores en El Choconazo. Y también que se misionaba en el terreno, la vida que le esperaba a Isidro.


«Ya había estado años antes, acompañando al Obispo Nevares hasta Las Ovejas. Mientras el Obispo iba a la misión de Ahilinco, con los chicos Muñoz, hijos de Don Heriberto, fuimos en camión hasta Las Lagunas, por la Piedra Pesada. ¡Una aventura!», relata Isidro.

Paisaje de la costa del Curileuvú camino a Barrancas. Fotos: Isidro Belver.

Pero si aquel primer contacto con las mujeres y los hombres del norte neuquino lo había impresionado, lo que siguió fue otra cosa, fue llegar hasta cada pueblo y paraje, meterse en las veranadas de los crianceros trashumantes, conversar con los vecinos, impulsar la creación de una radio que nació pirata en 1976 y hoy es comunitaria para llevar una noticia, una esperanza, un aliciente a la gente del campo y transmitir sus mensajes vitales del día a día: «Esperame con caballo en el vado del río», por ejemplo. Maravillarse con los paisajes, sentir de primera mano que allí había algo puro, que no había sido contaminado. Todo lo dejó registrado a su manera, con el relato vibrante y profundo de sus recuerdos y con las fotografías que tomó con una cámara Kodak cuando había que mandar a revelar los rollos y después ver la magia de las imágenes en el papel.

«El maestro Domingo ‘Mingo’ Cruceño esperando la llegada del Obispo a la escuela, acompañado por la gente de a caballo», describió.


Sacerdote al rescate

El vehículo inconfundible que manejaba pronto se hizo conocido en toda la zona: el cura llevaba a quien se lo pidiera o encontrara en los caminos y los viajes transcurrían entre charlas y mates, ideal para saber más sobre ese mundo desconocido y atrapante que se desplegaba ante sus ojos: las chivas y las ovejas de los arrieros en los caminos y senderos, las palabras sencillas y profundas de mujeres y hombres que se ganaban la vida con sus animales, los picos nevados, el vuelo de los cóndores, los arroyos de deshielo. Pero el Mehari también fue necesario para otras misiones.

El Mehari en Los Chacayes, al fondo el Domuyo. Fotos: Isidro Belver.

Por ejemplo, cuando a Isidro le tocó participar del rescate de un minero accidentado: no estaba el jeep de la Policía y el comisario le pidió ayuda. Solo ese vehículo pudo llegar hasta una zona escarpada para poder bajarlo con un agente tras improvisar una camilla. En otras ocasiones también prestó servicios de rescate cuando no estaba la ambulancia. Y más de una vez desarmó el Mehari antes de cruzar la furia del arroyo Pichi Neuquén que solía ser un hilito de agua pero crecía furioso en los temporales. Quería evitar que se le mojara alguna pieza vital mientras iba atado y pegado a una camioneta mucho más alta. Ya en la otra margen, lo volvía a armar. «No había mecánico, uno tenía que ingeniárselas», dice.

Isidro Belver en una boda. «Cada foto, es una historia, un recuerdo, una nostalgia…. Pero por sobre todo un agradecimiento a esta tierra nortina tan generosa y abierta con todos los VyQ (venidos y quedados) que aquí llegamos en un momento, y nos quedamos para siempre», dice Isidro.

«Excursión con parte de los amigos de Ahilinco después de la fiesta, hasta el lugar llamado agua ácida, o lagunita Ahilinco, aguas arriba del arroyo», describe Isidro.

«Los primeros aventureros que domaron en bote el Neuquén entre Andacollo y Chos Malal, gendarme Mendoza y Pelao Buchara. Casi terminan domados ellos…», escribió Isidro.

Aun hoy evoca aquellos tiempos con alegría, convencido de que un hilo invisible une lo que conoció en 1972 con estos días. Hay más puentes, escuelas, el asfalto llegó hasta Las Ovejas y otros caminos de ripio están poceados pero se puede ir a los puestos de veranada hasta en camión y también hay más comunicaciones aunque haya que treparse al cerro para agarrar un poco de señal, pero celebra lo que no cambió: esa pureza esencial que permanece.

Y si hay escenas que lo dicen todo, fue testigo de una que aun lo impresiona. Estacionó el Mehari y entró a una lejana capilla rural, los vecinos hacían por su cuenta la novena a San Antonio. No lo conocían: miró, escuchó, se sorprendió. Después del Rosario, la mujer que dirigía pidió rezar por los gobernantes y príncipes cristianos y por la Iglesia perseguida de Méjico, un viaje a los tiempos de Porfirio, Zapata y los comuneros. Eso lo asombró: rezaban por ellos en una perdida capilla del Nahueve. «Nevares lloró la primera vez que se lo conté«, recuerda Isidro. «Ese espíritu, esa solidaridad, permanece en muchos lugares y en el ser del norte neuquino», agrega.

La fuente del «Agua ácida», una vertiente natural de agua carbonatada-gasificada riquísima y fresca. como soda!!! Allí me convidaron la mejor chupilca con el agua ácida, parecía cerveza espumante y helada!!!! Tengo entendido que se perdió con una gran creciente y acumulación en el arroyo Ahilinco que borró la lagunita y la vertiente.

¿Por qué dejó los hábitos?

«Es difícil hacerla corta, pero fue como una insatisfacción personal de no poder dar más por los otros, por la comunidad… La soledad y falta de medios y hasta acompañamiento de la ‘Iglesia‘, nada personal contra Nevares. Él también llevaba su cruz, pobre. Pero él lo sintió mucho, como una ‘aflojada’. Y que me quedara en la zona, por los dimes y diretes, un ‘escándalo’. Mi vieja cuando le conté mi decisión, lo hizo más corto, como buena andaluza: ´Pues tú haz como el de Cantoria (un pueblito de dónde era ella en España): ‘Oficio que no da de comer, que cargue el diablo con él’. ¡Y Santas Pascuas!», relata Isidro con una sonrisa.


La reconciliación con Don Jaime

El joven sacerdote Isidro Belver junto al obispo Don Jaime de Nevares en la capilla de Las Ovejas.

Tan impactado como Isidro por el norte neuquino, De Nevares solía repetir la frase que le había escuchado al padre Gardín, famoso misionero salesiano de los 60, en su primera visita como obispo al norte neuquino, mientras cruzaban a caballo detrás del Domuyo a Cochico: “Esta tierra es santa, monseñor, es la tierra de Dios”.

Isidro Belver en Las Ovejas, durante la reconstrucción de una célebre batalla, la última por la Independencia. Es autor del libro “Los Pincheira-La aldea realista de Epu Lauquen”, entre otros valiosos aportes para entender el valor fundacional del Alto Neuquén en toda la provincia. Foto: Juan Thomes.

Y si le dolió que Isidro, en aquella soledad, decidiera alejarse de la Iglesia para buscar otra manera de ayudar a la comunidad, muchos años más tarde, Don Jaime volvió a hablarle después de negarle tanto la palabra. Había entendido, quizás, que aquel sacerdote que envió a misionar al norte neuquino había encontrado su propio camino para hacer algo por los otros.

Isidro Belver comparte su gran archivo histórico en Neuteca


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