Surfean la crisis con la jubilación en Bariloche
Las personas mayores que cobran el haber mínimo no llegan a cubrir la canasta alimentaria básica. “Comemos menos”, ironizó una mujer.
“¿Qué hacemos para economizar? Comemos menos”, bromea Rosa Ancapán y sus compañeras del barrio Malvinas, al sur de Bariloche, se ríen cómplices. De esta forma, la mujer intenta poner humor para alivianar un poco la situación económica y los malabares para llegar a fin de mes con una jubilación mínima.
Todos los lunes y viernes después del mediodía, cuando la temperatura es algo más amena, doce mujeres jubiladas se reúnen en la casa de Susana Mansilla donde funciona el Centro de Abuelos El Pinar.
La concurrencia es perfecta y solo de tanto en tanto, reconocen, “falta alguna abuela que no se anima a salir de su casa espantada por el frío”.
El complejo contexto económico no les resulta ajeno, pero cada encuentro en ese centro brinda un momento para conversar, avanzar en manualidades y proyectar alguna que otra salida.
“Gano 90 mil que es la mínima, pero trato de estirar mi sueldito como puedo. Estoy sola, entonces pago primero todo lo de mi casa y después, estiro para llegar”, afirma Fermina Ramírez.
Marta Cuevas la interrumpe: “Es que ahora la plata no vale nada. Yo también cobro la mínima y desde hacía tres años me tenía que pagar las pastillas para la diabetes, la presión y el corazón. Eran como 6 mil pesos. Yo no sé leer y hace poco, mi nieta se dio cuenta que me habían dado de baja la obra social. Así que ahora hizo el trámite y me ahorro ese dinero porque me cubre Ipross”.
Mansilla tiene 8 hijos, pero ninguno de ellos vive con ella. En 2014 se dio cuenta de que faltaba un espacio para los adultos mayores en el barrio y puso a disposición su casa donde, al día de hoy, se mantienen los encuentros. Tramitó la personería jurídica y en un principio, una profesora dictaba el taller de manualidades. Como no contaban con fondos para pagarle, las mujeres decidieron ser autodidactas.
A Mansilla también le resulta pesado llegar a fin de mes y por eso, no hace compras mensuales sino que va a comprando en la medida que necesita. Mucha verdura y mucho pollo, asegura, forman parte de su dieta.
“Hace poco nos fuimos a Las Grutas porque ganamos un sorteo. Había una abuela de Pichileufu que no conocía el mar y fue emocionante. Antes íbamos al cerro Catedral, al Campanario o a la cascada de Los Duendes, pero después el municipio cortó estas salidas que eran un granito de arena”, cuenta la mujer.
Hoy comparten de vez en cuando alguna merienda y hacen ferias para ofrecer sus manualidades. Días atrás, recuerdan, la Biblioteca Néstor Kirchner, a unas pocas cuadras del centro, les ofreció un almuerzo. Felicilda Millaqueo resaltó que una peluquera les ofreció cortarles el pelo gratis en el centro de abuelos. “Fue tan amable que vimos cómo colaborar con ella de alguna manera”, afirma.
Aseguran que, en cada encuentro, no se habla de política, ni suele haber quejas por la inflación. Advierten que sí hay comentarios por el valor de las facturas de luz o reprimendas si alguna no va al médico.
“Lo cierto es que acá nos distraemos. Lo que duele es ver a gente que está peor que uno. Conocemos a muchos que han sido albañiles o hacían changas y ahora no tienen trabajo. Tampoco se pueden jubilar. Hay mucha gente que nos viene a pedir ayuda y no tenemos qué darles”, se lamenta Mansilla.
Un lugar de encuentro
Ricardo Kramm tiene 74 años y acaba de iniciar su tercer mandato como presidente del Centro de Jubilados de Bariloche, ubicado en la calle John O´Connor al 700.
Admite que poco a poco, va dejando cosas de lado para poder llegar a fin de mes. “Cada vez compro menos cosas y opto por comprar alimentos de menor calidad. En el último mes, noto que esto se incrementó mucho más”, confiesa.
Comprar ropa, dice, implica toda una búsqueda de precios y muy lejos en el tiempo quedó la compra por antojo. Más lejos aún quedó la posibilidad de comer afuera, ir al cine o al teatro.
“Todo esto hace que me vaya metiendo cada vez más para adentro con todos los problemas que puede acarrear a futuro. Por suerte me mantengo activo con mi taller de carpintería y un taller de meditación. Pero veo a mucha gente que no tiene esta posibilidad”, planteó el hombre.
Dice sentirse afortunado por tener la obra social Pami que le cubre la totalidad de los medicamentos. “Me preocupan muchas personas que no tienen esta suerte. A esta edad, todos tenemos algún problema. Es una pastillita por día y son medicamentos que no valen menos de 4000 o 5000 pesos”, sostuvo.
Kramm reconoció que, en el centro de jubilados, intentan ofrecer actividades físicas y recreativas a los 350 socios. Pero la excusa, en realidad, es procurar un lugar de encuentro.
“Lo que notamos es que cada vez viene más gente en busca de actividades. Recibimos a todos, pero nuestro límite es el espacio. Trabajamos con listas de espera, y cuando no hay lugar trato de recomendarles otro taller”, señaló.
Kramm pidió a los funcionarios de turno “que quizás tengan una madre o una abuela” que presten asistencia para que el centro de jubilados pueda avanzar en una obra de 700 metros cuadrados, próxima al edificio, que permitiría organizar más eventos. También proyectan levantar un invernáculo en el patio de la institución. Sueñan además con una FM “que hable su idioma con los mensajes que necesita la gente”.
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