Roberto y sus aventuras a pedal: siete viajes en bicicleta de Regina a la Virgen de San Nicolás

En homenaje a su esposa, partió a los 50 años y se convirtió en un mensajero de fe. Llevó miles de plegarias que fueron escuchadas. Su propio sueño se cumplió cuando abrazó al arquero de River, Amadeo Carrizo.

Dueño de una eterna juventud, Roberto Schwallier se emociona recapitulando su historia y la de su familia entre recortes de diarios y fotos reveladas.  

Bajo el techo de la casa de 12.000 ladrillos que él pegó, solo, cuando todo era descampado en lo que hoy es el barrio Belgrano de Regina dijo: “Voy a cumplir 92 años”. Pocos creen que alguien pueda llegar a esa edad con una perspicacia tan aguda como la de él y recitando décimas camperas sacadas de la galera.  

El pampeano, nacido y criado en el campo, se radicó en Río Negro a los 25 años buscando nuevos horizontes. Fue hachero, alambrador, obrero de la fruta en galpones de empaque, albañil y comerciante.

Roberto en la actualidad, cuenta su historia. Foto: Andrés Maripe.

En Regina conoció a Victoria, su esposa, con quien compartió 40 años de vida, hasta que un ACV se la llevó en 2001. Ese día juró rendir homenaje a la mujer, compañera de vida y madre de sus hijos Stella y Julio. Y lo hizo de una forma singular.  

Fueron pasando los años y las fronteras en su mapa se borraron: ya tenía 50 y para él quedaba toda una vida por delante cargada de sueños, desafíos, anhelos y retos. No lo sabía, pero miles y miles de kilómetros le faltaban recorrer.   

En 2002 empezó un nuevo capítulo: el de las aventuras en bicicleta y los siete viajes ininterrumpidos de Regina a San Nicolás en homenaje a Victoria, su esposa fallecida.

Pedaleando contra el viento. Foto: Andrés Maripe.

Recuerdo de Victoria, su esposa fallecida junto a su hijo Julio. Foto: Andrés Maripe.

Roberto era corredor de caballos, pero por su hijo empezó a acercarse al ciclismo a los 50 años. Ante la muerte de su esposa, decidió seguir los pasos de un hombre de Cutral Co que viajaba a pedal y unió el viaje en bici a la devoción por la virgen de San Nicolás.  

“Yo pedía por el eterno descanso de mi esposa», contó. Así salió a la luz un Roberto renovado y ávido en un oficio en el que no había incursionado: mensajero de la fe. Su paso por las rutas argentinas en dos ruedas lo hicieron conocido rápidamente.   

La primera vez partió un 14 de septiembre de 2002 desde Regina con destino a San Nicolás, a sus 50 años, en plena crisis económica. Hicieron una colecta para bancar los gastos del viaje y con una modesta bicicleta de aluminio que decía “Siegerin” (Victoria en alemán) partió. Solo, pedaleando, con la compañía de un hombre que lo seguía en auto para ayudarlo a armar la carpa por las noches. “Arranqué cosechando amistades en el viaje y llegué muy bien”, contó. Tardó diez días, llegó justo para el aniversario de la virgen, un 25 de septiembre.

Al año siguiente, se acopló a la aventura su hermano Marcelo y sumaron hinchada: alquilaron un colectivo y se subió Aldo, un amigo que iba como chofer y Estela, su hija, que iba para cocinar y ayudar. 

“Llevamos urnas y fuimos levantado mensajes de gente de la Iglesia que dejábamos en los pies de la Virgen”.

Roberto Schwallier, viajero en bici, 92 años.

Pronto empezaron a hacerse conocidos por los diarios y en los puntos del mapa por los que ellos pasaban, la gente les dejaba peticiones para que lleven al santuario.  

1000 plegarias a la virgen de San Nicolás y peticiones cumplidas


Según él, llevaron más de 1000 las plegarias en sus urnas en los siete años. Eran pedidos de la gente que crecían y se fortalecían con cada pedaleo, con cada sudor de esfuerzo, con Victoria como luz al final de la larga ruta. 

Una vez una señora caminó 80 kilómetros para llevarle un mensaje a la urna en la localidad de Tres Lomas. No faltaban los mensajes de los propios reginenses. “Una persona nos dijo que luego del pedido de que sanara su hija que tenía una enfermedad muy grave, mejoró. Después otra señora pidió porque su hija estaba desaparecida, y la encontraron”, contaron sus hijos. “A todos lados donde íbamos, la gente tenía muchísima fe, mucha fe”, dijo Roberto. 

Roberto y su hermano Marcelo llegando a la iglesia en San Nicolás con las urnas. Foto: Andrés Maripe.

“En uno de los viajes, entré a la iglesia y vi blanco frente a la virgen. Uno queda en el infinito, se termina todo en un segundo, a mí me pasó. Yo creía que era el único, pero a otra señora le pasó”, contó Roberto quien recuerda eso como el hecho más impactante que vivió, como una revelación.   

En San Nicolás, participaban de las misas, llevaban la ofrenda y había días en que los invitaban a las escuelas a dar charlas sobre la aventura patagónica. «Se elegían personas para llevar la bandera argentina al altar. Era una cosa terriblemente emocionante”, recordó Estela, sobre una de las celebraciones.  

El sacrificio de cada septiembre: 150 kilómetros por día


Junto a su hermano, Roberto hacía un promedio de 150 kilómetros por día. “Gracias a mi hijo, que me salió bicicletero me adapté”, contó el hombre que empezó a entrenar y dejar atrás los tres atados de cigarrillos que fumaba por día. 

“Era tremendo sacrificio verlos pedaleando. En el 2005 se sumó mi prima en La Pampa, en Bernasconi, que también nos acompañó en bicicleta. Nosotros íbamos atrás siempre resguardándolos”, contó la hija. 

La travesía empezaba cada septiembre. “Nos despedía mucha gente el día que salíamos”, contó Roberto y allá en Buenos Aires los recibían amigos en una casa donde paraban. Así la costumbre se volvió tradición cada 25 de septiembre.   

Recuerdos de las travesías desde 2002. Foto: Andrés Maripe.

En el segundo viaje, hizo colecta para instituciones de Regina en forma de agradecimiento. «El único enemigo que teníamos era el viento”, recordó Roberto. Algunos años fue la lluvia, que se presentaba como un obstáculo.  

Todavía conserva la bicicleta con la que hizo el primer viaje, la cual se fue modernizando con el correr de los años. Por si fuera poco, Roberto hizo otros tres trayectos largos en bicicleta: viajó al 100 aniversario del pueblo donde nació, al centenario del pueblo donde creció y también fue a Chile, cuando logró cruzar la cordillera de los Andes.  

Los regalos de sus hijos: un libro y un anhelo cumplido


Si algo le faltaba era escribir un libro. Su hijo Julio, se encargó de hacerle contar su historia y transcribirla para editarla en forma de obra documental, la cual hoy lleva el nombre de “Una vida no alcanza”. “Lo que dice es un 10% esto de mi vida”, dijo Roberto, emocionado aún por el homenaje que le hizo su hijo.  

«Una vida no alcanza», la historia de Roberto en un libro. Foto: Andrés Maripe.

Padre e hijos, Julio y Estela. La bebé es una de sus nietas. Foto: Andrés Maripe.

Estela, compañera de viajes, también fue artífice de un sueño hecho realidad para su padre: hizo que pueda conocer en persona a Amadeo Carrizo, el más grande arquero de la historia de River Plate, el club de sus amores.  

El sueño millonario: Amadeo Carrizo y la vuelta en el Monumental


Luego de cumplir con la Virgen de San Nicolás, en el anteúltimo viaje, Roberto se dedicó a su propio sueño. Le pidió a su hermano que lo acompañe pedaleando hasta Capital Federal y entraron juntos al estadio de River Plate, el club de su devoción.  

En 1964, Roberto había hecho una promesa tras dos atajadas mundiales de Amadeo Carrizo, uno de los más grandes arqueros de la historia millonaria. Además, el fanatismo por el jugador hasta lo hizo perder hasta la fiesta de su propio casamiento, que le habían organizado unos familiares.

Roberto con Amadeo Carrizo, cumpliendo un sueño. Foto: Andrés Maripe.

Estela sabía de la promesa de su papá y llamó, mandó mails e insistió incansablemente al Departamento de marketing del club. “Les conté que mi papá quería ir en bicicleta a a conocerlo. Y ahí nos dijeron que sí”, recordó Estela. 

La hazaña fue cruzar Capital Federal en bicicleta por las autopistas. “Entre bocinas y tocando autos, llegamos al estadio gracias a Dios”, recuerda. Diez cuadras antes de llegar se le cortó la cadena. Pudieron reparar rápido y siguió viaje, como sea tenía que llegar sobre ruedas.  

Al entrar, Roberto, Marcelo y Aldo, el chofer del colectivo, dieron la vuelta olímpica en la cancha. Era la primera vez que pisaban el Monumental. Cuando los llamaron, el flamante arquero ya estaba sentado para recibirlos. “Nunca temblé tanto”, dijo Roberto entre risas y se trajo unos banderines que el mismo Amadeo le obsequió y hasta el día de hoy atesora con su vida. 

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