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Qué hay detrás de la máquina a vapor del Parque Central de Neuquén

Pura historia. Es una de las tres trocha angosta, que llegaron a la región en los primeros años de 1900, para transportar los materiales para construir el dique Ingeniero Ballester.

Es habitual que sea utilizada como juguete por los niños y niñas o como marco para fotos del recuerdo. Pero detrás de sus hierros, hay una historia que no muchos conocen. Se trata de la famosa máquina del tren que se ubica en el Parque Central, al costado del pasaje Vecinalistas Neuquinos, de la ciudad de Neuquén.

Es una de las tres máquinas a vapor de trocha angosta, que llegaron a la zona en la primera década de 1900 para reemplazar a los 200 caballos que se utilizaban hasta entonces, para trasladar las vigas, áridos, cemento y hierros que eran necesarios para la construcción del dique Ballester, la toma de agua del río Neuquén y el canal principal de riego. Fue una obra emblemática ya que permitió que las poblaciones ribereñas se inundaran en épocas de crecidas y que logró irrigar el Alto Valle, potenciando su producción y desarrollo económico.

Las máquinas llegaron a Argentina desde Gran Bretaña. Durante los primeros años de 1910 fueron traídas a la región desde Buenos Aires. “Con ellas se realizaron los 130 kilómetros de canal, desde Barda del Medio hasta Chichinales”, se puede leer en los archivos que se guardan en el museo Paraje Confluencia, de la capital de Neuquén.

Funcionaron hasta 1930 y luego cayeron en un largo abandono hubo alguien que resolvió sacarlas del olvido.

Una de las máquinas, declarada patrimonio histórico, se encuentra en el parque del dique Ingeniero Ballester, debajo del puente que cruza el río Neuquén. Esta bajo la custodia del Departamento Provincial de Aguas (DPA).

La segunda fue adquirida por Moño Azul y se exhibe en el predio que la firma tiene en Vista Alegre Norte. La tercera, la neuquina se hizo visible en la década del 80, bajo la intendencia de Jorge Sobisch, cuando se recuperó y se emplazó en el Parque Central, en cercanías del Museo Gregorio Alvarez, que fue antaño, uno de los galpones de Ferocarriles del Sud.


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