Protagonistas olvidadas: Mary Wollstonecraft, la filósofa feminista que cambió el rumbo de la mujer en el siglo XVIII
Abrió una escuela para mujeres en las cuales decidió enseñarles historia, geografía, gramática, materias limitadas a los hombres. Además, sumergida en las ideas de la Revolución Francesa escribió una de las primeras obras filosóficas feministas: Vindicación de los derechos de la mujer, en donde afirmaba la importancia de que las mujeres fueran educadas igual que los hombres.
Sí bien hoy el feminismo es parte de nuestra sociedad y su agenda, hace mucho tiempo (o no tanto) esto era una palabra prohibida, un movimiento oculto o que carecía de nombre. En su primera ola, durante fines del siglo XVIII, hubo muchas mujeres que dejaron su huella y le dieron vida a esta corriente de pensamiento que convocaría a gran parte de la sociedad.
Mary Wollstonecraft fue una de ellas. Nació en Spitalfields, en los suburbios de Londres, el 27 de abril de 1759. Creció en un ambiente familiar complicado, ya que su padre maltrataba a su madre y era alcohólico. Además, hizo una mala gestión de la economía familiar, dejándolos en la ruina. En consecuencia, sólo uno de los siete hijos de esta familia pudo recibir una educación formal y recibirse de abogado.
Su madre murió de muy joven y, en ese contexto, Mary tuvo que ponerse a trabajar dentro de las labores permitidas para la mujer en esa época. Fue gracias a su amiga Jane Arden, hija de un famoso filósofo, que Mary pudo comenzar a dar clases para ganar dinero y sumergirse en un ambiente de intelectualidad.
En ese entonces, se dio cuenta de que una buena preparación cultural era el único medio del cual disponía la mujer para valerse por sí misma, según lo recuerda La Vanguardia. Así, de forma autodidacta fue ella misma quién se introdujo en los libros, la literatura, la filosofía y se encantó con aquellas cuestiones que no abandonaría nunca más.
Fue tal esta realización que junto con sus hermanas, Eliza y Evelina, y su amiga Fanny Blood (quién le dio el apoyo financiero) fundaron una escuela para mujeres en Newington Green. En aquel tiempo, esto significó un gran compromiso con la mujer, su educación y su progreso dentro de la sociedad.
En las aulas de esta escuela, además de dictarse las disciplinas típicas correspondientes a la enseñanza para “mujeres” de la época como música, dibujo y costura, también se introdujeron cursos como de gramática, aritmética, historia, geografía y lengua francesa, áreas que estaban íntimamente limitadas al saber del hombre.
Ese sueño, una semilla de cómo se vería la educación de las mujeres tiempo después, no duró mucho. Fanny Blood, su gran amiga, murió en el parto de su segundo hijo. Esto fue algo que golpeó a Mary de manera muy fuerte, ya que era con ella con quien mantenía y conversaba sus sueños de independencia, según lo recuerda un artículo de Filosofía Co. Agregado a eso, la economía no ayudaba.
Fue así como la muerte de una de las personas que más quería la acercó un pasó más a su destino final. Al cerrar la escuela, Mary se fue a Irlanda para ejercer como institutriz de las hijas de un Lord. Allí disponía de bastante tiempo libre y logró consolidar sus dotes literarios. En 1788 publicó su primer libro destinado a un público infantil, llamado Relatos originales de la vida real.
Revolución Francesa
Pero nada parecía suficiente. La intelectual sentía que nada la completaba y tomó un giro drástico en su vida: se fue sola a Londres. Abandonó el castillo del Lord en Irlanda decidida a convertirse en escritora por méritos propios. “Seré la primera de un nuevo género”, le escribió en una carta a su hermana. Y así fue.
Una vez allí, fue apoyada y contratada por el editor liberal Joseph Johnson, quien ya le había publicado previamente alguna de sus obras. Su trabajo consistía en la traducción de libros que venían del francés o del alemán y que estaban íntimamente relacionadas con las ideas de la Revolución Francesa, que acontecía en aquel tiempo. Esto le dio la pauta para expandirse en sus lenguas y además para conectarse con aquellos pensamientos que tanto la inspiraron.
Si bien la escritora seguía muy de cerca lo que estaba pasando en su país vecino, sentía que necesitaba vivirlo en primera persona para poder profundizar sobre las diferentes cuestiones que esta revolución planteaba. En 1790, sumergida en esas ideas y segura de que eran la manera en que la sociedad debería evolucionar, escribió su obra Vindicación de los derechos del hombre.
Esta fue escrita como una respuesta a las ideas del inglés Edmund Burke, un antirrevolucionario que destacaba la monarquía constitucional, la aristocracia y la iglesia de Inglaterra (todo aquello contra lo que luchaban los franceses). Una vez en Francia, en 1792, se dio cuenta de que el plan de los revolucionarios para las mujeres no excedía de la educación para las tareas domésticas y el papel de esposa.
Ya metida en el diálogo de los derechos, escribió su obra maestra y la que es considerada la primera obra filosófica feminista: Vindicación de los derechos de la mujer. Allí, a partir de toda su trayectoria, defiende la importancia de que la educación de las mujeres sea igual a la de los hombres basándose en la teoría de que ambos son seres humanos y merecen los mismos derechos y responsabilidades.
“Que eduquen a las mujeres como a los hombres. Ese es el objetivo que yo propongo. No para que tengan poder sobre ellos, sino sobre sí mismas”, escribió la filósofa en su ensayo.
El artículo de Filosofía Co explica que en esta obra Wollstonecraft se posiciona ante la opinión general de que las mujeres son seres sentimentales, sin capacidad racional, aduciendo que ese rasgo es un producto de la cultura de la época, no algo inherente a la mujer. Además, ella no plantea invertir el orden de las cosas sino más bien explicar que tanto hombres como mujeres eran iguales “antes los ojos de Dios”.
Wollstonecraft también dialoga en este ensayo con los pensamientos de David Hume, el famoso filósofo para quien la razón y la pasión son piezas fundamentales que componen a cualquier persona, negando que cada una de ellas pueda separarse y atribuirse a un sexo. Su obra concluye con un pedido particular: llamó a los hombres para que ayuden a sus mujeres a ser independientes.
El impacto del matrimonio
Toda esta vida de independencia y de un sueño de libertad parece alejarse de Wollstonecraft cuando se enamora del estadounidense Gilbert Imsay. Tuvieron una hija juntos, Fanny, y Wollstonecraft, hundida en el amor, comenzó a ocupar un papel de esposa sumisa. Esto hizo que Imsay la dejara, ya que no estaba interesado en esta nueva versión.
La ruptura llevó a Mary a tener intención suicidas por un tiempo. Aunque supo que su ahora expareja estaba con otra mujer y viviendo en el extranjero, se embarcó en un viaje por los países nórdicos para ayudarlo en sus negocios.
Fue en ese tiempo que volvió a la escritura y nacieron otras de sus obras más conocidas como Cartas escritas durante una breve estancia en Suecia, Noruega y Dinamarca. Esa obra llegó a manos de uno de sus amigos filósofos, William Godwin, quién quedó flechado a partir de la escritura de Mary.
Ya nuevamente instalada en Londres, su relación escaló a una instancia de romance profundo pero aun así con ciertas particularidades para la época: vivían separados y no estaban casados (la realidad de muchas parejas hoy). El vínculo fue muy próspero, tan así, que llegó el próximo milagro de la escritora: su hija Mary. Esta pequeña niña no sería nada más ni nada menos que la futura autora de una de las obras literarias más conocidas en el mundo: Frankenstein.
Lamentablemente, fue este parto el que le costó la vida. Su placenta se infectó y se convirtió en una enfermedad letal para la filósofa. El 10 de septiembre, Mary abandonó este peculiar mundo. Pero de la muerte sale la vida, y sería su hija quien luego triunfaría, un poco sin saberlo, en honor a su madre.
Las obras y las ideas de Mary no serían reconocidas hasta mucho tiempo después de su publicación. Fueron recién feministas del siglo XIX como Virginia Woolf quienes la descubrieron y la nombraron como la pionera del movimiento. Hoy, es homenajeada en la ciudad de Londres con una estatua en el barrio de Newington Green. El mismo donde abrió su primera escuela para mujeres.
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