Pasó 30 días sin redes sociales y sobrevivió para contarlo
Una psicóloga que vive en San Martín de los Andes escribió un libro a modo de diario sobre la experiencia de reducir sus comunicaciones a un viejo celular con mensaje de texto. La abstinencia, la soledad y la disciplina en esta experiencia.
Ya sea en la fila para tomar el colectivo, en la espera del consultorio médico, en la cola del supermercado o en los semáforos, la postal suele ser la misma. Adultos, jóvenes, adolescentes, con celular en mano, sin quitarle la vista por un momento.
Whats App, Instagram, Facebook, Twitter, videos de TikTok o el acceso a las noticias digitales. Cualquier red social resulta una buena excusa para tomar el celular, sin importar el momento del día.
Una psicóloga de San Martín de los Andes decidió hacer un experimento que consistió en apagar su teléfono en 30 días. El desafío fue poner un freno a una situación que, sentía, se le escapaba de las manos.
“Hablamos de la soledad, el miedo y silencio como cuestiones que habría que volver a entender. Por momentos, la anestesia del celular nos lleva a escaparnos”, sintetizó Clara Oyuela, una psicóloga proveniente de Buenos Aires que, desde hace ocho años, vive en San Martín de los Andes.
“Todos -agregó- quisieran usar menos el celular y sin embargo, es una batalla muy fuerte. La disciplina en su uso es algo difícil de lograr”.
Sin dormir
Con una hija de seis meses, la mujer no lograba conciliar el sueño por las noches.
“Nunca había sufrido la falta de sueño y eso empezaba a repercutir en mis relaciones, en la cotidianeidad y en el día a día. Sentía que la tecnología -o el uso que le estaba dando- no ayudaba mucho ante el cansancio físico y mental”, reveló a Río Negro.
Reconoció también que se sentía vulnerable y leer determinadas noticias, la afectaban terriblemente.
“Tomaba distancia pensando que mi realidad era otra. Pero, a la vez, me generaba mucha confusión y ese fue el disparador por el cual decidí dejar el celular durante un mes”, explicó.
En un primer momento, lo tomó como un juego. El desafío lo tenía totalmente claro: “focalizar, concentrarse y conectar con sus hijas”. A través de la escritura con una crónica diaria, logró canalizar “esa abstinencia”.
Ese giro literario, aseguró, “fue un estímulo que le dio sentido al proceso”. “Crónicas de una abstinencia” es el libro que resultó de la llamativa prueba piloto.
-¿Por qué hablar de abstinencia? -preguntó este diario.
-Es la aceptación de una dependencia absoluta a un aparato en el que, por momentos, uno siente estar atrapada sin salida. Tiene tantos beneficios en la comunicación que resulta difícil dejarlo, sumado a lo que provoca la mirada del otro y las repercusiones de un posteo en las redes sociales -respondió la psicóloga sanmartinense.
Es maravilloso el celular, pero cualquier cosa, objeto o sustancia en exceso termina siendo nociva. Ya lo decían los griegos: nada en desmesura”,
Clara Oyuela, psicóloga.
Según Oyuela, su experiencia fue “honesta y real”. Cuando decidió dejar el celular, escribió sus propias reglas. Durante un mes, usaría un teléfono viejo con el que solo podía enviar mensajes de texto -con mucha dificultad debido a un teclado obsoleto- y podría usar la computadora solo para mandar mails.
Lo cierto es que, en esos días, también hubo recaídas. “Un día no aguanté más y agarré el celular de mi pareja para mandar un audio a mis hermanas que viven en Buenos Aires y grabar un Facetime. No me sentí culpable. No me importaba nada porque necesitaba comunicarme. También registré eso”, advirtió.
¿Cuál fue el resultado de la experiencia? La mujer confirmó que fueron “30 días maravillosos de conexión profunda con sus dos hijas, con ella misma y el resto del mundo”. Dijo haberse sentido “afuera como observadora de la locura que se vive. Ante cada situación de espera que se nos presenta en la vida, sacamos celulares. Habría que evaluar qué nos pasa con la espera”.
Cuando WhatsApp e Instagram aparecían en escena allá por 2011, Oyuela realizó un viaje por Estados Unidos y Alaska, donde durante tres años no tuvo conexión. Señaló que “esa experiencia transformadora fue la huella que marcó este camino”.
El arte sana
Oyuela también corroboró que canalizar la adicción, a partir de expresiones artísticas, resultó una manera más sana de lidiar con una dependencia.
“Es una experiencia muy subjetiva, pero a través del arte -u otras manifestaciones artísticas- se puede lograr mucho en cuanto a cuestiones psicológicas”, manifestó.
La mujer de 40 años no desconoce que la tecnología resulta práctica para la vida cotidiana, para trabajar y más aún, aporta un componente afectivo ya que permite comunicarse con seres queridos a pesar de las distancias.
“¿Cómo debería posicionarse uno ante este progreso que es inevitable? Es una batalla constante de todos los días. Y nos atraviesa a todos: niños, adolescentes, adultos. Todos sentimos estar atrapados sin salida. Nos pone de espejo la necesidad de valentía y hacer cambios que cuestan mucho. En la medida en que podamos hacernos estas preguntas podemos ir frenando y tomar conciencia”, concluyó.
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