Parapalos, un oficio de Neuquén que cayó en el olvido

El Bowling “Neuquén” fue el primer local del rubro que se abrió en la capital neuquina con cuatro canchas y un pequeño bar. Funcionó alrededor de 20 años en calle San Martín, entre Irigoyen y Brown.
Durante semana funcionaba a media máquina, pero llegando el viernes se colmaba de grupos de amigos, familias y visitantes. Sin desnudar infidencias, era también el refugio de varios estudiantes que “se rateaban” del colegio y permanecían allí hasta el horario del regreso a casa.

Eran épocas donde en los bowling todo se hacía a pulmón. Y vaya si lo sabrán quienes trabajaron allí como parapalos, un trabajo de “alto riesgo”. Ellos eran los encargados de levantar los pinos caídos luego de cada lanzamiento. Sobre el final de la pista, tapados por una pared que los dividía de los jugadores aguardaban sobre un tablón de 20 centímetros de ancho. Luego debían tener absoluta destreza y rapidez para bajar, levantar, los palos y volver a su lugar.

Manuel Cifuentes tenía 13 años (1969) cuando comenzó a trabajar en Bowling Neuquén como parapalos. “Cuando terminé primaria no quise estudiar más y mi viejo me mandó a laburar. Yo entraba a las 14 horas para limpiar el lugar y las canchas y después de las 18 nos poníamos a levantar palos.”, contó.

Aseguró que ya no recuerda la cantidad de veces que regresó a su casa con los pies llenos de moretones. Es que se requería para el oficio mucha velocidad para levantar los pies antes de que llegue la próxima bola. “Supuestamente nosotros teníamos que dar la orden para lanzar, pero algunos eran muy ansiosos y no esperaban. Sobre todo después de la 22 cuando empezaban los encuentros con la consigna de que el perdía pagaba la ronda para todos. Ahí era terrible. Además, lanzaban con tanta fuerza la bola que al final de la cancha picaba contra la pared revestida con cuerina y saltaba hacia arriba donde estábamos nosotros. También rebotaban los palos y nos pegaban a nosotros”, agregó.

Manuel aseguró que la mayor habilidad que se requería era poder parar los palos rápido y ubicarlos en su lugar correcto. “Lo más cansador era la cantidad de horas que estábamos en ese trabajado, alrededor de diez horas y durante los fines de semana, tocaba quedarse hasta 12 horas corridas porque el local se llenaba de gente. Pero además, cada parapalos manejaba dos canchas al mismo tiempo”, mencionó el exparapalos que hoy reside en la ciudad de Plottier.

El local comenzó llamándose “Neuquén” y años después pasó a llamarse “Palo Blanco”, hasta que cerró definitivamente a finales de los años 80. Y con su cierre también se extinguió el oficio de los parapalos, que fue reemplazado por máquinas automáticas.


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